domingo, 25 de octubre de 2020

La Minga: una historia de incomunicación y desencuentros


Totoroes y paeces, Yanaconas y Guambianos
Coconucos, Siapidaras, todos indios colombianos
Pa’delante compañeros dispuestos a resistir
Defender nuestros derechos, así nos toque morir”
Himno de la Guardia Indígena


¿Qué sentido tiene para los colombianos la llegada de la Minga Indígena a la capital de la República? ¿Acaso se trata del (re)encuentro de dos mundos: el indígena y el nuevo mundo? 

Esta semana los colombianos asistimos a un hecho inédito. Los indígenas del Cauca tuvieron que bajar de las montañas, donde están confinados hace muchos años, y atravesar rios, campos, y ciudades para llegar hasta Bogotá en la búsqueda de una audiencia con el presidente Duque. Pero, se encontraron con la silla vacía de la presidencia. Ellos recordaban que, durante la campaña electoral, les había prometido acoger sus clamores de tierra y paz, y lo estuvieron esperando pacientemente durante estos dos largos años a que cumpliera su palabra. A cambio, solo han recibido el desplante, las agresiones, la militarización de sus territorios y la creciente ola de masacres y asesinato de sus líderes. 

Según las cifras de Indepaz, en lo que va corrido de este gobierno, han sido asesinados 167 líderes indígenas, de los cuales 94 ocurrieron en el departamento del Cauca y 47 durante la pandemia del Covid-19. Mientras transcurría la Minga, fueron asesinados 4 dirigentes indígenas, uno de ellos, Aurelio Jumi Domico, Vicegobernador del Resguardo de Quebrada Cañaveral en Puerto Libertador, Córdoba.

Por estas razones, como hace más de 500 años, la “silla vacía” del presidente Duque tiene hoy un hondo significado: El (des)encuentro de dos mundos, el indígena y popular, de la Minga, y el de la clase dirigente, indolente y soberbia que desconoce el carácter pluriétnico y multicultural de nuestra constitución. 

Como lo dijera William Ospina “nada cambia tanto como la historia”… que se reescribe cada rato. A las generaciones de colombianos que nos tocó vivir en estos tiempos de crisis y posverdades, el llamado de la Minga a “descolonizar” el imaginario que hemos construido sobre las comunidades indígenas, se contrapone a la expresión -difundida por las redes- de la energúmena dama bogotana que le gritaba a los marchantes de la Minga: “váyanse de acá” “no los queremos indios ignorantes” (Sic…) “Ustedes son una porquería”. Este lenguaje ofensivo y denigrante hacia nuestros antepasados, es el producto de la ignorancia de una sociedad que no se quiere reconocer a sí misma, carente de un relato propio de su pasado histórico, natural, social y cultural que nos permita construir un destino común. 

En su lugar, tenemos el relato de los conquistadores que, con su empresa de asalto y saqueo, provocó un inmenso genocidio y una invasión opresiva, cuyo principal resultado fue borrar la memoria de nuestros antepasados y tomar posesión de sus tierras. De esa manera, se (re)fundó - además de las ciudades - un nuevo orden basado en la exclusión, el despojo, avasallamiento cultural y la negación de los otros. Para los conquistadores europeos, éramos unos ignorantes, unos “bárbaros” a los cuales había que civilizar, con la espada y la cruz, o simplemente desaparecer de la faz de la tierra. 

Hoy, 500 años después sigue prevaleciendo esa herencia de exterminio de lo indígena, de lo popular, de lo que es distinto a las costumbres occidentales y a la vida moderna. El colonialismo cultural fue sembrado en nuestros territorios con la clara intención de borrar la memoria ancestral, arrebatarnos nuestra cultura e imponernos “los buenos hábitos de la servidumbre”, como lo dijera W. Ospina en ese hermoso escrito de la “Colombia perdida” a propósito de la celebración del 12 de octubre.

Los indígenas del sur del país han tenido que marchar, en su minga, para denunciar a los colombianos y al mundo entero que, de los 115 pueblos indígenas del país, 68 están en riesgo de exterminio físico y cultural como consecuencia del conflicto armado, y de la indolencia de los gobiernos y de la clase política que, desde hace muchos años, los acusan de ser aliados de la subversión. 

La palabra "minga" -o "mink’a" en la lengua aimara- tiene su origen en una práctica agrícola ancestral basada en el trabajo comunitario y es una invitación a reunirse para organizar un propósito común. En el contexto actual está palabra ha cobrado un nuevo significado en la manera de expresar un sentimiento o un reclamo colectivo. La minga es hoy una forma de movilización social que destaca valores y costumbres ancestrales como la colaboración, el compañerismo, el trabajo en equipo, el arraigo a un territorio, el respeto y la comunicación abierta y transparente en la búsqueda del bien común. Por el contrario, nuestra cultura individualista, se caracteriza por la competencia, el oportunismo, la agresión y la búsqueda de la “ventaja inmediata” conocida como la cultura del “atajo”. 

Pero esta vez la minga se convirtió en una expresión mucho más amplia y diversa, con la participación de afrocolombianos, campesinos, y jóvenes estudiantes, que marcharon juntos para demandar del gobierno mayor protección de la vida, los territorios, la diversidad étnica y cultural y el cumplimiento de los Acuerdos de paz. Los miembros de la Minga —con sus bastones de mando y el himno de la Guardia Indígena—se ganaron el corazón de los colombianos y la admiración del mundo, con su protesta pacífica y organizada que tiene claro el largo camino para lograr la transformación social. 

Tal como lo expresara la politóloga Sandra Borda: "la minga indígena puede ser el impulso de una protesta popular más amplia" (…) porque en el sur del país la vida está siendo mancillada, atacada y asesinada permanentemente. El objetivo de la Minga es decirle al país que ¡la Vida es Sagrada!

Fuerza, fuerza. Por mi raza, por mi tierra”.


Luis Alfredo Muñoz Wilches, 25 de octubre de 2020


lunes, 5 de octubre de 2020

El maestro ignorante

 “La ignorancia absoluta no es el mayor de los males ni el más temible,  una pequeña porción de conocimientos mal digeridos puede causar peores estragos”

Platón, Las leyes

El escenario nacional fue sacudido esta semana por tres sucesos que, aparentemente sin ninguna relación, se constituyeron en unas puntadas adicionales en la espesa madeja que se ha venido tejiendo bajo el mandato del aprendiz Duque, con el aplauso de los grandes medios de comunicación.

El primero ocurrió en Medellín donde fue asesinado el profesor, historiador y reconocido líder social de la Universidad Nacional, Campo Elías Galindo. Él había publicado en su blog, hacía muy pocos días, la que sería su última columna “EPM desata la política local en Medellín”, donde develaba los tentáculos de la poderosa élite económica y política Antioqueña, más conocida como el Sindicato Antioqueño: “(...) la GEA hoy, es la herencia decadente de una antioqueñidad que se quedó en los libros de historia, (...) transformada en un cartel empresarial intocable, que mete sus manos no solo en el Estado y sus instituciones, sino también en los patrimonios públicos más preciados como EPM”.

El segundo suceso lo propició la destemplada declaración de la primera dama María Juliana Ruíz a un noticiero de tv, ante quien declaró: “me asusta más la agresión ciudadana que la represión policial”, a propósito de los sucesos del 9 y 11S. Esta declaración, aunque la rectificó después, se convirtió en una ofensa a la memoria de los colombianos que vieron cómo en esas protestas perdieron la vida 14 jóvenes bogotanos, víctimas de la brutal represión policial.

El tercero, estuvo a cargo de la senadora María Fernanda Cabal, quien, con su acostumbrado cinismo, se despachó contra Fecode, diciendo: “La libertad de los padres a decidir como todo libre mercado. ¡Sobre la educación de sus hijos!”. En su respuesta, la Federación de Educadores señaló, “Seguiremos defendiendo la educación pública para no quede a merced del ‘libre mercado’ y sometida al interés de quienes no la valoran, pues no piensan ni para escribir”.

Estos tres hechos tienen en común una particular valoración de los sucesos que, contribuyen a la formación de una moral pública, definiendo lo que es “bueno” o “malo”. En las modernas sociedades democráticas, la calificación moral de los acontecimientos no depende -o por lo menos, únicamente- de los caprichos personales, así estos sean los de la primera dama, sino de valores sociales compartidos, los cuales se hallan formalizados en normas constitucionales, que consagran el derecho a la vida, la honra y los bienes. 

En el caso lamentable del profesor Campo Elías Galindo, las circunstancias bajo las cuales fue muerto, con signos de tortura, está indicando que no solo se trató de un macabro asesinato, para silenciar la voz de un maestro ejemplar, sino de una siniestra operación criminal planeada para dejar una advertencia, de que los asesinos en Colombia no se detendrán en la persecución y la aniquilación sistemática de los líderes sociales. Una situación que en palabras de la filósofa alemana Hannah Arendt constituye una “terrorífica normalidad”, donde los sicarios del profesor Galindo son apenas “ruedecillas de una maquinaria criminal”.

El profe Galindo era reconocido en el medio académico y social, como un sujeto íntegro, de buenas costumbres, respetuoso de las opiniones ajenas y activista político con un gran sentido de la justicia social. En su ejercicio como maestro no se limitó a transmitir sus reflexiones sobre la historia del país, sino que publicaba en su blog opiniones críticas sobre las problemáticas sociales locales, nacionales y globales. Era, como lo señalara el filósofo griego Platón, un buen maestro, que no solo predicaba la verdad en sus clases sino que hacía lo justo. Enseñaba con el ejemplo, virtud muy escasa en nuestro país, donde las élites políticas y empresariales dicen mentiras y actúan en contravía del interés general. Esto se conoce como la doble moral: ¡Virtudes públicas, pecados privados!

En el caso de la primera dama, el hecho de que, en su escala valorativa, encuentre justificable y bueno la represión violenta de la protesta ciudadana, hace parte de una narrativa que se ha venido afianzando en este gobierno, acerca de la existencia de un “enemigo interno”, que no solo mina la moral de las FFMM, sino que amenaza la seguridad del Estado. Los reiterados trinos del expresidente Uribe acusando a sus opositores, a los magistrados de las altas cortes y a los “jóvenes far” de estar propagando el virus de la anarquía y el terrorismo, son una verdadera amenaza, para la estabilidad democrática del país, la seguridad y la vida de jóvenes, líderes sociales y opositores del gobierno.

Se trata del esfuerzo del gobierno del aprendiz que, no solo ha venido negando la existencia del conflicto interno, sino que busca dividir al país entre “buenos” y “malos”, para opacar la reflexión pública, silenciando las voces disidentes y colocando la inmensa fuerza del Estado al servicio del exterminio de todos aquellos “malos” que se opongan a los designios del jefe Supremo. 

Sin duda no es fácil oponerse a las dictaduras. La historia reciente de América Latina así lo demuestra. Los pueblos deben pagar un altísimo costo social y económico para sacudirse de estos dictadores. Pero como lo señala Arendt, solo el espíritu crítico y el diálogo abierto nos permite mantenernos a salvo de los totalitarismos. A la violencia extrema –que hemos padecido en Colombia- se llega en medio de una estructura política clientelista, corrupta y gamonal donde es imposible ejercer la discrepancia o la oposición a los poderes hegemónicos. También, se puede llegar a esta situación a través del pantano de mentiras, banalidades y fake news que difunden los noticieros y las redes sociales. La autocensura y la manipulación de los contenidos noticiosos producen desequilibrios informativos que le impiden a los ciudadanos formarse un juicio crítico de los acontecimientos. 

El viaje hacia el infierno de la violencia se hace por el camino del conformismo y las concesiones al maltrato, la agresión, la exclusión, y el matoneo. Y una vez acostumbrados al abuso del poder, el paso siguiente del genocidio o los magnicidios está muy cerca. ¡La Vida es Sagrada!

Resulta muy diciente el mensaje de las senadoras del CD acerca de abandonar en manos del mercado la prestación del servicio educativo, aduciendo la libertad de los padres a escoger el colegio de sus hijos. No entienden las senadoras, en una demostración de ignorancia supina, que la educación no es un bien privado -que se puede adquirir en un supermercado-, sino un derecho fundamental y un servicio público que tiene una función social. En este sentido, pretenden las senadoras desconocer la obligación del estado de organizar, regular y proteger este derecho, para garantizar su calidad y el cumplimiento de sus finalidades en la formación moral, intelectual y física de los estudiantes.

Valga recordar lo dijera A. Merani, acerca de la formación de los jóvenes, que involucra diferentes dimensiones del ser humano, relacionadas con el pensamiento, la valoración socio afectiva, la comunicación y la convivencia; así mismo, la Escuela Histórica dice que las complejas interrelaciones entre ellas, están determinadas por las circunstancias sociales y culturales. La labor fundamental del maestro es tejer cuidadosamente la trama de estas interrelaciones. 

El mayor reto de los educadores no está en desarrollar los contenidos fragmentados de la educación tradicional, sino en conducir a sus estudiantes para que sean ellos mismos quienes descubran las relaciones entre el saber, el saber hacer, el saber ser y el saber convivir con los seres de su misma especie y, con otras especies que habitan este planeta. Solo los ignorantes creen que basta con rellenar a los estudiantes de contenidos fragmentados y dogmáticos para que estos los repitan como loros en los exámenes y en las pruebas de calidad a los cuales se presentan.

Desde su significado original -hace más de 2.000 años en la Grecia Antigua- el ejercicio del buen maestro se asociaba con la virtud de saber enseñar a otros a encontrar su camino, y ayudarlos a lograr las cosas que se proponen. Para el filosofo Heidegger, enseñar es más difícil que aprender porque enseñar significa dejar a otros que aprendan, incluso conocimientos y verdades que el maestro no sabe. 

Por eso, la labor del maestro no es otra que ayudar a sus alumnos a aprender por su cuenta y riesgo y en este sentido, la mayor ignorancia del maestro está en querer imponerles sus ideas como sí fueran la verdad revelada. Como lo dijera Mafalda, lo ideal está en: “tener el corazón en la cabeza y el cerebro en el corazón, para que así podamos pensar con más amor y amar con más sabiduría


Luis Alfredo Muñoz Wilches, 5 de octubre de 2020


Postdata: ¡Tal como lo expresó la UNESCO en su declaración del día Mundial de los Docentes, dedico estás modestas notas a exaltar la labor de todos los maestros que son verdaderos héroes en tiempos de pandemia y que nos ayudan a reinventar el futuro!