lunes, 10 de octubre de 2016

LA ECONOMIA POLITICA DEL PLEBISCITAZO


Soy el espíritu que todo lo niega” (Mefistófeles en Fausto)
Todo lo sólido se desvanece en el aire”( K. Marx)

Cinco días bastaron para que el este país se diera cuenta que el plebiscito resulto ser todo un fiasco. La derrota política del Acuerdo Final para la terminación del conflicto armando ha dejado a Colombia en una encrucijada. Para la mitad de los colombianos que votaron por el NO, este triunfo tiene el sabor de la vergüenza de un triunfo tramposo que se ha transformado en una victoria pírrica. Para la otra mitad de los colombianos que votamos por el Sí, está derrota nos ha dejado la frustración de ver como se perdió una oportunidad histórica de acabar con 50 años de confrontación armada y pasar la página de la guerra. Para el país entero, se abrió un escenario de incertidumbre, desencanto y volatilidad de los mercados.

La derrota del plebiscito del pasado 2 de octubre, el llamado el “brexit colombino”, es el resultado de una abigarrada mezcla de mentiras, falacias y engaños. Con ellos, la dirigencia de la campaña del NO logró movilizar los bajos instintos de un electorado que cuenta con una precaria cultura política y despertar así los sentimientos más atrasados de la ira, la indignación y la venganza. Las arrogantes declaraciones del excandidato a la alcaldía de Medellín y gerente de la campaña uribista, Juan Carlos Vélez Uribe, quién reconoció haber hecho uso de un estratagema comunicativo para dividir y segmentar al electorado, puso al desnudo la estrategia de la campaña uribista de no exponer argumentos en contra de los acuerdos, sino apelar a la indignación para movilizar a los votantes que creyeron ingenuamente en las falacias que el expresidente Uribe ha venido repitiendo insistentemente, acerca de que el Acuerdo de La Habana se pactó para fracturar la Constitución Política Colombiana y premiar a la dirigencia de las Farc con la impunidad, la favorabilidad política y compromisos financieros insostenibles.

La derrota del plebiscito significa el fracaso de la cultura política colombiana, o mejor la falta de una verdadera cultura política democrática. Nuestra precaria cultura política ha vivido secuestrada por unos partidos políticos incapaces de ofrecer algo distinto de la “mermelada”, el pan y el circo de un clientelismo corrupto y avasallador. La verdadera tragedia política del país es la incapacidad del régimen democrático de procesar este resultado, donde las dos opciones que se enfrentaron en esta coyuntura se consideraban igualmente válidas para la mitad de los votantes, pero no lograron convocar el interés de la mayoría de los abstencionistas. Y son extremadamente contradictorios en los efectos que tienen sobre el rumbo inmediato de más importante proceso de paz que han emprendido el país en los últimos 50 años.

El Acuerdo logrado entre el gobierno del presidente Santos y la insurgencia de las Farc, es considerado por el mundo entero como un modelo de negociación política para poner término a la confrontación armada más antigua y devastadora del continente americano, que ha dejado el campo sembrado de más de 230 mil muertos, siete millones de desplazados, millones de tierras despojadas violentamente, cientos de secuestrados, miles de minas sembradas y millones de víctimas que deambulan por las calles de las principales ciudades en busca de un mendrugo de paz y una oportunidad sobre esta tierra.

Sin embargo, el debate político no se hizo con argumentaciones elaboradas, a favor o en contra, con el propósito de demostrar y/o convencer a las opiniones contrarias sobre lo transcendental de la construcción de una cultura de paz, sino que cayó en el pantano oscuro del engaño, el miedo, y la manipulación de los sentimientos morales tradicionales y arcaicos. Al igual que en el juicio premonitorio de Dostoievski, en su legendaria novela de El Gran Inquisidor, el demonio logro provocar a los cristianos electores con tres tentaciones malditas: la primera tentación, la del poder, con la afirmación de que “Timochenko será el próximo presidente de Colombia”. Una afirmación que es a todas luces un despropósito del tamaño de una catedral, por cuanto cualquier ciudadano colombiano con dos dedos de frente no podría llegar a pensar que exista la menor posibilidad de que un dirigente de la guerrilla de las Farc, con el actual nivel de desprestigio y rechazo pueda ser elegido presidente de Colombia. Y menos aún, que el Acuerdo de La Habana haya contemplado la posibilidad de torcerle el pescuezo a la Constitución para ungir a Timochenko como presidente. Si ha existido algo inmodificable en las negociones de La Habana son las llamadas “líneas rojas” que los negociadores del Gobierno lograron salvaguardar cuidadosamente. No se negoció el régimen democrático que requiere de las mayorías para acceder al poder político. Por el contrario, la firma del Acuerdo significa que las FARC reconocen el estado de derecho y aceptan someterse a estas “reglas del juego”. Reglas que los llevaron a levantarse en armas contra este estado de cosas. De tal manera, que la firma del Acuerdo es también el reconocimiento por parte de las FARC de su derrota política estratégica.

La segunda falacia que logró seducir al electorado del NO fue la famosa “sofisticación suprema” según la cual, los Acuerdos abren la posibilidad de destruir los cimientos de la “propiedad privada, la sagrada familia y el Estado”. Por el contrario, el Acuerdo no contempla ningún cambio del concepto tradicional de la familia nuclear. Menos aún le cabe en la cabeza de un ciudadano del común, pensar que el reconocimiento de la “perspectiva de género”, según la cual se requiere tener un criterio de favorabilidad con los grupos vulnerables de la población, tales como las mujeres cabeza de hogar, los jóvenes, niños y niñas víctimas del conflicto, pueda significar la intromisión de una pretendida “ideología de género”. Menos aún, es poco lógico pensar que el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales, pueda ser un estímulo a la proliferación de las comunidades de LGTB.

La tercera falacia se refiere a lo “incomprensible” o lo “increíble” de la afirmación según la cual el Acuerdo le quiebra el espinazo a la Constitución Política Colombiana y la abre las puertas al “castrochavismo”. Esta falacia tampoco tiene un asidero real dado que en el Acuerdo no se negoció el modelo económico del mercado y, por el contrario, las FARC aceptaron y se comprometieron a respetar y promover la iniciativa privada como motor del crecimiento económico.

Estas falacias hicieron carrera en los sentimientos morales tradicionales de los colombianos, que en lugar de estimular la reflexión y el pensamiento crítico abogan por las reacciones instintivas que atizan los sentimientos de la ira, el rencor, la venganza y la retaliación como formas de reparación individual.

La construcción de una cultura política democrática requiere de ciudadanos libres, mayores de edad, capaces de pensar por sí mismos y asumir las consecuencias de su propio discernimiento. Tal como lo concibiera el gran pensador y humanista colombiano, Estanislao Zuleta, la construcción de una cultura política de paz requiere el respeto para admitir la diferencia y la pluralidad de formas de pensamientos, de creencias, de opiniones y de visiones del mundo por cuanto enriquecen la vida democrática.

Las verdades absolutas no existen. El único enfoque global valido es el de los derechos humanos, incluido el derecho humanitario internacional –DHI-, por cuanto son los principios éticos y morales sobre los cuales de construyen los cimientos de la cultura de la paz.

El discurso del expresidente Uribe que niega la universalidad de estos principios y los reduce a un discurso de las ONG’s o a un engaño de las organizaciones de las Naciones Unidas, con lo cual se cierra la puerta a la posibilidad de lograr acuerdos o salidas negociadas a los conflictos armados. Por estas razones, durante sus dos periodos de gobierno se negó a reconocer la existencia de un conflicto armado interno y, en su lugar, insistió en la teoría de la “amenaza terrorista” contra el estado y, por ende, desconoció la existencia de las víctimas del conflicto armado. Para los principales voceros del uribismo, en Colombia no hay desplazados sino migrantes y tampoco existe el despojo de tierras sino una legitima concentración de la propiedad territorial. Por estas razones, se opuso a la aprobación de la Ley de Víctimas. Y ahora, quiere que se reforme el primer punto del Acuerdo de La Habana, para que en la aplicación de la Ley de Restitución de Tierras “no se vean afectados los propietarios o poseedores honestos, cuya buena fe se debe presumir, y estar exceptos de toda inculpación”.

Por estas razones, los colombianos no nos debemos llamar a engaños. El uribismo que consiguió, mediante el triunfo del NO, bloquear el Acuerdo firmado entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc, no va a descansar hasta romper el proceso. Por eso optó, inicialmente, por hacer uso de una táctica dilatoria que busca encartar al gobierno y, ponerlo entre las cuerdas, con las 68 objeciones que dicen tener al Acuerdo. Las cuales terminarían minando el campo de la renegociación, con una infinidad de temas que son intranscendentes y no están en la almendra de los Acuerdos, pero que les meterían mucho ruido a las conversaciones, haciendo que estas se prolonguen indefinidamente. El expresidente Uribe sabe que un escenario como este pone en riesgo el cese al fuego pactado y va minando la confianza y la paciencia de la comunidad internacional, que tiene un mandato muy preciso de verificación del proceso de desmovilización de la guerrilla de las Farc hasta el 31 de diciembre de este año.

Sin embargo, los más recientes acontecimientos políticos generados por las multitudinarias movilizaciones de la sociedad civil y, especialmente, de los jóvenes que acudieron a los llamados a marchar en todo el país para exigir la aplicación de los Acuerdos y frenar la maquinaria de la guerra. Están obligando a la dirigencia uribista a tener que reconsiderar su estrategia y a buscar fórmulas más pragmáticas que los acerquen a la salida negociada del conflicto armado.

A estas presiones internas, se le suma el contundente respaldo la Comunidad Internacional al proceso de paz en Colombia y el otorgamiento del premio Novel de la Paz al presidente Santos, para configuran un bloque de presiones, tanto internas y como externas, que comienza a cambiar la correlación de fuerzas a favor del Acuerdo Final del conflicto armado en Colombia.

Igualmente, el nerviosismo y volatilidad de los mercados que ya se comenzó a manifestarse en el alza de las cotizaciones del dólar y el freno a las inversiones, especialmente, de los capitales golondrina que habían comenzado a llegar al país, atraídos por el alza de las tasas de interés, constituyen unas fuertes presiones en la búsqueda de una salida pronta y negociada del impasse en que nos ha medido la derrota del plebiscito. Las expectativas de los mercados no le dejan mucho margen de maniobra a las autoridades económicas del país, y obligan al gobierno a lograr un pronto Acuerdo que le devuelva la confianza a los inversionistas nacionales e internacionales.

En medio de la encrucijada en que nos encontramos, la mejor opción política es profundizar la movilización ciudadana a favor del mantenimiento los Acuerdos y de una reapertura de las negociaciones con las Farc, que permita realizar los ajustes y correcciones posibles en el corto plazo, manteniendo el cese bilateral del fuego y avanzando en el cronograma de la desmovilización de las fuerzas insurgentes, con la supervición y verificación de la comunidad internacional.

Luis Alfredo Muñoz Wilches

Bogotá, octubre 9 de 2016

LA ECONOMIA POLITICA DEL PLEBISCITAZO


Soy el espíritu que todo lo niega” (Mefistófeles en Fausto)
Todo lo sólido se desvanece en el aire”( K. Marx)

Cinco días bastaron para que el este país se diera cuenta que el plebiscito resulto ser todo un fiasco. La derrota política del Acuerdo Final para la terminación del conflicto armando ha dejado a Colombia en una encrucijada. Para la mitad de los colombianos que votaron por el NO, este triunfo tiene el sabor de la vergüenza de un triunfo tramposo que se ha transformado en una victoria pírrica. Para la otra mitad de los colombianos que votamos por el Sí, está derrota nos ha dejado la frustración de ver como se perdió una oportunidad histórica de acabar con 50 años de confrontación armada y pasar la página de la guerra. Para el país entero, se abrió un escenario de incertidumbre, desencanto y volatilidad de los mercados.

La derrota del plebiscito del pasado 2 de octubre, el llamado el “brexit colombino”, es el resultado de una abigarrada mezcla de mentiras, falacias y engaños. Con ellos, la dirigencia de la campaña del NO logró movilizar los bajos instintos de un electorado que cuenta con una precaria cultura política y despertar así los sentimientos más atrasados de la ira, la indignación y la venganza. Las arrogantes declaraciones del excandidato a la alcaldía de Medellín y gerente de la campaña uribista, Juan Carlos Vélez Uribe, quién reconoció haber hecho uso de un estratagema comunicativo para dividir y segmentar al electorado, puso al desnudo la estrategia de la campaña uribista de no exponer argumentos en contra de los acuerdos, sino apelar a la indignación para movilizar a los votantes que creyeron ingenuamente en las falacias que el expresidente Uribe ha venido repitiendo insistentemente, acerca de que el Acuerdo de La Habana se pactó para fracturar la Constitución Política Colombiana y premiar a la dirigencia de las Farc con la impunidad, la favorabilidad política y compromisos financieros insostenibles.

La derrota del plebiscito significa el fracaso de la cultura política colombiana, o mejor la falta de una verdadera cultura política democrática. Nuestra precaria cultura política ha vivido secuestrada por unos partidos políticos incapaces de ofrecer algo distinto de la “mermelada”, el pan y el circo de un clientelismo corrupto y avasallador. La verdadera tragedia política del país es la incapacidad del régimen democrático de procesar este resultado, donde las dos opciones que se enfrentaron en esta coyuntura se consideraban igualmente válidas para la mitad de los votantes, pero no lograron convocar el interés de la mayoría de los abstencionistas. Y son extremadamente contradictorios en los efectos que tienen sobre el rumbo inmediato de más importante proceso de paz que han emprendido el país en los últimos 50 años.

El Acuerdo logrado entre el gobierno del presidente Santos y la insurgencia de las Farc, es considerado por el mundo entero como un modelo de negociación política para poner término a la confrontación armada más antigua y devastadora del continente americano, que ha dejado el campo sembrado de más de 230 mil muertos, siete millones de desplazados, millones de tierras despojadas violentamente, cientos de secuestrados, miles de minas sembradas y millones de víctimas que deambulan por las calles de las principales ciudades en busca de un mendrugo de paz y una oportunidad sobre esta tierra.

Sin embargo, el debate político no se hizo con argumentaciones elaboradas, a favor o en contra, con el propósito de demostrar y/o convencer a las opiniones contrarias sobre lo transcendental de la construcción de una cultura de paz, sino que cayó en el pantano oscuro del engaño, el miedo, y la manipulación de los sentimientos morales tradicionales y arcaicos. Al igual que en el juicio premonitorio de Dostoievski, en su legendaria novela de El Gran Inquisidor, el demonio logro provocar a los cristianos electores con tres tentaciones malditas: la primera tentación, la del poder, con la afirmación de que “Timochenko será el próximo presidente de Colombia”. Una afirmación que es a todas luces un despropósito del tamaño de una catedral, por cuanto cualquier ciudadano colombiano con dos dedos de frente no podría llegar a pensar que exista la menor posibilidad de que un dirigente de la guerrilla de las Farc, con el actual nivel de desprestigio y rechazo pueda ser elegido presidente de Colombia. Y menos aún, que el Acuerdo de La Habana haya contemplado la posibilidad de torcerle el pescuezo a la Constitución para ungir a Timochenko como presidente. Si ha existido algo inmodificable en las negociones de La Habana son las llamadas “líneas rojas” que los negociadores del Gobierno lograron salvaguardar cuidadosamente. No se negoció el régimen democrático que requiere de las mayorías para acceder al poder político. Por el contrario, la firma del Acuerdo significa que las FARC reconocen el estado de derecho y aceptan someterse a estas “reglas del juego”. Reglas que los llevaron a levantarse en armas contra este estado de cosas. De tal manera, que la firma del Acuerdo es también el reconocimiento por parte de las FARC de su derrota política estratégica.

La segunda falacia que logró seducir al electorado del NO fue la famosa “sofisticación suprema” según la cual, los Acuerdos abren la posibilidad de destruir los cimientos de la “propiedad privada, la sagrada familia y el Estado”. Por el contrario, el Acuerdo no contempla ningún cambio del concepto tradicional de la familia nuclear. Menos aún le cabe en la cabeza de un ciudadano del común, pensar que el reconocimiento de la “perspectiva de género”, según la cual se requiere tener un criterio de favorabilidad con los grupos vulnerables de la población, tales como las mujeres cabeza de hogar, los jóvenes, niños y niñas pueda significar la intromisión de una pretendida “ideología de género”. Menos aún, es poco lógico pensar que el reconocimiento de los derechos de las minorías sexuales, pueda ser un estímulo a la proliferación de las comunidades de LGTB.

La tercera falacia se refiere a lo “incomprensible” o lo “increíble” de la afirmación según la cual el Acuerdo le quiebra el espinazo a la Constitución Política Colombiana y la abre las puertas al “castrochavismo”. Esta falacia tampoco tiene un asidero real dado que en el Acuerdo no se negoció el modelo económico del mercado y, por el contrario, las FARC aceptaron y se comprometieron a respetar y promover la iniciativa privada como motor del crecimiento económico.

Estas falacias hicieron carrera en los sentimientos morales tradicionales de los colombianos, que en lugar de estimular la reflexión y el pensamiento crítico abogan por las reacciones instintivas que atizan los sentimientos de la ira, el rencor, la venganza y la retaliación como formas de reparación individual.

La construcción de una cultura política democrática requiere de ciudadanos libres, mayores de edad, capaces de pensar por sí mismos y asumir las consecuencias de su propio discernimiento. Tal como lo concibiera el gran pensador y humanista colombiano, Estanislao Zuleta, la construcción de una cultura política de paz requiere el respeto para admitir la diferencia y la pluralidad de formas de pensamientos, de creencias, de opiniones y de visiones del mundo por cuanto enriquecen la vida democrática.

Las verdades absolutas no existen. El único enfoque global valido es el de los derechos humanos, incluido el derecho humanitario internacional –DHI-, por cuanto son los principios éticos y morales sobre los cuales de construyen los cimientos de la cultura de la paz.

El discurso del expresidente Uribe que niega la universalidad de estos principios y los reduce a un discurso de las ONG’s o a un engaño de las organizaciones de las Naciones Unidas, con lo cual se cierra la puerta a la posibilidad de lograr acuerdos o salidas negociadas a los conflictos armados. Por estas razones, durante sus dos periodos de gobierno se negó a reconocer la existencia de un conflicto armado interno y, en su lugar, insistió en la teoría de la “amenaza terrorista” contra el estado y, por ende, desconoció la existencia de las víctimas del conflicto armado. Para los principales voceros del uribismo, en Colombia no hay desplazados sino migrantes y tampoco existe el despojo de tierras sino una legitima concentración de la propiedad territorial. Por estas razones, se opuso a la aprobación de la Ley de Víctimas. Y ahora, quiere que se reforme el primer punto del Acuerdo de La Habana, para que en la aplicación de la Ley de Restitución de Tierras “no se vean afectados los grandes propietarios o poseedores honestos, cuya buena fe se debe presumir, y estar exceptos de toda inculpación”.

Por estas razones, los colombianos no nos debemos llamar a engaños. El uribismo que consiguió, mediante el triunfo del NO, bloquear el Acuerdo firmado entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc, no va a descansar hasta romper el proceso. Por eso optó, inicialmente, por hacer uso de una táctica dilatoria que busca encartar al gobierno y, ponerlo entre las cuerdas, con las 68 objeciones que dicen tener al Acuerdo. Las cuales terminarían minando el campo de la renegociación, con una infinidad de temas que son intranscendentes y no están en la almendra de los Acuerdos, pero que les meterían mucho ruido a las conversaciones, haciendo que estas se prolonguen indefinidamente. El expresidente Uribe sabe que un escenario como este pone en riesgo el cese al fuego pactado y va minando la confianza y la paciencia de la comunidad internacional, que tiene un mandato muy preciso de verificación del proceso de desmovilización de la guerrilla de las Farc hasta el 31 de diciembre de este año.

Sin embargo, los más recientes acontecimientos políticos generados por las multitudinarias movilizaciones de la sociedad civil y, especialmente, de los jóvenes que acudieron a los llamados a marchar en todo el país para exigir la aplicación de los Acuerdos y frenar la maquinaria de la guerra. Están obligando a la dirigencia uribista a tener que reconsiderar su estrategia y a buscar fórmulas más pragmáticas que los acerquen a la salida negociada del conflicto armado.

A estas presiones internas, se le suma el contundente respaldo la Comunidad Internacional al proceso de paz en Colombia y el otorgamiento del premio Novel de la Paz al presidente Santos, para configuran un bloque de presiones, tanto internas y como externas, que comienza a cambiar la correlación de fuerzas a favor del Acuerdo Final del conflicto armado en Colombia.

Igualmente, el nerviosismo y volatilidad de los mercados que ya se comenzó a manifestarse en el alza de las cotizaciones del dólar y el freno a las inversiones, especialmente, de los capitales golondrina que habían comenzado a llegar al país, atraídos por el alza de las tasas de interés, constituyen unas fuertes presiones en la búsqueda de una salida pronta y negociada del impasse en que nos ha medido la derrota del plebiscito. Las expectativas de los mercados no le dejan mucho margen de maniobra a las autoridades económicas del país, y obligan al gobierno a lograr un pronto Acuerdo que le devuelva la confianza a los inversionistas nacionales e internacionales.

En medio de la encrucijada en que nos encontramos, la mejor opción política es profundizar la movilización ciudadana a favor del mantenimiento los Acuerdos y de una reapertura de las negociaciones con las Farc, que permita realizar los ajustes y correcciones posibles en el corto plazo, manteniendo el cese bilateral del fuego y avanzando en el cronograma de la desmovilización de las fuerzas insurgentes, con la supervición y verificación de la comunidad internacional.

Luis Alfredo Muñoz Wilches

Bogotá, octubre 9 de 2016