domingo, 26 de abril de 2020

La crisis de abastos: la encrucijada del modelo de intermediación alimentaria en Colombia


“Nadie sabe qué lleva en ese costal, el viejo pordiosero. 
¿Acaso esconda un libro que narra el combate de Jacob con el ángel exterminador?”
Un Violín para Chagall, Juan Manuel Roca

La semana que termina los colombianos nos enteramos una pésima noticia: la presencia del covid-19 en Corabastos, la central de abastos más importante del país, con 7 casos positivos de contagio y varios más en observación. Y casi simultáneamente, el Ministro de Agricultura anunciaba apresuradamente -en medio de un debate de control político que le hiciera el ahora el Congreso virtual de la República- la aprobación del proyecto de Apoyo a Alianzas Productivas para la Vida 2020 -PAAP-, destinado a apoyar la vinculación de los pequeños productores rurales a los mercados de abastecimiento agroalimentario, a través de un esquema de agronegocios; al cual se le destinarán un poco más 40 mil millones de pesos.
Corabastos ha sido tradicionalmente un pésimo modelo de la intermediación del mercado de alimentos del país. Funciona como un gigantesco hipermercado donde se negocian un promedio de 8.500 toneladas de alimentos y un pequeño grupo de mayoristas les fijan el precio a los alimentos en Colombia. Utilizando un grupo de inspectores que, linterna en mano, revisan la carga de los cerca de 10.000 vehículos de transporte que ingresan diariamente a esta Central de Abastos; provenientes de todos los rincones de la geografía nacional. Estos transportadores -que son otro eslabón más de la ineficiente cadena alimentaria- traen a Corabastos el esfuerzo y la oferta de alimentos de miles de pequeños productores agropecuarios, que ocupan el eslabón más débil de la cadena y perciben menos del 20% del precio de mercado que pagan los consumidores[1].
La noticia que paso casi inadvertida, en medio del ruido que desató el anuncio del gobierno nacional de pasar a un “confinamiento inteligente” y permitir la reapertura paulatina de las actividades económicas, constituye una bomba de tiempo para la seguridad alimentaria del país, dado que en esta central se negocia diariamente un promedio de 8.500 toneladas de alimentos, ingresan cerca de 10.000 vehículos de carga y acuden más de 250.000 personas procedentes de diversos municipios. De tal manera, que el riesgo para la salubridad y la provisión alimentaria de miles de colombianos es monumental. Sin embargo, las autoridades decidieron como el avestruz “esconder la cabeza bajo la tierra” frente al peligro que representa este foco de contagio para la seguridad alimentaria de millones de colombianos.
Ante tamaño desafió, resulta muy poco probable que el proyecto PAAP del Minagricultura -que es un copy paste del proyecto de Alianzas Productivas- sea una alternativa eficaz para enfrentar esta problemática. En primer lugar, en materia de cobertura resulta insignificante que este proyecto solo ofrezca 150 cupos para todo el país -aproximadamente 5 por cada departamento- para paliar esta gigantesca crisis que, de acuerdo con las cifras del Censo Nacional Agropecuario, afecta a un poco más de 725 mil pequeños productores que residen en el área rural dispersa (DANE, 2014) y comercializan en las centrales de abastos entre el 7,8% y el 20% de sus productos. En segundo lugar, en materia de oportunidad no es posible que este proyecto pueda mostrar resultados antes del mes de agosto, dado que se trata de una convocatoria que se cierra el 13 de junio y cuya evaluación, aprobación y primeros desembolsos podrían tardar entre 6 y 8 semanas más. En tercer lugar, en relación con la equidad no resulta creíble que, un proyecto que destina en promedio 5 millones por productor pueda corregir las desventajas que tienen los pequeños productores rurales frente a las grandes superficies comerciales; las cuales suelen quedarse con la tajada más grande del ponqué, que representa hasta el 80% del precio final del producto. 
Por estas razones, resulta ineficaz y poco sostenible una política pública agropecuaria que no consulta el contexto de crisis que exige repensar profundamente el sistema de intermediación para rediseñar el modelo de abastecimiento alimentario, tanto en términos de la escala como de los espacios geográficos de realización. 
Las crisis, no hay que olvidarlo, también generan nuevas oportunidades para “romper la caja” y buscar nuevas soluciones que hagan posible la transformación de los viejos paradigmas. Como dijera A. Einstein “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo”.  Esto es, debemos hacer posible lo imposible y superar la inacción que significa hacer “más de lo mismo”. 
El diseño de un nuevo modelo de abastecimiento alimentario para el país requiere repensar tres paradigmas que sustentan el modelo actual: en primer lugar, se requiere desconcentrar y reducir la escala de operaciones del sistema de abastecimiento para disminuir los riesgos que implica el actual modelo de Corabastos y reemplazarlo por redes de abastecimiento que distribuyan directamente los alimentos en las tiendas de barrio, en las pequeñas plazas de mercado, mediante nutri-redes que abastecen directamente a los habitantes en sus lugares de residencia. En segundo lugar, es necesario priorizar las cadenas cortas de abastecimiento que son las que abastecen a los mercados locales y garantizan la seguridad alimentaria de los pobladores de las esas pequeñas comunidades. En una estrategia como esta puede funcionar muy bien el modelo de los mercados campesinos y la creciente presencia de los mercados “verdes” o agroecológicos, que agregan valores locales como la denominación de origen o los sellos verdes; los cuales dinamizan las economías locales y generan nuevas fuentes de ocupación e ingresos para sus habitantes.
Finalmente, las redes locales generan nuevas narrativas emancipadoras, basadas en movimientos de resistencia local o ecoterritoriales, tales como la agroecología, los negocios verdes, las redes de ayuda mutua o redes de solidaridad territorial; donde se expresan otras formas de vida o formas de capital social, basadas en criterios de solidaridad y ayuda mutua.
Este conjunto de aspectos, que están cobrando cada vez más fuerza como nuevos paradigmas relacionales, implican el reconocimiento y el cuidado del otro, y la toma de conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe a todos. 
En el contexto actual de esta pandemia, en las discusiones del mundo se han abierto paso las voces de quienes señalan la urgencia de celebrar un nuevo pacto social verde (Green New Deal, con se conoce en ingles) para enfrentar la crisis climática que está detrás del origen de esta pandemia. Desde la diputada demócrata Ocasio-Cortez, hasta el sociólogo y economista norteamericano Jeremy Rickin han venido insistiendo en la necesidad de buscar un nuevo modelo de vida basado lo que el filosofo Félix Guattarri denominó las tres ecologías: la justicia social, la justicia ambiental y la felicidad humana, bajo la égida de una nueva ética de la vida o bioética. La cual debería tener como fundamentos el cuidado del otro, la solidaridad y la interacción entre nosotros y la naturaleza, y entre lo humano y lo no humano.
Solo una construcción colectiva y solidaria nos permitirá reconciliarnos con la naturaleza, reconstruir con ella y con nosotros mismos unos vínculos de vida basados en la solidaridad y el cuidado mutuo y no en la destrucción.
Luis Alfredo Muñoz Wilches, 26 de abril de 2020



[1] Caicedo Diaz, J.F., 2013. La intermediación como impedimento al desarrollo del pequeño productor de Medellin, en la Revista Economía y Desarrollo Rural, enero-junio de 2013, Corpoica, Ciencia y Tecnología Agropecuaria, Medellin.

domingo, 19 de abril de 2020

La Rebelión de los trapos rojos

 “La Paz nos está matando”
Anónimo
La última vez que salí a la calle -en este confinamiento autoimpuesto por el Covid-19- me tropecé con una escena que corto el aliento. A la salida de un concurrido supermercado de clase media me encontré con una parejita de chamos -como cariñosamente llamamos a nuestros primos venecos- sentados en las escalinatas. Eran los mismos jóvenes que había visto desde hace aproximadamente 1 año, así que su presencia se me atojaba familiar. Pero ahora algo había cambiado. Note que el rostro de la joven mujer había palidecido y sus ojos ya no tenían el brillo de esos años alegres de la juventud. Me acerqué a ellos para compartirles algo del pan que llevaba y entonces sentí una mirada fría e inquisidora que me perturbo profundamente. Era una expresión de miedo, ira y tristeza a la vez. Una verdadera constelación oscura. 
Cuando llegué a casa y pude digerir la escena, recordé la primera vez que sentí miedo. Tenía entre 2 o 3 años y estábamos todos, mis hermanas, mi madre, mis tías y yo, junto a las ventanas cerradas de la casona de mis abuelos y los adultos guardaban un silencio agudo y doloroso. De pronto sonaron varios disparos y créanme que, aunque hubo ruido en la calle nadie salió. Solo un carro con los vidrios oscuros y sin placas, muy despacito se fue esfumando por las calles vacías. Años después supe que ese muerto había sido uno de los estudiantes ejecutados por las llamadas “fuerzas oscuras”, que todos sabíamos eran del servicio de inteligencia SIC -el DAS de la época-.
Entonces comprendí que si hay algo comparable o peor que la pobreza es la falta de libertad o lo que el premio novel de economía Amartya Sen definió como la “privación de las capacidades básicas para elegir y no únicamente su falta de ingresos.” 
Precisamente, en estos días aciagos cuando la pandemia comienza a manifestarse como una crisis de humanitaria entre las gentes más desvalidas de las ciudades, ha hecho presencia lo que el alcalde de Soacha llamo: el movimiento de los “trapos rojos”. Una expresión desesperada de la hambruna que comienza a hacer mella entre los habitantes más pobres de las ciudades, que no solo tienen dificultades para acceder a las ayudas gubernamentales, sino que además carecen de libertad para procurarse una dieta básica de alimentos. Y, entonces tienen que acudir a la solidaridad de los vecinos y las autoridades locales colocando un trapo rojo en las puertas o ventanas de sus desvencijadas viviendas 
Esta doble condición de la pobreza como carencia de ingresos y ayudas, y al mismo tiempo, privación de sus derechos económicos y sociales, tiene que ver el mal funcionamiento de las instituciones económicas y sociales que afecta la capacidad de los pobres de tres formas: en primer lugar, como carencia de activos productivos que les impide generar ingresos o procurar sus propios alimentos. En segundo lugar, su condición de informalidad no les permite tener un registro en las bases de datos gubernamentales. Y, en tercer lugar, la falta de sus derechos políticos los hace invisibles a los ojos de la opinión pública. Son lo que ahora llaman eufemísticamente “pobreza silenciosa”.
Por estas razones, la protesta de los “trapos rojos”, crece como espuma por los barrios y veredas de la “Otra Colombia”, y no puede ser calificada por las autoridades locales como una “asonada política”. Se equivocan los mandatarios si creen que, recurriendo al ESMAD para que a punta de gases lacrimógenos y de bombas aturdidoras, pueden acallar esta protesta social. Por el contrario, se debe tratar como una crisis humanitaria y acudir a todo el arsenal de instrumentos y mecanismos de solidaridad para que, bajo un esquema de corresponsabilidad entre el sector público, la empresa privada y las comunidades organizadas, se pueda lograr un trato digno y justo a está nueva situación de hambruna. 
Ya va siendo hora de que adquiramos una conciencia moral pública que valora la queja de los más desvalidos y que mira con dignidad y responde con solidaridad a quienes están en esta doble condición de pobreza.
Como lo dijera Zalamea:
“También yo he de llamar a los creyentes para que formen corro en torno mío y me escuchen
Pero no he de leerles milagros de dioses, ni hazañas de héroes, ni amores de príncipes, ni proverbios de sabios. Pues respondiendo a lo que viera el ojo, el duro brazo de la cólera arrebató el libro abierto sobre mis rodillas y lo destruyó contra el viento. Y ahora el viento dispersa sus hojas sobre el río, como ahuyenta el huracán a una bandada de pájaros de mal agüero.”

Luis Alfredo Muñoz, Bogotá 19 de abril de 2020

domingo, 12 de abril de 2020

¿Cómo aplanar la curva?: la estrategia del martillo ...

Allí estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical,que ya tanto conocía pero que ahora se había vuelto insoportable y doloroso

García Márquez, Ojos de perro azul”

Este viernes 24 de abril, el país amaneció con la cifra récord de 4.561 casos contagiados, 215 muertos, 306 profesionales de la salud contagiados y 13 médicos muertos por el Covid-19. El caradura del ministro de salud después de afirmar que la epidemióloga Zulma Cucunubá -investigadora del Centro para el Análisis de Infecciones Globales del Imperial College London- había hablado de una supresión de la curva, tuvo que salir a rectificar sus declaraciones. Y se apresuró a decir que el gobierno nacional había tomado todas las medidas de protección del personal de la salud y se atrevió a decir que el gobierno nacional había logrado “aplanar la curva” (sic!).
¡Pero la realidad es tozuda! Y cualquier colombiano, con los dos dedos de frente que nos ha dado la educación secundaria, sabe -por sus escasas nociones de trigonometría- que el comportamiento de una curva sólo puede explicarse por la pendiente que tiene incorporada y en nuestro caso, la pendiente está determinada por el ritmo de crecimiento de los contagiados -a todas luces exponencial- y la otra curva -invisible a los ojos de perro azul del ministro de salud- de la silenciosa expansión de los contagiados asintomáticos, de cuya existencia solo es posible verificar con los test diarios de coronavirus – que en nuestro país del “sangrado corazón” solo tenemos la capacidad de realizar 2.378 pruebas diarias, dramáticamente inferior a las cifras de contagio-. Así que, desde el punto de vista matemático el aplanamiento de la curva del minsalud es una falacia del tamaño de una catedral.
Pero el fallido intento por ocultar esta dramática realidad solo se explica por el afán -a todas luces irresponsable y criminal- de aplanar las otras dos curvas que tienen a este gobierno contra las cuerdas. De una parte, la curva del desgobierno de un gobernante que no tiene agenda propia y que por lo tanto debe ir a la saga de los acontecimientos  o que debe esperar que se la dicten desde  Washington. Y, de otra parte, la curva del mal gobierno que busca enfrentar la emergencia con los instrumentos convencionales y maltrechos de una política pública que no han funcionado para los tiempos normales. Un sistema de la salud pública quebrado por las aventuras financieras de los grandes cacaos que siguen pelechado con las bondades de la Ley 100 -como está pasando con el más reciente decreto 444  que creó el Fondo de Mitigación de emergencias que transfiere a los bancos el ahorro pensional de las entidades territoriales- Unas arcas públicas diezmadas por efectos de las rebajas y exenciones de impuestos a los grandes conglomerados creadas por la famosa Ley de Financiamiento y la caída en los precios del petróleo y el carbón, que nos dejan sin el ahorro público suficiente para atender la emergencia. Unos instrumentos de focalización fragmentados, ineficientes y contaminados por la politiquería y la corrupción, como le acaba de suceder con la caída de la plataforma de entrega del subsidio de ingreso solidario (SIS). A propósito, ¿quién va a responder políticamente por esta catástrofe?  
En síntesis, unas políticas públicas contaminadas con el virus de la corrupción, la ineficiencia y la indolencia del gobierno no traen el alivio ni la mitigación esperada para paliar los efectos de esta pandemia 
¡Mientras todo esto sucede, el gobierno sigue a sus anchas aplanando la curva a martillazos!
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá domingo de ramos

domingo, 5 de abril de 2020

Con el Covid-19: Todo lo sólido se desvanece en el aire

Todo debe cambiar, menos lo que permanece
Anónimo
Con la llegada de la pandemia del Covid-19, el espíritu del Manifiesto y, particularmente, la premonitoria proclama de Marx acerca de la evanescencia del capitalismo adquiere su máxima expresión, pero también su más catastrófica dimensión: la moderna vida burguesa ha llegado a su más trágico final. El hundimiento de la vida moderna, -eso que los filósofos contemporáneos han llamado la posmodernidad- alcanzó con la crisis del coronavirus un. punto de inflexión irreversible. Ya nada volverá a ser igual. El colapso del otrora poderoso sistema capitalista mundial es inminente y ninguna flota de marines norteamericanos podrá detenerlo. La aparente solidez de las instituciones económicas y políticas del mundo capitalista -eso que Wallerstein denominó “sistema-mundo”- se diluyen en medio de las desesperadas acciones de los gobernantes por contener la expansión del coronavirus. Los mercados se derrumban. Los bancos se cierran y los grandes magnates financieros del mundo se apresuran a pronosticar la caída del PIB de las principales economías del mundo. Los economistas ortodoxos, que siempre confiaron ciegamente en la infalibilidad de la “mano invisible” y le apostaron a la hechicería de los modelos econométricos, se declaran hoy impotentes para hacer pronósticos, así sean estos de muy corto vuelo. Y los foros económicos y las páginas de los medios especializados se llenan de pesimismo y solo atinan a advertir sobre el inminente paro y el aumento descomunal del desempleo a nivel mundial. Las cadenas de suministros se interrumpen dejando sin alimentos a las poblaciones del mundo más vulnerables. !Muy pronto se alzaran los pobres del mundo en búsqueda de un mendrugo de pan¡. 
El descontrol y la incertidumbre total se apoderan del mundo. Y las conversaciones así como las relaciones intersubjetivas se empequeñecen, en las cuatro paredes del aislamiento social y el confinamiento total. Todo individuo que deambula por las calles vacías de ciudades o pueblos fantasmas -recubierto de tapabocas, gorro y guantes- es un portador sospechoso de contagio; del cual hay que huir y en algunas sociedades totalitarias, castigar y matar. Se cierran las fronteras de todos los países, y el sueño de MacLuhan de estar en una “aldea global” se diluye para volver a la edad media de una vida aislada y confinada en nuestras pequeñas aldeas cibernéticas. Todo lo sólido se desvanece.
La ilusión que creo la modernidad burguesa de una subjetividad poderosa, pos hipnótica y hedonista, capaz de gastar lo que sea por una satisfacción inmediata de sus deseos, se está transformando en una horda de anónimos sujetos llenos de miedo y “cagados del susto”. Un amigo y parcero colombiano que vive en el condado de California me contaba, en estos días de cuarentena, que tan pronto el gobernador Newsom de California emitió la primera orden de confinamiento, lo primero que hicieron sus ciudadanos fue salir a comprar armas por que estaban convencidos que se aproximada una guerra y era necesario prepararse para defender su sagrada propiedad (“prohibited form passing private property”)
La aparente separación entre la economía y la sociedad burguesa, que se rige por las leyes del mercado, y la cultura moderna se diluye en lo que Zygmunt Bauman llamó “modernidad líquida”; donde todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de verdades consideradas sagradas durante siglos, se hacen trizas. Y las nuevas verdades se diluyen antes de haberse cosificado. Todo lo sagrado se vuelve profano y indulgencias que antes vendian las religiones para cubrir las llagas de la ignorancia y generar obediencia, se desvanecen en el maremagno de los rituales efímeros del día a día. 
¿Dónde queda entonces la certeza y la estabilidad de la vida moderna? Por efecto del coronavirus -que paradoja que una pequeñísima partícula, invisible a los ojos inquisidores del hombre contemporáneo, haya logrado desafiar la estabilidad y seguridad que le ofrecían a las sociedades capitalistas contemporáneas, la parafernalia de los dispositivos electrónicos, armamentísticos y telemáticos- el hombre moderno se ha visto forzado a considerar, de la manera más abrupta  y radical, sus condiciones de existencia, sus creencias y valores y la forma como nos relacionamos con los demás.
¿A dónde nos llevará toda está hecatombe de la modernidad burguesa? Que ya no es solo una crisis económica más sino la crisis de la civilización misma.
El problema de la supervivencia del capitalismo es que este sistema que promueve la competencia y el activismo incesante de la vida moderna destruye las posibilidades humanas de crear sentidos de vida diferentes a la mera consecución de la ganancia y el enriquecimiento individual, a costa del empobrecimiento y la penuria de la inmensa mayoría.
Por estas razones, el sistema capitalista portador del afán de lucro individual como único bien moral, debe ser sustituido por un sistema donde las personas puedan realizarse integralmente, desarrollando todo tipo de trabajo, tanto manual como intelectual, que le den un sentido de vida plena y de múltiples realizaciones, tanto en lo económico como en lo social, cultural y espiritual. Solo entonces podremos lograr una sociedad donde el libre desarrollo de cada individuo sea al mismo tiempo, el libre y solidario desarrollo de todos. Una sociedad del buen vivir 
Luis Alfredo Muñoz Wilches, 5 de abril de 2020