“Quizá desde entonces, le nació esa resignación fatal, inmovilizadora,
terrible,
ya que su alma había perdido
la esencia misma de la vida”
(La Rebelión de las Ratas, F. Soto Aparicio)
El concepto “centro-periferia”, inventado por Prebisch
(CEPAL, 1951) para referirse a las brechas de productividad e ingresos que separan
a los países industrializados, de los llamados países pobres, productores de commodities, ha venido evolucionando
durante los últimos 50 años hasta transformarse en la noción, que describe las
brechas existentes hoy que entre los centros del poder geo-político y económico
y las regiones apartadas y pobres del mundo.
El mundo ha cambiado
dramáticamente desde esa época. Hoy vivimos en un mundo globalizado donde existen
múltiples centros-periferias, que se caracterizan por una nueva relación de
dependencia, basada fundamentalmente en la producción de conocimientos y tecnologías
que han revolucionado las formas de vida y las relaciones entre las diferentes pueblos
del mundo. De acuerdo con el Informe sobre el desarrollo económico mundial,
conocido como “La Nueva Geografía
económica” (BM, 2009), la generación del conocimiento, innovación y el
desarrollo tecnológico en la actualidad se concentran en las grandes
metrópolis, en las regiones avanzadas y las naciones más ricas. La mitad de la
riqueza que se produce hoy en el mundo cabe en el 1,5% de la superficie del
planeta. Al mismo tiempo, más de las 2/3 partes de los pobres del mundo viven
en las aldeas y regiones aisladas. De tal manera que, las desigualdades
sociales y las inequidades territoriales se han profundizado durante las
últimas décadas, tanto a escala planetaria como en las geografías regionales y
locales.
Estas realidades han generado
nuevas tensiones y la explosión de nuevos conflictos. El resurgimiento de las
autonomías territoriales en Europa y Asia. El reclamo de los derechos de las
minorías étnicas. La búsqueda y afirmación de las identidades culturales,
sexuales y religiosas. Los nuevos movimientos sociales que reivindican las
causas ambientales, animalistas y las identidades locales. La exacerbación de los
atavismos y las causas ancestrales, fenómenos que están ayudando a redefinir las
identidades territoriales.
En Colombia, al acercarnos al
fin del conflicto armado se abre un escenario donde los nuevos movimientos
sociales nos llevará obligatoriamente a replantear las relaciones entre el
centro y las periferias, entre el centralismo del poder y las autonomías
regionales. Después de muchos lustros de hegemonía de las elites capitalinas
que han asfixiado los intentos de profundización de la descentralización y de
democratización, se abre la posibilidad de construir el postconflicto desde los
territorios, como el camino para afianzar la paz territorial.
En los diferentes rincones de
la geografía colombiana se puede percibir el clamor de los nuevos movimientos
sociales que traen un viento fresco de nuevas identidades territoriales. Una
lectura más acuciosa de lo que sucede en el sur de Colombia, donde ya se habla
de la “sureñalidad”, como una
confluencia de intereses regionales entre las comunidades de Cauca, Huila,
Nariño y Valle del Cauca, que ya no solo reclaman mayores inversiones del Gobierno
Nacional, sino que buscan construir un destino común. Igual ha venido
sucediendo en la región caribe, donde los diferentes actores locales y
regionales han logrado construir una agenda común, conocida como el “Diamante del Caribe”, y buscan concretar
la propuesta de una Región Administrativa y de planificación –RAP_.
En la región central, que
cobija los departamentos de Cundinamarca, Boyacá, Meta, Tolima y la ciudad de
Bogotá, viene abriéndose paso la creación de la Región Administrativa y de
Planificación Especial del Centro del país –RAPE-. La inclusión de esta
iniciativa en las agendas políticas de los actuales mandatarios departamentales
y municipales, constituye no solo un reconocimiento de su destino común, sino también
es un paso transcendental en la construcción de este instrumento de
planificación para posicionarse como la primera región del país.
La mas reciente recomposición
del gabinete ministerial, el Presidente Santos la anunció como la evolución hacia
una nueva “coalición por la paz”. Con esta frase audaz, el presidente intento
amainar la tormenta que se le vino encima en la Unidad Nacional. Los partidos
que la conformaban, más interesados en conservar o aumentar sus cuotas
burocráticas en el gobierno, que en alinearse con la nueva hoja de ruta de la
firma de la paz, prefirieron romper la unidad y comenzar a posicionarse en el
partidor de la carrera a las elecciones presidenciales del 2018.
Pero, más allá de este impase,
lo que trato Santos con este nuevo gabinete es reconocer e integrar en la nueva
coalición, los liderazgos regionales. Este es un paso necesario pero no
suficiente para recomponer la coalición de gobierno. Se requiere que el
Presidente Santos sea más audaz, y ponga en marcha una estrategia para
recuperar la gobernabilidad, que incluye poner en marcha la agenda legislativa
para incorporar en el ordenamiento jurídico los acuerdos y las reformas
pactadas en La Habana. Un camino más expedito lo abrió la Corte Constitucional
al admitir la demanda del ex fiscal Montealegre, de convertirlos en Acuerdos
Especiales de paz, que permiten elevarlos a rango constitucional, con el apoyo
del Congreso.
La nueva Agenda de paz, debe
incluir una estrategia de copamiento militar e institucional de las regiones
donde tienen presencia los grupos insurgentes, para garantizar un transito pacífico
hacia el postconflicto.
En síntesis, la nueva Agenda de paz debe, fundamentalmente, avanzar
en la dirección de constituir una nueva coalición política, fundada en la
integración de las nuevas fuerzas sociales y políticas regionales, el
afianzamiento de la paz territorial y la creciente autonomía territorial.
Solo así se logrará que
cuando la voz de los fusiles se calle, tengan la palabra:
“las estirpes condenadas a cien años de
soledad que no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra!”
Luis Alfredo Muñoz
Wilches,
Bogotá, mayo 9 de
2016