domingo, 31 de mayo de 2020

La protesta social y la reforma educativa: ¿una articulación posible?

“No puedo respirar …”
El grito de George Floyd antes de morir bajo la rodilla de un policía en Minneapolis
El mes de mayo terminó con una incendiaria protesta social, que se extendió como un reguero de pólvora por las principales ciudades de los Estados Unidos y del continente europeo, motivada por la indignación que causó el vil asesinato de George Floyd, un afroamericano, asfixiado por un policía en la ciudad de Minneapolis, Minnesota. 
Mayo siempre será recordado como el mes de las más grandes protestas juveniles del mundo contemporáneo. Las primaveras de Berkeley, de París y de Praga fueron escenarios para que los estudiantes universitarios y la juventud de mundo entero se transformaran en los protagonistas del movimiento contracultural y de acción política más significativo de la sociedad de la posguerra. Este movimiento cambió buena parte del sistema de valores de la modernidad, dando lugar a nuevas expresiones e identidades tales como la libertad sexual, el reconocimiento de los derechos sociales, económicos, políticos y culturales de las minorías étnicas y la conciencia ambiental.
Sin embargo, las aspiraciones sociales de cambio, no lograron concretarse y, por el contrario, la situación de pobreza, desigualdad, discriminación, persecución política y opresión se han agudizado. Recientemente, en Colombia, el Acuerdo de Paz abrió las compuertas para el surgimiento de nuevas expresiones como el cacerolazo, una manifestación de respaldo a la protesta estudiantil por un mejor sistema educativo que aún no logra materializarse.
Es común escuchar en nuestro país que, el mejor legado para las nuevas generaciones es una buena educación. Sin embargo, esa aspiración le ha sido negada tradicionalmente a nuestros jóvenes por la incapacidad del sistema público de ofrecer una educación de calidad. El sistema, en medio de la pandemia, ha dejado ver todas sus flaquezas: la carencia de conectividad le está negando el acceso a más del 50% de los estudiantes en las cabeceras municipales y el 70% en las zonas rurales. La deserción escolar y, particularmente, la universitaria ha aumentado dramáticamente. En las universidades, públicas y privadas, se ha acentuado la reducción de la matrícula para el segundo semestre de este año; y al igual que en la educación técnica y tecnológica, se enfrentan a la falta de recursos pedagógicos adecuados para operar en la modalidad virtual. 
Nuestro modelo educativo no contribuye a formar buenos ciudadanos, con pensamiento autónomo para reflexionar y argumentar críticamente, y tomar sus propias decisiones. El sistema educativo es un laberinto, con múltiples callejones sin salida que no conecta la educación media con la educación técnica, tecnológica, ni universitaria. Cada una funciona como compartimientos separados; dificultando la adopción de las recomendaciones de la Misión de Sabios 2019. En consecuencia, no ha sido posible la creación de las condiciones para ofrecer una educación de calidad, a partir de la integración, la universalización, la diversificación de la educación media, y su vinculación con la educación postsecundaria. 
Debemos prepararnos para enfrentar los grandes retos de la educación del siglo XXI, que vincule a los jóvenes a la sociedad del conocimiento, la innovación social y el desarrollo tecnológico. Para ello, es necesario pensar en una reforma educativa integral que aborde los siguientes aspectos: 
En primer lugar, se requiere integrar el conocimiento fragmentado. Los estudiantes deberán desarrollar su capacidad para conocer y aprehender la complejidad de los ecosistemas que caracterizan la vida social; donde las dimensiones económica, social, cultural y ambiental están mutua y estrechamente relacionadas y forman parte de realidades cada vez más interdependientes.
La pandemia ha evidenciado como un pequeño virus puede minar las bases del poderoso sistema-mundo. El moderno estilo de vida globalizado nos ha hecho vulnerables ante cualquier alteración de los ecosistemas que conforman la compleja vida en este planeta. Por estas razones, ahora más que nunca, se requiere promover un conocimiento capaz de comprender los problemas globales y complejos contemporáneos, donde “el más leve aleteo de una mariposa puede tener efectos en cualquier lugar del mundo”. 
En segundo lugar, como lo afirma E. Morin, se requiere volver a la enseñanza de la condición humana, para comprender que somos seres integrales, cuya unidad compleja ha sido desarticulada por una educación basada en disciplinas independientes que no se comunican entre sí. Necesitamos de una educación cuyo objetivo esencial sea aprender de la frágil condición humana, formando ciudadanos con capacidad para conocer, convivir y actuar solidariamente ante las amenazas que se ciernen sobre la humanidad y sobre el planeta tierra.
En tercer lugar, se requiere de una educación pertinente. Los procesos de enseñanza deben articular la información y el conocimiento global para comprender el contexto histórico y social donde estamos inmersos. Es necesario enseñar con métodos e instrumentos que permitan relacionar lo local con lo global. “Pensar globalmente y actuar localmente” fue la expresión usada por el movimiento ambientalista Amigos de la tierra y adoptada años más tarde como un lema de la Cumbre de la Tierra (Río de Janeiro, 1992) para abogar por pequeñas acciones locales que contribuyan a proteger el medio ambiente.
En cuarto lugar, es necesario formar a los formadores. El sistema educativo requiere de un nuevo maestro, que incorpore recursos pedagógicos propios de la educación virtual y con ello conduzca a los niños, niñas y jóvenes hacia una educación basada en el conocimiento, innovación y uso de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Para ello, los maestros deben desarrollar nuevas competencias y habilidades en manejo de redes del conocimiento, innovación, inteligencia artificial, entre otros.
Se deben sumar a esta estrategia acciones que faciliten la comunicación alumno-profesor, y padre de familia de tal manera que se pueda evaluar periódicamente el avance de las habilidades personales, cognitivas y sociales involucradas en los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Para hacer realidad lo anterior, es condición indispensable lograr el acceso universal y gratuito al internet de banda ancha y que el Ministerio de Educación prepare y ponga en marcha un ambicioso programa de formación de los nuevos maestros conjuntamente con los gobiernos departamentales y municipales. 
Uno de los mayores retos de la educación virtual es lograr que los estudiantes, con el acompañamiento de sus profesores, tutores y profesionales especializados, puedan desarrollar capacidades y habilidades para el aprendizaje autónomo, haciendo uso de recursos y materiales de apoyo, como la tv educativa, las bibliotecas virtuales, las ludotecas, el citilab y el maker space, entre otros.
El quinto reto es el de promover la integración de la educación y los sistemas productivos a través de redes de innovación. La integración de los niveles, ciclos y modalidades educativas entre sí, y con el sector productivo, así como con los sistemas de investigación, innovación y desarrollo tecnológico, es condición para lograr una educación pertinente a los requerimientos del desarrollo regional y local. En este sentido, la Misión de Sabios 2019 recomienda articular la educación a los procesos de transformación productiva, basados en la diversidad natural y cultural del país. Esta estrategia contribuye a superar la dependencia de las economías extractivas del petróleo, el carbón y los recursos naturales y, en su lugar, promover la producción agrícola, el uso de los servicios ambientales y el desarrollo de economías creativas buscando la sostenibilidad de los sistemas.
El sexto reto lo constituye el acceso de todos los jóvenes a la educación media, y su vinculación a la educación técnica, tecnológica y universitaria. Se trata de que los jóvenes puedan obtener titulaciones dobles y continuar con los procesos de formación superior. Para ello es necesario promover el establecimiento de centros de formación y prestación de servicios tecnológicos regionales y/o subregionales, donde los estudiantes del nivel medio y secundario puedan realizar pasantías y/o prácticas de innovación y transferencia de tecnologías apropiadas para el desarrollo de los entornos productivos y sociales locales y regionales.
Finalmente, en séptimo lugar, promover la transformación de las estructuras institucionales y de la gestión escolar. Sistemas de gobernanza más flexibles y democráticos que incorporen a las comunidades locales y a los representantes del sector productivo en la escuela, podrán responder mejor a las demandas de sus entornos sociales, productivos, culturales y ambientales.
Solo con una profunda reforma educativa podremos lograr procesos de cambio continuo y permanente que hagan realidad las aspiraciones de la protesta social. 

Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá mayo de 2020

domingo, 24 de mayo de 2020

El Covid 19 y las Plazas de Mercado: una oportunidad para transformar el modelo de abastecimiento de Bogotá

Me criaron de plaza en plaza, yo crecí por los caminos;
Arriando el lote que fuera y acompañao de mi silbo:
Soy saceño y desde pequeño pongo en el ojo toda mi fe
El Saceño, Jorge Velosa

Con el cierre temporal de Corabastos, decisión tomada por la Alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ante la expansión incontrolada del foco infeccioso de la pandemia, se confirmó el inmenso riesgo de continuar operando un centro de abastecimiento de estas dimensiones y se abrió una inmensa oportunidad para transformar el modelo de abastecimiento de Bogotá 
Corabastos ha sido tradicionalmente un pésimo modelo de la intermediación del mercado de alimentos del país. Funciona como un gigantesco hipermercado donde se negocian en promedio diariamente 8.500 toneladas de alimentos y acuden más de 250.000 personas entre compradores, vendedores, transportadores, coteros, pregoneros y fisgones. 
Muchos son los eslabones de esta ineficiente cadena alimentaria que abastece a millones de consumidores, localizados principalmente en Bogotá, con la producción de alimentos generada por miles de pequeños productores agropecuarios de la región central del país, quienes ocupan el eslabón más débil de la cadena y perciben menos del 20% del precio de mercado que pagan los consumidores[1].
En el año 2006, cuando formé parte del equipo del gobierno de Lucho Garzón que promovió la creación del IPES[2], tuvimos que recibir la administración de 18 plazas de mercado que se encontraban en un estado deplorable. Con una ocupación de casi el 80% de sus puestos, un caótico sistema de contratación y una cartera morosa muy alta, se desconocía prácticamente en manos de quienes estaban esas tradicionales plazas.
Eran los años donde la avasalladora presencia de las grandes superficies, supermercados y “fruver” -que se desarrollaron con mucha fuerza en los años 90- habían logrado capturar más del 97% del mercado de alimentos de Bogotá; mientras que las tradicionales plazas de mercado, con unos esquemas administrativos obsoletos, unas precarias condiciones de higiene y salubridad y unos procesos operativos que las hacían muy poco competitivas, estaban a punto de desaparecer.
Para enfrentar esta situación y equilibrar la cancha, se diseñó y se puso en funcionamiento el Sistema de Abastecimiento de Alimentos de Bogotá, SAAB[3], bajo la dirección de la Unidad Ejecutiva de Servicios Públicos, UESP, y la orientación del Programa Bogotá Sin Hambre. El sistema se concentró en el desarrollo de la plataforma logística Los Luceros[4] y una plataforma informática[5] como soporte para la operación del SAAB. Sin embargo, esta plataforma nunca logró despegar y quedó reducida a una moderna infraestructura física.
Hoy en día, vemos a las 19 Plazas de Mercado -incluida la plaza de Paloquemao, que tiene una administración cooperativa distinta- recuperadas y transformadas, gracias al esfuerzo conjunto entre funcionarios del IPES y los comerciantes de las plazas, con el apoyo -más o menos continuo de las Administraciones distritales. Estas han renacido y, en algunos casos, han vuelto a tener el encanto y la significación cultural, histórica y económica de antaño. 
Nuestras tradicionales plazas de mercado son parte del patrimonio cultural, turístico y gastronómico. No solo son un espacio de transacciones económicas sino fundamentalmente un lugar de encuentro entre el campo y la ciudad, donde la abundancia de los productos agrícolas son la oportunidad para sentir y disfrutar los olores y sabores del campo. Las plazas de mercado podrán renacer con inusitada fuerza gracias a la oportunidad que se ha abierto con la pandemia como un canal de distribución eficiente y muy significativo para el encuentro entre consumidores y productores, reduciendo la intermediación.
Sin embargo, las plazas de mercado hoy en día manejan menos del 5% de la oferta alimentaria de Bogotá, razón por la cual, requieren integrarse a un moderno sistema de abastecimiento de alimentos al lado de tenderos, comerciantes, pequeños y medianos supermercados, mercados móviles, mercados campesinos, plazas y plazoletas privadas, pequeñas y medianas industrias alimenticias, restaurantes, transportadores y redes de productores. 
La transformación y modernización de la cadena de abastecimiento de alimentos de la región central es una posible y urgente alternativa frente al riesgo que representa la amenaza de Corabastos para la salubridad y la seguridad alimentaria de millones de colombianos. 
El rediseño del modelo de abastecimiento de alimentos de la región central requiere repensar tres paradigmas que se han atravesado como vacas muertas en el camino de la modernización del sistema alimentario: en primer lugar, se requiere desconcentrar y descentralizar las operaciones del sistema para reducir las ineficiencias y los riesgos que representa Corabastos y reemplazarlo por miles de redes de distribución, donde las plazas de mercado de Bogotá pueden jugar un papel fundamental como centros de acopio o referenciación y distribución, con presencia en todas las localidades de la ciudad. En segundo lugar, se debe superar la actual dispersión y atomización de la cadena, mediante un modelo que integre desde los productores organizados en redes agroalimentarias, pasando por transportadores y operadores logísticos, hasta las redes de distribución de alimentos, incluidas las pequeñas y medianas industrias alimenticias y restaurantes. De esta manera se puede mejorar la eficiencia de la cadena, aumentar los ingresos de los productores agropecuarios, reducir los precios de los alimentos y garantizar su calidad y sanidad. 
Finalmente, es necesario apoyar las cadenas cortas de abastecimiento que surten los mercados campesinos locales y garantizan la seguridad alimentaria de los pobladores de pequeñas comunidades. En una estrategia como esta puede funcionar muy bien el modelo de los mercados campesinos y la creciente presencia de los mercados de alimentos orgánicos, que agregan valores como las denominaciones de origen o los sellos verdes; y dinamizan las economías locales, la ocupación y los ingresos de sus habitantes. 
Todos estos aspectos, cobran cada vez más fuerza como nuevos paradigmas basados en la solidaridad, el reconocimiento y el cuidado del otro y por lo tanto, instan a reconocer el papel de las plazas de mercado y tomar conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe a todos. ¡Es la hora de actuar!
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá 24 de mayo de 2020

[1] Caicedo Diaz, J.F., 2013. La intermediación como impedimento al desarrollo del pequeño productor de Medellin, en la Revista Economía y Desarrollo Rural, enero-junio de 2013, Corpoica, Ciencia y Tecnología Agropecuaria, Medellin.
[2] Acuerdo 257 de diciembre de 2006, “Por el cual se dictan normas básicas sobre la estructura, organización y funcionamiento de los organismos y de las entidades de Bogotá, Distrito Capital, y se expiden otras disposiciones”, en su articulo 76 ordena la creación del Instituto para la Economía Social, IPES, cómo un establecimiento público del orden distrital, con personería jurídica, autonomía administrativa y patrimonio propio, adscrito a la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico. Y establece la función de administrar las plazas de mercado en coordinación con la política de abastecimiento de alimentos de la ciudad de Bogotá.
[3] El Sistema de Abastecimiento de Alimentos de Bogotá, SAAB, formaba parte de la política de Seguridad Alimantaria y Notricional, lderada por el Programa Bogotá Sin Hambre
[4] La plataforma logística “Los Luceros”, se concibió como una infraestructura física, localizada en el barrio Los Luceros de la Localidad de Ciudad Bolívar, donde se realizan todas las actividades de manipulación de los productos con el objeto de efectuar la recepción, desagregación y agregación de pedidos y despachos
[5] Esta plataforma informática estuvo a cargo de la Universidad Distrital, en convenio con la UESP y el Fondo de Desarrollo Local de Ciudad Bolívar.

domingo, 17 de mayo de 2020

POST-PANDEMINA: ¿Cómo transitar hacia nuevas formas de vida?

No nos pueden prohibir que soñemos
Jorge Enrique Oramas, sociólogo y líder ambiental asesinado
Esta semana me invitaron a conversar en un Panel de la Sociedad Rural y la Post-pandemia, organizado por la Corporación Misión Rural, sobre las nuevas formas de economía en un momento de transición. Esta es una invitación muy provocadora para un economista que, como yo, nos dedicamos a la difícil práctica anticipatoria. Sin embargo, en circunstancias tan excepcionales como las actuales es necesario asumir una aptitud de sano escepticismo, similar a la expresada en la famoso frase del poeta Mario Benedetti: “Cuando creíamos saber todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas” 
Con el Covid-19, al igual que en la paradoja de Nassim Taleb[1], estamos frente a un Cisne Negro. Una pandemia que desafía todos los paradigmas convencionales de las ciencias que con su aparición desvirtúa las creencias y la ciega confianza en la capacidad predictiva de los modelos determinísticos.
Con el covid-19 estamos frente a un rompecabezas que, tal como lo han advertido los científicos del Imperial College de Londres, los modelos pueden ayudar a entender el comportamiento de una pandemia, pero no tienen la capacidad de anticipar lo que podrá ocurrir en el mundo ni ningún país en particular. ¿De qué depende el comportamiento de un fenómeno epidemiológico como el actual? ¿Depende solo del comportamiento del agente infeccioso? o ¿Depende del comportamiento de las personas infectadas? o ¿Depende de la capacidad del sistema de salud para saber que tan exitoso puede ser un país para enfrentarlo? Hasta ahora ningún país del mundo, por más desarrollado que sea, dispone de las herramientas suficientes para frenar la expansión del covid-19. Lo que hemos observado son casos más o menos con exitosos para detectar, intervenir y contener los casos de contagio y letalidad, pero en ningún caso podemos evitar estos riesgos.
De manera similar, los efectos económicos y sociales de esta pandemia son impredecibles. La mayoría de los organismos internacionales y los centros de pensamiento económico del mundo han coincidido en afirmar que las economías han entrado en una fase de recesión, con los consiguientes impactos en materia de desempleo, quiebra de empresas, incremento de la pobreza y hambruna, sin que podamos anticiparnos para conocer cuanto puede durar y cuáles serán sus efectos en el mediano y largo plazo . 
No obstante, algunos gurus de la economía hayan salido a pronosticar que la recuperación de las economías latinoamericanos vendrá en el año 2021. En nuestro país, el gobierno ha comenzado a expresar una inexplicable confianza en la pronta y segura recuperación del crecimiento económico. Nuestro Ministro de Agricultura, ha sido uno de los primeros en sacar pecho con las cifras preliminares de crecimiento del sector agrícola durante el primer trimestre del año, que según el DANE fue del 6,8%. Pero esta “pandiado” -como dijera nuestro querido Enrique Oramas- por cuanto esas cifras esconden la estacionalidad del crecimiento del precio internacional del arroz (20%), provocado por el cierre temporal de las exportaciones de Vietnam, el mayor exportador del mundo. Sin ese efecto distorsionador, el sector agrícola solo creció en un 2,3%. Además, estas cifras ocultan las fuertes caídas que está teniendo el café y las flores, renglones que generan los mayores volúmenes de empleo en el campo.
De tal manera, que toda esa “hechicería harrypotteriana” de la que hacen uso nuestros economistas ortodoxos se cae de su propio peso. Los efectos recesivos de la pandemia tienen correas de transmisión muy diferenciadas dependiendo del tipo de cadenas de abastecimiento y del lugar que ocupan en cada país los diferentes grupos socioeconómicos. La FAO ha señalado, en su más reciente informe, que la cadena de los cereales (commodities seriales) que manejan las grandes transnacionales, goza de muy buena salud. Mientras que la cadena de alimenticos, como las verduras, frutas, carne y leche, de alto valor nutricional está sufriendo los mayores problemas de oferta y demanda.
Las estadísticas oficiales ya comenzaron a registrar fuertes caídas en la producción de alimentos, como es el caso del café en nuestro país, cuya producción cayó un 18,4%, debido a las restricciones impuestas por el confinamiento que afecta la oferta laboral en un período crítico de cosecha o de siembra. Al igual que el incremento en el costo de los insumos importados por efectos de la devaluación de la moneda nacional.
Por estas razones, la FAO advirtió sobre los peligros de la inseguridad alimentaria que se cierne sobre los países latinoamericanos, que son los mayores productores de estos productos alimenticios de alto valor.
Pero ¿De qué depende que esta situación tenga un mayor impacto en la producción agrícola durante la pos-pandemia? ¿Y que los campesinos y productores agrícolas, sobre cuyos hombros recae el peso de la producción alimentaria de nuestros países, no se lleven la peor parte y que regresen a los niveles de pobreza que teníamos hace 15 o 20 años?
Ello va a depender de los tres factores que configuran las formas de vida rural sostenibles: el primero, lo constituye la provisión de activos productivos, tanto tangibles como intangibles. Sabemos que uno de los activos tangibles que garantiza la estabilidad de las provisiones es la tierra. En Colombia, particularmente, este factor constituye la almendra del Acuerdo de Paz de La Habana, tanto en el tema del acceso de los trabajadores agrícolas sin tierra como en la formalización de la propiedad rural. Sin embargo, el Acuerdo, como todos sabemos, no se está cumpliendo. ¡Ni una sola hectárea de tierra ha sido entregada a los campesinos en el tiempo que llevamos de posconflicto! En el Programa de Restitución de tierras que, hasta finales del anterior gobierno había recibido 122.710 solicitudes por cerca de 3 millones de hectáreas, solo ha logrado restituir el 10% de esas tierras y ahora se enfrenta a una parálisis total, a la espera de la terminación de los 10 años que le estableció la Ley 1448 y que vencen en el 2021. 
De otra parte, los activos intangibles están constituidos primordialmente por los lazos de solidaridad, de cooperación entre pobladores, la organización comunitaria y las redes de apoyo con que cuentan los campesinos para enfrentar amenazas y situaciones de peligro, como es el caso de esta pandemia. Lo que estamos viviendo en nuestro país es que la oportunidad y fuerza de los nuevos movimientos sociales, ecológicos y ambientales que irrumpieron con renovada fuerza en el posconflicto, están siendo diezmados y sus líderes asesinados ante la mirada cómplice del gobierno nacional. En este fin de semana, con el vil asesinado de Jorge Enrique Oramas, sociólogo de los pies descalzos y líder ambiental de los Farallones de Cali, se llego a la triste cifras de 100 lideres y lideresas sociales asesinados en plena cuarentena. Con la actitud indolente del gobierno y la indiferencia de los medios de comunicación, el precario y frágil el tejido social rural -desgarrado por el conflicto armado de más de 50 años- se está haciendo añicos.
El segundo factor que garantiza la sostenibilidad de las formas de vida campesina y rural es el acceso a los bienes públicos rurales. En Colombia y en América Latina, las posibilidades de acceder a los bienes públicos marcan las diferencias entre el mundo rural y el mundo urbano. En nuestro país, son bien conocidas las enormes brechas existentes en aspectos tales como: el acceso a los servicios sociales básicos, de educación, salud y protección social; la cobertura de servicios domiciliarios de agua potable y saneamiento básico, energía, telecomunicaciones, conectividad y la precariedad de la infraestructura vial y de transporte. Tal como quedo retratado en el Informe Nacional de Desarrollo Humano Colombia Rural: Razones para la esperanza” (PNUD, 2011) 
Estos accesos dependen fundamentalmente del tipo de políticas públicas que se adopten en cada país. Llama mucho la atención que el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, que es un ministerio que debería estar enfocado en agenciar políticas de desarrollo rural, solo este concentrado en los temas productivos. Recientemente el Ministerio ha anunciado la puesta en marcha de varios programas de apoyo al pequeño productor agropecuario en esta crisis, que en su conjunto suman menos de $100 millones de pesos (Campo Emprende, con $35.560 millones y Alianzas Productivas para la Vida -APPV-, con $42.000 millones). Lo cual, frente a la magnitud de los impactos previsibles de la pandemia, resultan a todas luces insuficientes, como lo demuestra su ridícula cobertura que solo llega al 1% de los agricultores. Los otros instrumentos de política son los tradicionales instrumentos financieros, otorgados a la Banca comercial haciendo uso de las líneas de crédito de FINAGRO; los cuales son tremendamente inequitativos. De acuerdo con la misma información de FINAGRO, las operaciones de desembolsos en estos últimos tres meses han favorecido solo al 0,6% de los grandes propietarios con el otorgamiento del 84% del crédito agropecuario mientras que, en el otro lado de este desbalance, al 75% de las solicitudes de los pequeños productores se les ha otorgado la insignificante suma del 0,3% del crédito. 
El tercer factor para la sostenibilidad de las formas de vida rural son las capacidades productivas y sociales; las cuales están asociadas directamente con los niveles de educación, innovación y desarrollo organizativo. En materia de educación, la situación es dramática dada las profundas brechas y la baja calidad de la educación rural. Agravada ahora con el cierre de las escuelas y colegios que dificulta aún más el acceso de los niños, niñas y jóvenes a la educación a distancia o virtual. 
En relación con la innovación y transferencia de tecnologías, la ausencia de un fuerte sistema de transferencia de tecnologías ahonda cada día más las brechas tecnológicas del sector agropecuario y rural. Lo cual afecta la productividad y competitividad de las cadenas alimenticias de alto valor, como lo son: frutas, carne, leche, hortalizas y leguminosas.
Estas cadenas enfrentan hoy varios obstáculos, derivados de la frágil exposición de los pequeños productores a los impactos de la pandemia. La FAO prevé que las cadenas de productos alimenticos de alto valor se verán afectadas de dos maneras: de una parte, por el choque de oferta, provocado tanto por la reducción de la mano de obra disponible como por los problemas de salud que afectan el transporte y la logística. Por otra parte, estamos asistiendo a un choque de demanda debido a la reducción del consumo en restaurantes y cafeterías. Situación que se agravará en la etapa del pos-covid, donde vamos a asistir seguramente a un descenso prolongado en el consumo. Situación que para los países del tercer mundo y, particularmente, en América Latina va a tener grandes repercusiones, dada su dependencia de las exportaciones agrícolas. 
Sin embargo, las cadenas de transmisión de la crisis son diferentes dependiendo mucho de la configuración de las cadenas de abastecimiento de cada país. En el caso de nuestro país sabemos que la exposición a los impactos del covid-19 va a ser mayor por el lado de la oferta que por el lado de la demanda. Factores como el incremento del costo de los insumos, por efecto de la devaluación de la moneda, las limitaciones de los pequeños productores al acceso al capital y a la tecnología, y la escasez de mano de obra va a afectar significativamente la producción agrícola en la pos-pandemia.
Otro aspecto, particularmente crítico de las capacidades son los niveles de organización socio empresarial alcanzados y su papel dentro de las cadenas de abastecimiento alimentario. En la mayoría de las agro cadenas alimenticias, la participación de los pequeños productores es aún muy inequitativa pese a los avances logrados en la firma de los acuerdos de competitividad y en conformación de federaciones y confederaciones de productores. Aún siguen siendo dominantes los intereses corporativos que se sobreponen a la cooperación y a los intereses comunitarios. Una experiencia reciente muy interesante es la conformación de agroredes y nutriredes en el marco de los sistemas de abastecimiento alimentario de Bogotá y Medellín, donde predominan las economías colaborativas.
Por estas razones, la tarea de fortalecimiento de las distintas formas asociativas es de suma importancia para hacer del campesinado colombiano una fuerza deliberante, con capacidad de afrontar los grandes retos que se derivan de la pos-pandemia. Particularmente, en dos frentes: la conformación de redes de productores que garanticen el abastecimiento y la seguridad alimentaria, amenazada por los impactos negativos de la pandemia y, por otra parte, el fortalecimiento de cadenas alimentarias y nutricionales cortas que permitan la diversificación de las canastas alimenticias básicas de los pobladores y la dinamización de las economías locales. 
La actual coyuntura es una gran oportunidad para darle la vuelta a los sistemas de abastecimiento para que su operación favorezca los intereses de los productores agrícolas y las comunidades locales.
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá 17 de mayo de 2020


[1] El economista libanes Nassim Nicholas Taleb es el autor de la teoría de los cisnes negros, según la cual los paradigmas convencionales del Viejo Mundo, al igual que la creencia de que todos los cisnes eran blancos, se derrumbo cuando en Australia descubrieron el primer cisne negro. 

domingo, 3 de mayo de 2020

¿La Bolsa o la Vida?: esa es la cuestión ...

 “Papá si dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
Tonto, …  ¡al mundo lo hicimos los albañiles!”

Eduardo Galeano, Homenaje a la vida

Con motivo de la celebración del 1º de Mayo, el filósofo marxista argentino E. Dussel dio unas declaraciones a la cadena de televisión CNN, donde señaló que los Organismos Multilaterales están colocando a los trabajadores del mundo frente al dilema trágico de “la bolsa o la vida”. 
Esta semana el mundo comenzó a contemplar la posibilidad del “des confinamiento” como la opción para enfrentar la crisis económica global que, según el Fondo Monetario Internacional (FMI) constituye la peor recesión económica de los últimos 100 años que amenaza con destruir la globalización económica. A renglón seguido, el organismo multilateral advirtió que las restricciones impuestas por los Estados al movimiento de personas para trabajar y viajar están alterando las cadenas de suministros globales que manejan las multinacionales. Casi simultáneamente, otro organismo internacional como lo es el Banco Mundial, en su informe sobre La economía en tiempos del covid-19, señaló que este comportamiento de la gente de dejar de trabajar y consumir al mismo tiempo está provocando un shock de demanda, un shock financiero y un shock de oferta que hará colapsar el sistema económico mundial. 
Por estas razones, estos organismos internacionales le han señalado a los gobiernos de las economías capitalistas la imperiosa necesidad de aflojar las medidas de confinamiento y abrir las compuertas para que los trabajadores del mundo retornen a sus puestos de trabajo. Naturalmente, estas directrices han venido acompañadas de las buenas recomendaciones de guardar el “distanciamiento social” y mantener las medidas de auto bio-seguridad (lávate las manos) para garantizar lo que, coloquialmente han llamado el “efecto rebaño”.
Estas directrices han puesto a las autoridades de nuestro país en la disyuntiva dramática de “la bolsa o la vida” que, sin lugar a duda, no puede ser una elección forzosa porque en el plano ético y moral el bien supremo siempre será la vida humana. Basta recordarles a nuestros gobernantes que en la Constitución Política de Colombia: “Las autoridades están instituidas para proteger la vida … y demás derechos y libertades de las personas” (Art. 2º de la CPC).
Sin embargo, en la realidad económica actual la “bolsa” tiene dos acepciones: de un lado, la mal llamada “bolsa de valores”. Ese tremendo templo del capitalismo donde, todos los valores materiales y espirituales se compran y se venden, va en ascenso mientras las economías se derrumban por cuenta de esta pandemia. Como lo expresara Marx en el famoso Manifiesto: “la incesante e insaciable presión del aguijón de la competencia conduce los deseos humanos más allá de los límites físicos y morales, a una infinita metamorfosis y el carácter evanescente de todos sus valores hacen del capitalismo una verdadera vorágine”.
La actual crisis del covid-19, hizo evidente lo que el economista K. Naomi llamó el “capitalismo del desastre”. Recientemente un destacado congresista republicano de Nueva Orleans quien dirigiéndose a un grupo religioso de presión expreso: “Por fin hemos limpiado la ciudad de las barreras de la protección social a los emigrantes. Nosotros no podíamos hacerlo, pero Dios sí”.
Detrás de expresiones como esta, hay una estructura de pensamiento racista y aporóbico[1]. De acuerdo con la filosofa española Adela Cortina, el odio a los pobres se fundamenta en la creencia de que ellos no tienen nada que aportarle a la sociedad y que, por el contrario, demandan recursos que podrían emplearse en asuntos más rentables. Por esta razón, el odio y la estigmatización de los pobres, negros, homosexuales, emigrantes, ancianos y, en general, de los grupos de población más vulnerables, está siendo promovido por los medios de comunicación y las élites blancas, para explotar sistemáticamente el estado de miedo e incertidumbre que acompaña a la población en momentos de crisis y gran incertidumbre como el actual. 
De otra parte, la bolsa de alimentos está siendo amenazada por esta crisis. La FAO ha dicho que el covid 19 no solo es una crisis sanitaria mundial, sino que, de no tener unas respuestas adecuadas, puede generar hambrunas con profundas repercusiones en la vida y en los medios de subsistencia de la población y, particularmente, de los más pobres. Entre otras razones, por la inminente interrupción de las cadenas de suministro alimentario del mundo.
En nuestro país, estas condiciones son perfectas para que un gobierno débil como el de Duque y su partido de gobierno, intenten “pescar en río revuelto” y pongan en marcha reformas antidemocráticas que normalmente se toparían con una gran oposición. Basta revisar las declaraciones de los más conspicuos representantes del uribismo durante las dos últimas semanas, para confirmar que al Centro Democrático (CD) le queda muy estrecha la camisa de la democracia liberal y por eso intenta acabarla, comenzando por la separación de los poderes. El representante a la Cámara por el CD, Oscar Villamizar, propuso como formula para enfrentar la pandemia la reducción del Congreso y un desconocido y opaco colega suyo, se pronunció a favor de “intervenir” el poder legislativo porque, según lo dijo sin sonrojarse, “la democracia limita los esfuerzos que hace el Gobierno para enfrentar la pandemia y le hacen perder el tiempo”. La semana anterior, un destacado vocero del gobierno y del uribismo, Edward Rodríguez, pidió que los dineros destinados a la implementación de los Acuerdos de Paz y a la financiación de los PDET, se destinaran mejor en atender la pandemia. Y la tóxica senadora Cabal, igualmente, trinó a favor de levantar la cuarentena y ordenar a todos los trabajadores volver a sus sitios de trabajo, porque una “pinche gripa no puede destruir la economía”. La vicepresidenta Ramírez, después de estar negociando con los representantes de los gremios de la construcción -de los cuales hace parte su flamante esposo-, salió diciendo que no había peligro alguno en sacar a la calle a todos los trabajadores de la construcción y la industria manufacturera siempre y cuando “laboren a dos metros de distancia” y los empleados del back office permanezcan en casa en el teletrabajo”. Todo un conjuro para enviar a los “rusos” al paredón.
¡Semejantes recomendaciones son una parodia trágica y cínica de la fábula de Augusto Monterroso según la cual las ovejas negras deben ser sacrificadas para que el rebaño de las mansas ovejas blancas pueda en el futuro ejercitarse en el oficio de erigir estatuas a los héroes de la pandemia!

Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá 3 de mayo de 2020


[1] La aporofobia es un término utilizado por la filosofa española Adela Cortinas, que significa el odio a los pobres y se basa en la creencia de que quienes están en situación de pobreza y vulnerabilidad no tienen nada que aportar a la sociedad y, por el contrario, ella tiene que ocuparse de ellos, distrayendo recursos que se podian emplear en cosas más productivas para la sociedad.