lunes, 28 de septiembre de 2020

¿La crisis institucional del Gobierno Duque o la vuelta a los estados de excepción?


 
(…) Todos suponemos que hay un iceberg esperándonos,

oculto en alguna parte del brumoso futuro,

contra el cual chocaremos para después irnos a pique 

mientras la música sigue sonando

Jacques Attali, “El Titanic”

 

El reciente incidente de desacato al fallo de la Corte Suprema de Justicia que le ordenó al Ministro de Defensa “pedir perdón” a la ciudadanía por los excesos en el uso de la fuerza que desembocaron en la muerte del estudiante Dilan Cruz en noviembre del año pasado, constituye un paso más en la profundización del carácter dictatorial del gobierno Duque. En un fallo histórico, frente a los hechos de brutalidad policial, la Sala de Casación Civil de la Corte se pronunció a fondo e impartió órdenes como prohibir el uso de armas de fuego y ordenar la expedición de una reglamentación para proteger el derecho a la protesta ciudadana, acogiendo las directrices de la Corte Constitucional, la Corte Interamericana de Derechos Humanos (IDH) y la ONU.

El Ministro Carlos Holmes Trujillo controvirtió el fallo y justificó la conducta de las Fuerzas Armadas diciendo que el Esmad actua para hacer respetar los derechos de la ciudadanía que no participa en la protesta y para reprimir los “brotes de violencia” y “vandalismo”. Estas declaraciones constituyen una amenaza al Estado de Derecho por parte de un gobierno que desconoce las decisiones judiciales, desafía la independencia de la justicia y rompe el necesario equilibrio de poderes, desatando una nueva crisis institucional.

Con la expedición de la Constitución Política del 91, Colombia logró reestablecer un precario equilibrio institucional entre la efectividad de un Estado, guardián del uso de la fuerza, y la protección de las libertades individuales. Después de un largo período de violencia generalizada y de supremacía de los estados de excepción -conocidos como “Estados de Sitio”-, se logró un arreglo institucional definido como un Estado Social de Derecho, que está fundado en el respeto a los derechos humanos, la protección de la vida, la convivencia pacífica y la defensa del interés común. En otras palabras, la Constitución del 91 logró la cuadratura del círculo, reconciliando la unidad del estado-nación con el respeto a los derechos ciudadanos y, particularmente, la incorporación de derechos económicos, sociales y culturales, como las nuevas “reglas del juego” institucional.

Este “gran compromiso” entre el Estado y la sociedad, que caracteriza a las democracias liberales modernas, se funda en por lo menos 4 acuerdos sobre “lo fundamental”: en primer lugar, el compromiso de que las “reglas del juego” se construyan mediante acuerdos públicos, con la participación de una ciudadanía activa. Este principio del Estado de Derecho implica que las decisiones fundamentales se hagan de manera pública, ya sea sometidas a la consulta popular o a la aprobación en las instancias de representación política. En nuestro país, este principio se rompió por la vía de los poderes excepcionales otorgados por el Congreso al gobierno. Con ocasión de la llegada del Covid-19, se le concedieron facultades expresas para mitigar los efectos sociales y económicos de la pandemia, pero estas han sido usadas para cambiar las “reglas del juego”. De los más de 174 decretos expedidos por el gobierno Duque con fuerza de ley, solo unos pocos se relacionan directamente con la atención a la pandemia. 

El segundo principio fundamental está relacionado con el establecimiento de un sistema de pesos y contrapesos que hacen posible el control de los excesos de poder. Este principio también se ha roto. De un lado, el Congreso –en manos de una frágil mayoría de intereses procaces- decidió desvanecer su poder legislativo y declinar sus funciones de control político para diluir su papel en unas aburridas charlas virtuales. Así hemos presenciado, atónitos los colombianos, cómo este Congreso eludió el fallo del Tribunal de Cundinamarca que le ordenó al gobierno suspender las operaciones de la brigada militar EEUU e instó al Congreso a asumir su función de control político para examinar y autorizar estas operaciones, como es su función constitucional. Sin embargo, el Congreso prefirió guardar silencio frente a las declaraciones del Mindefensa en el sentido que lo había consultado con “algunos parlamentarios”, a espaldas del Congreso. De otro lado, ha resultado más grave aún el desconocimiento del gobierno de la independencia de la justicia. No solo el presidente Duque ha demostrado reiteradas veces su desacuerdo con los fallos de la Corte Suprema de Justicia, sino que el Ministro Carlos Holmes Trujillo controvirtió publicamente el fallo de Sala Civil de la Corte Suprema y salió en defensa de las Fuerzas Armadas, equiparando el derecho a la libre expresión de una ciudadanía que protesta contra los abusos de la fuerza pública, con quienes no lo hacen. De esta forma desconoció la declaración de la Corte Suprema que señaló: “una nación que busca recuperar y construir su identidad democrática no puede ubicar a la ciudadanía que protesta legítimamente en la dialéctica amigo-enemigo, izquierda y derecha, buenos y malos, amigos de la paz y enemigos de la paz”.

El tercer principio fundamental establece el monopolio de las armas y el uso de la fuerza en manos del Estado, siempre y cuando esté sometido al control civil y sea garante de las libertades y derechos de los ciudadanos. Como lo vimos con la muerte de Juliana por el disparo de un uniformado de las FFMM cuando transitaba por la carretera en Miranda Cauca, esta clase de atropellos han sido una conducta sistemática durante los 2 años del gobierno Duque. Dicha conducta tuvo sus origenes en las directrices impartidas por el anterior Ministro de Defensa, quien ordenó incrementar las bajas en las operaciones de las FFAA, en lo que de conoció como una nueva versión de los “falsos positivos”. 

Con ocasión de los más recientes sucesos del 9S y 11S, estos abusos han desbordado todas las normas del estado de derecho, al punto de que la comunidad internacional se ha manifestado preocupada por el creciente deteriorio de los estándares de los derechos humanos en Colombia y ha llamado al gobierno a ejercer los controles correspondientes para evitar un nuevo derramamiento de sangre en Colombia. 

El cuarto lugar, en relación con el criterio anterior, el Estado colombiano ha renunciado a ejercer el control de muchos territorios en disputa con fuerzas delicuenciales, donde se ha concentrado la violencia. Como la afirmara, el politólogo Gilberto Tobón: “En Colombia hay más territorio que Estado”, en la medida en que el Estado no ha sido capaz o no ha tenido la voluntad de recuperar el control de los territorios antes ocupados por las Farc. El gobierno ha incumplido los Acuerdos de Paz, y no ha hecho presencia para garantizar la seguridad, la vida ni la prestación de los servicios públicos esenciales en las regiones de la ruralidad profunda. 

En este mismo sentido, y más grave aún, el Estado cede el control de vastas zonas fronterizas a los grupos delincuenciales. Aún se recuerdan las imágenes de cómo se realizó el ingreso de Juan Guaido por Puerto Santander, Norte de Santander, un territorio bajo el control de los Rastrojos. De acuerdo con los testimonios entregados por el director de la Fundación Progresar, Wilfredo Cañizares, "el operativo de ingreso a Colombia de @jguaido para el concierto del 23 de febrero del año pasado fue coordinado por el grupo paramilitar de los Rastrojos, quienes montaron una operación candado desde Guaramito a Agua Clara, hasta cuando llegaron funcionarios públicos a recogerlo".

En estas condiciones, el país ha entrado en una encrucijada que amenaza la estabilidad del estado de derecho y el retorno a los “estados de excepción” que, parece gustarle mucho al gobierno Duque, para paliar su propia incapacidad y su creciente pérdida de legitimidad. 

En este contexto, los caminos de la democracia liberal comienzan a bifurcarse entre la salida dictatorial que propone el gobierno y sus aliados, y la profundización de las conquistas alcanzadas con el Estado Social de Derecho. 

La dictadura civil puede proporcionarle al gobierno Duque una vía de escape para la supreción de las libertades individuales y las garantías institucionales. Se trata del retorno al “Estado de Sitio” donde los poderes excepcionales del Estado se colocan en cabeza del gobierno por encima de la democracia-liberal y se rompe el equilibrio de poderes.

Sin embargo, ese camino de la dictadura civil no está exento de riesgos y peligros. El primero de ellos tiene que ver con el deterioro creciente de los DDHH y el rechazo de la comunidad internacional, que, dicho sea de paso, le importa muy poco al gobierno Duque. Su negativa a recibir las visitas de los delegados de la Oficina de la Alta Comisionada para los Derechos Humanos, ACNUDH, y las afirmaciones del gobierno de que se trata de “una intromisión en la soberanía del país” es una prueba de ello.

El segundo factor de riesgo lo constituye la creciente pérdida de legitimidad de su gobierno que, a pesar del confinamiento, se manifiesta en el aumento de las protestas y el rechazo a sus políticas. Incluso, voceros autorizados de la Iglesia, los partidos políticos tradicionales y el sector empresarial, han salido a manifestar su preocupación, cuando no su abierto rechazo, con el rumbo que está tomando el país bajo la conducción del presidente Duque. 

De la otra orilla, va ganando cada vez más espacio la propuesta de un “Pacto Histórico” de todas las fuerzas democráticas y sociales que buscan defender las conquistas del estado social de derecho y profundizar las libertades y los DDHH.

 

Luis Alfredo Muñoz Wilches, 28 de septiembre de 2020

 

La tapa

En medio de la alta tensión que vive el país por los excesos de violencia de las FFAA y las confusas versiones dadas por los oficiales del Ejército sobre el asesinato de Juliana Giraldo en el sitio denominado Guatemala, en Miranda Cauca, se conocieron los testimonios sobre el reiterado acoso de que fue víctima por su condición de LGTB, por parte de los soldados del batallon a cargo de las operaciones en esta zona; el demencial trino del exsenador Uribe atribuyendo este asesinato a un error fatal provocado porque “Santos minó la moral de las FFAA”; y las declaraciones de la senadora Cabal del CD, acerca de que “el Ejército es una fuerza letal de combate que entra a matar” .

 

 

lunes, 14 de septiembre de 2020

La silla vacía: crónica de la necropolítica y otros trinos del Ubérrimo

 

Por qué tanto entusiasmo mijo?, estás vestido como para un gran acontecimiento -dijo su mujer

Este entierro es un acontecimiento -dijo el coronel-.

Es el primer muerto de muerte natural que vamos a enterrar en muchos años

El coronel no tiene quien le escriba, Gabo

Como era de esperarse, el presidente Duque no acudió a la cita del perdón y la reconciliación con un país indignado y dolido. Prefirió quedarse en su cómoda y dorada jaula de cristal. Allí puede refugiarse en la intimidad de su camarín y recibir el abrazo cálido de sus amigos de la Sergio que alternan su trabajo de negacionistas de la realidad con la diligente prestancia para hacerle los oscuros mandados al señor del Ubérrimo. Obligado cómo está a representar un papel para el cual no está preparado, se siente más seguro detrás de cámaras donde sus maquilladores pueden disimular mejor su ineptitud. De está manera puede alternar sus cotidianas salidas a escena, donde cegado por las luces de su vanidad y arrogancia, no ve la pobreza, el desastre y el incendio en que ha dejado sumido el país en sus dos años como aprendiz de mandatario.

El balance de la semana pasada es el más triste y tenebroso de los últimos 25 años en el historia del país: 14 jóvenes perdieron la vida en Bogotá, 72 personas heridas a bala, y cientos de ciudadanos víctimas de los atropellos de la policía. Todo esto sucedió en escasas 48 horas ante la mirada indiferente del gobierno nacional.

La alcaldesa de Bogotá Claudia López declaró con lágrimas en los ojos que “Lo sucedido es una auténtica masacre de los jóvenes de nuestra ciudad”. Y añadió que esto “es lo más grave que nos ha pasado en Bogotá desde la toma del Palacio de Justicia”. Por eso, acudió indignada al Palacio de Nariño a invocar la solidaridad del gobierno del presidente Duque e invitarlo este domingo a un acto de reconciliación y perdón con las víctimas de los abusos policiales. Pero se chocó con la arrogancia de un presidente indolente ante los clamores del pueblo pero dócil con los poderosos y los trinos del Ubérrimo.

Tal vez no exista en español una palabra que permita expresar una situación tan siniestra como la que estamos viviendo en Colombia, bajo el gobierno del aprendiz Iván Duque. El recientemente fallecido sociólogo y filósofo polaco Zygmunt Bauman la definió con una palabra alemana “Unsicherheit” que reúne tres conceptos de la ciencia política contemporánea: “incertidumbre”, “inseguridad” y “desprotección”.

La incertidumbre de un régimen político que, en dos años de desgobierno, se ha dedicado a torpedear el Acuerdo de Paz, recrudeciendo el clima de violencia, la inseguridad en los territorios rurales y el atropello de los derechos humanos en todo el país.

De acuerdo con la Oficina de la Alta Comisionada de la ONU para los Derechos Humanos en Colombia (ACNUDH) hasta la fecha se han perpetrado 572 asesinatos de líderes sociales y defensores de los derechos humanos, más de 53 masacres que dejan como saldo trágico 202 personas asesinadas principalmente en los departamentos del Cauca, Nariño, Norte de Santander, Putumayo, Choco, Córdoba y Valle del Cauca. Lo mismo que el aumento de los ataques contra los líderes indígenas (271 casos bajo el mandato del aprendiz) y el incremento de la violencia contra las mujeres defensoras de los derechos humanos (104 casos) y el aumento de más del 50% de los feminicidios y la violencia contra la mujer. A lo cual se suma el intento del Gobierno por impedir y bloquear trabajo de los delegados para Colombia de las Naciones Unidas y constreñir el funcionamiento de la Justicia Especial para la Paz (JEP), reduciendo su presupuesto.

En materia de inseguridad resalta el manejo errático del gobierno Duque en los 5 meses que llevamos de emergencia sanitaria provocada por el Covid-19. La pandemia puso al descubierto muchas de las miserias del sistema de salud, donde las EPS y las aseguradoras privadas concentran el manejo de los recursos de la salud y contratan con las entidades prestadoras de salud (IPS), como los hospitales públicos, pero no les pagan y mantienen al personal de la salud en unas condiciones francamente deplorables.

Así mismo, la crisis económica provocada por la cuarentena y la parálisis de las principales actividades económicas no ha sido atendida con la urgencia y la prioridad que requiere. El gobierno nacional se ha negado a acoger la propuesta de otorgar una Renta Básica Universal para paliar el efecto del desempleo de hoy afecta a más de 4, 9 millones de colombianos, como lo han hecho otros países. Por el contrario, el gobierno le ha otorgado al sector financiero recursos hasta por 3,6 billones de pesos, y en vez de atender el clamor de miles de pequeños y medianos empresarios, que generan la inmensa mayoría de los puestos de trabajo de los colombianos, le otorgó un préstamo por U$ 370 millones a Avianca, una empresa de inversionistas extranjeros que tiene asiento en los paraísos fiscales, no paga impuestos en Colombia y goza del monopolio de las principales rutas aéreas del país.

En este orden de ideas, los recientes acontecimientos son una demostración del nivel de “desprotección” en el que nos hallamos. Las autoridades de policía cuya función constitucional es ofrecer protección a la ciudadanía, voltean sus armas para agredir, maltratar y hasta asesinar a los inermes ciudadanos.  

Las lágrimas de la alcaldesa de Bogotá son mensaje de impotencia y rabia a la vez. Impotencia al ver cómo la policía se le salió de madre y le hizo pistola a su llamado a no usar pistolas!. Rabia, con el desplante del presidente Duque que deja vacía la silla del perdón y la reconciliación.

El presidente Duque no ha dado muestras de respeto a la Constitución ni a la independencia de poderes. Sus declaraciones en favor del detenido y sub judice expresidente Uribe, son una demostración de que el aprendiz ha tomado muy bien la lección de su “maestro”. Simplemente, arrancó la página del libro de Robert Michels donde describe su famosa “ley de hierro de la oligarquía” para repetir los abusos de poder de su mentor político

El presidente Iván Duque aprovechando muy bien las facultades extraordinarias otorgadas por el Legislativo para el manejo de la emergencia del Covid-19, concentrando aún más el poder. Fruto de ello, ha expedido más de 164 decretos con fuerza de ley durante la emergencia, de los cuales solo 11 se relacionan directamente con la emergencia sanitaria. La mayoría de ellos se refieren a reformas que no habían tenido acogida en el parlamento, tales como: la reforma laboral que le da vía libre a la total desregulación y la pérdida de la protección del trabajador; la autorización a los grandes proyectos de minería-extractiva en detrimento de las comunidades y del medio ambiente; el uso del fracking en la explotación petrolera; la venta de activos de Ecopetrol; el retorno de la fumigaciones aéreas, entre otros. Y de está forma logró filtrarlas por la puerta de atrás, al mejor estilo de las Jobvisitas

Esta tendencia a la concentración excesiva de poder es la puerta de entrada a la dictadura civil y a la profundización de los abusos y la arbitrariedad. Cuando la esfera de lo público se va opacando, como consecuencia de la pérdida de legitimidad de las instituciones y el desprestigio de los partidos políticos, solo queda como recurso la fuerza bruta.

Por esto, vemos como los trinos del expresidente Uribe, desde su finca-prisión domiciliaria, se tornan cada día más oscuros y siniestros. Los llamados constantes a la militarización del país, a la supremacía de las fuerzas armadas, a la declaratoria del estado de excepción son una expresión de la nueva necropolítica. Como dijera Hannah Arendt para entronizar el discurso de la necropolítica se requiere “volver banales a los seres humanos”, porque de esa forma se les despoja de su naturaleza humana y puede criminalizar al adversario mediante expresiones tales como: “vándalos”, “jóvenes-far”, “incitadores”, “terroristas”, “bandidos”.

De esta manera, el totalitarismo apunta a la aniquilación de la subjetividad, de las capacidades de autodeterminación y de la esfera de lo público para hacer trizas los espacios democráticos que aún nos quedan. Porque, en la medida que no hay individuos, desaparece la necesidad del diálogo. No hay nada de qué hablar. Los poderes absolutos ya no tienen necesidad alguna de argumentar o de convencer a nadie de sus acciones. Basta con la presencia de los símbolos de su poder: como se lo expresara el policía de la moto “pa´que vea, estudie y no puede hacer lo que yo te hago a ti”

Pero en medio de esta oscuridad que nos quiere imponer el totalitarismo surge una chispa que incendia la pradera y permite llenar de luz el horizonte. Esa chispa no es solo el estallido momentáneo de luces y destellos que luego se desvanecen en el aire. Sé trata de la energía distinta, de una energía renovadora y creativa que fue capaz de transformar un CAI en una biblioteca pública. Demostrando que lo imposible es posible!

Allí está el cimiento de algo nuevo, de ese espíritu lúdico y creativo que es capaz de transformar un cuartel en una biblioteca, un panóptico en un centro cultural.

Que vivan los estudiantes

Jardín de nuestra alegría

Son aves que no se asustan

De animal ni policía

 

Luis Alfredo Muñoz Wilches, 14 de septiembre de 2020

 

 

La Ñapa:

 

Les dedico esta columna como un pequeño y simbólico homenaje a estos paisanos y compatriotas que murieron víctimas del odio y la arbitrariedad policial:

Julieth Ramírez, de 18 años

Cristian Camilo Hernández, de 26

Jaider Fonseca, de 17 años

Germán Puentes, de 25

Andrés Rodríguez, de 23

Angie Paola Vaquero, de 19

María del Carmen Viuvche, de 40;

Jesús Arias, de 17;

Cristian Hurtado, de 27;

Stiven Mendoza, de 26, y

Julián Mauricio González, de 27

Javier Ordoñez, abogado de 42 años