lunes, 22 de junio de 2020

El Covid Duque: los escándalos políticos y la nueva normalidad en Colombia

“La inteligencia superior se reconoce por la alta sumisión a los poderes invisibles”
Máxima de los grandes forajidos griegos 
Justo cuando la pandemia alcanzó el mayor número de contagios y muertes en Colombia, la semana terminó en lo que la prensa mundial llamó el `Covid Friday´. Una suerte de ´viernes negro´ donde las oleadas de frenéticos compradores, que se avalanzaron sobre los centros comerciales, terminaron por hacer añicos todas las medidas de seguridad sanitaria y distanciamiento social construidas pacientemente durante los últimos tres meses para frenar la expasión del ´coronavirus`.
Al mismo tiempo, estalló un nuevo escándalo político que enreda aún más a la Vicepresidente Martha Lucía Ramírez, a quien se le confirmaron sus andanzas en negocios inmobiliarios con un oscuro narcotraficante conocido en el mundo del hampa como “Memo Fantasma”.
Estos hechos marcan un punto de inflexión que va a cobrarle muy caro la gobernabilidad al presidente, como efectivamente lo pusieron de presente las encuestas más recientes que muestran un declive en la credibilidad del gobierno.
La explosión la provocó la decisión del gobierno nacional de autorizar un Día sin Iva para revivir las actividades comerciales, después de tres meses de confinamiento obligatorio, y conducir al país por la senda de lo que ahora se llama la nueva normalidad. Sin embargo, este puede terminar siendo el mayor revés de las decisiones tomadas por el presidente Duque para hacer frente al avance del covid 19., tal como lo señalaron diferentes voces nacionales e internacionales. 
El conjunto de decisiones tomadas en el estado de excepción y sin ningún control político, han cedido a los intereses de los grandes poderes económicos que reclaman una pronta y total apertura de la economía, sin seguir adecuadamente las medidas de bioseguridad, así las enuncien reiteradamente. Por el contrario, los miles de colombianos que trabajan en la informalidad, no tienen ayuda por parte del gobierno y tampoco cuentan con las medidas de protección. Esta tragedia social y económica, el presidente Duque ha querido disimularla bajo el remoquete de la “nueva normalidad”. 
Por lo anterior es previsible que el retorno a la “nueva normalidad”, durante los dos últimos años del mandato de este gobierno, resulte ser un período muy convulsionado; tal como se infiere de las tres premisas de Wallerstein usadas para describir la incertidumbre y las esperanzas que se ciernen sobre el presente milenio.
La primera premisa se refiere a la experiencia histórica de los segundos períodos de un mandato de gobierno. En estos por lo general, su capital político está muy comprometido y comienza a tener el “sol a sus espaldas”, proyectando hacia adentante las sombras de lo que hizo o dejó de hacer. El arranque del gobierno de Duque estuvo enfocado en hacer trizas los Acuerdos de Paz, impidiendo su consolidación y recrudeciendo la violencia con el asesinato de cerca de seiscientos líderes sociales. En el segundo año de su mandato han comenzado a estallar los escándalos de la ñeñepolítica, la llegada del covid 19 y, recientemente, el escándalo de narcotráfico que involucra a su Vicepresidenta.
La segunda premisa de Wallersten dice que en épocas de crisis pequeños hechos pueden provocar grandes cambios, y a su vez, la inercia de las costumbres puede obstaculizar dichos cambios. En Colombia las profundas grietas de legitimidad, que comienzan a abrirse en el bloque de fuerzas políticas en el poder son evidentes. De una parte, los reclamos de los estudiantes por un mayor acceso y una educación de calidad se transformaron en las masivas movilizaciones a finales del año pasado en diferentes ciudades del país. De otra parte, el relajamiento de las costumbres morales que viene consolidándose de tiempo atrás y que hoy lo vemos expresado en las declaraciones de la vicepresidenta al explicar sus nexos con el narcotráfico como una “tragedia familiar”, no son otra cosa que la expresión de la doble moral de la dirigencia de este país, que por un lado, reclaman el endurecimiento de las penas, la persecución y el castigo a los más débiles y por otro, la condescendencia con los delitos de ellos mismos, demostrando que el que la hace no la paga. Las consecuencias de este relajamiento moral conducen a la aprobación social del crimen, de la cual nos habla Hannah Arendt en su famosa obra “Sobre la banalidad del mal”.
La tercera premisa se refiere a las grandes y graves crisis civilizatorias que, con motivo de la emergencia climática y la expasión mundial de la pandemia, está provocando el derrumbamiento de la globalización y el surgimiento de nuevas formas de organización social y económica favoreciendo los microcircuitos económicos y las cadenas de valor local. Un ejemplo de estos, son los mecanismos de trueque que han recobrado fuerza para salvar las cosechas y demuestran la solidaridad entre las comunidades. Son formas de economías alternativas al sistema imperante, que en contraposición a este, abren nuevas posibilidades de colaboración entre grupos humanos que no detentan el poder 
Por estas poderosas razones, el escenario de la política va a cambiar. Nuevas expresiones y nuevos movimientos democráticos surgirán reconfigurando el panorama político en los próximos dos años. Estas mismas razones hacen imposible volver atrás y retornar a la nueva normalidad, tal como lo propone este gobierno.

Luis Alfredo Muñoz, junio 21 de 2020

sábado, 20 de junio de 2020

Covid Friday: La nueva normalidad en la Colombia Posduque

Justo cuando la pandemia alcanzó el mayor número de contagios y muertes, Colombia terminó esta semana en lo que la prensa mundial llamó el `Covid Friday´. Una suerte de ´viernes negro´ donde las oleadas de frenáticos compradores, que se avalanzaron sobre los centros comerciales, terminarón por hacer añicos todos los medidas de seguridad sanitaria y distanciamiento social que se habian construido pacientemente durante los últimos tres meses para frenar la expasión del ´coronavirus`. 
La explosión la provocó la decisión del presidente Duque de autorizar un Día sin Iva para revivir las actividades comerciales, después de tres meses de confinamiento obligatorio, y conducir al país por la senda de la nueva normalidad. Sin embargo, puede terminar siendo el mayor revés de las decisiones tomadas por el presidente Duque para hacer frente al avance del covid 19., tal como lo señalaron diferentes voces nacionales e internacionales. 
Al mismo tiempo le estalló esta semana un nuevo escandalo político al gobierno que enreda aún más a la Vicepresidente “Narca” Lucia Ramiréz, a quíen se le confirmaron sus andanzas en negocios inmobiliarios con un oscuro narcotraficante conocido en el mundo del hampa como “Memo Fantasma”.
Estos hechos marcan un punto de inflexión que va a costarle muy caro a la gobernabilidad al presidente Duque, como efectivamente lo pusieron de presente las encuestas más recientes que muestran un declive en la credibilidad del gobierno.
De está manera es previsible que, los dos últimos años del mandato de este gobierno, sean un período muy convulsionado. De acuerdo con tres premisas del pensamiento complejo que pueden ayudarnos a explicar lo que se ha dado en llamar la nueva normalidad en la pospandemia.
La primera premisa es que la experiencia histórica ha mostrado que en los segundos períodos el capital político del gobierno está muy comprometido y comienza a tener el “sol a sus espaldas”, proyectando hacia adentante las sombras de lo que ya hizo o dejó de hacer.
El arranque de este gobierno estuvo enfocado en hacer trisaz los Acuerdos de Paz. A lo cual dedicó buena parte del capital político heredado del CD durante el primer año de gobierno. Sin que hubiera podido armar una coalisión mayoritara en el Congreso para pasar sus reformas e impedir el funcionamiento de la Justicia Especial para la Paz (JEP). Dejando en sus aliados el amargo sabor de la derrota. Y, en el segundo año de su mandato le comenzaron a estallar los escandalos de la ñeñepolítica, la llegada del covid 19 y, recientemente, el escandalo de narcotráfico que involucra a la Vicepresidenta.
La segunda premisa se refiere a las grietas que comienzan a abrirse en la legitimidad del bloque de fuerzas políticas en el poder, dando lugar a la apertura de dos bifurcaciones o crisis políticas, morales y/o éticas: una se refiere a las pequeñas grietas morales y/o éticas que se transforman en grandes explosiones políticas; donde las pequeñas e insignificantes decisiones en las cadenas de mando de las grandes empresas criminalaes, tienen unas consecuencias catastróficas en los crimenes de lesa humanidad. Estas aparentemente inofensivas acciones criminales tratan de ocultarse bajo la sombra de la teoría de las “manzanas podridas” o, como lo han repetido insesantemente los voceros del CD -frente al caso de la Vicepresidente- se trata de un “tragedia familiar”. La otra gran grieta moral es la que se va formando durante largos períodos de relajamiento de las costumbres morales, que comienzan por expresiones familiares tales como “mijo no sea pendejo, no se deje”, pasando por la aprobación social del crimen que encierra la famosa expresión de “por algo sería” o “no estaban recogiendo café los angelitos” hasta la más cínica de “Les voy a pedir a todos los congresistas amigos del gobierno que mientras no estén en la carcel, voten la reforma
En uno u otro caso, las consecuencias de este relajamieno moral son las mismas: la aprobación social del crimen y la banalización del mal, de la cual nos habla Hannah Arendt en su famosa obra “Sobre la banalidad del mal”.
La tercera premisa se refiere a las grandes y graves crisis civilizatorias que, con motivo de la emergencia climática y la expasión mundial de la pandemia, está provocado el derumbamiento de la “globalización” y una emergencia climatica que, de no frenarse a tiempo, significaría el fin muchas especies, incluida la humana. en este planeta tierra.
Por estas poderosas razones, es imposible volver atrás y retornar a la nueva normalidad, tal como lo propone este gobierno.

Luis Alfredo Muñoz, junio 21 de 2020

domingo, 14 de junio de 2020

¿La Nueva Normalidad o la metamorfosis de una pandemia?

“Cuando Gregor Samsa despertó una mañana de un sueño inquieto, 
se encontró en la cama convertido en un monstruoso insecto.”
La Metamorfosis de Kafka
Tras casi tres meses de confinamiento total, el mundo comienza a despertarse y se da cuenta -al igual que Gregor Samsa—de que se ha convertido en un mundo conmocionado. Ahora millones de personas de distintos lugares del planeta comienzan a retornar a lo que los diarios han llamado eufemísticamente “la nueva normalidad”.
Caminan por las calles en trajes que parecen escafandras -lo que antes era de uso exclusivo del personal médico y paramédico- y con el rostro cubierto por una mascarilla, como si se tratara de miles de “Anónimos”. Llevar el rostro cubierto ya no es una señal de ocultamiento como cualquier criminal, sino que es la posibilidad de sobrevivir en el simulacro de una guerra ante un enemigo invisible: el covid-19.
Un pequeñisimo virus ha puesto en jaque el funcionamiento de un mundo globalizado y posmoderno, y ha desnudado sus flaquezas, en materia de pobreza, desigualdad social, discriminación racial y sostenibilidad ambiental. 
En su informe anual de 2020 sobre las perspectivas del empleo, la Organización Internacional del Trabajo(OIT) prevé un aumento del desempleo que afectará a más de 200 millones de personas. Dicha cifra representa el incremento a más de 2 digitos en las tasas de desempleo en la mayoría de las economías del mundo, situación que no se había visto desde la crisis de los años 30 del siglo pasado
A esté “ejercito de reserva” se le suman los millones que han perdido sus fuentes de ingresos y han vuelto a la pobreza. De acuerdo con estimaciones del Banco Mundial (2020), entre 40 y 60 millones de personas recaerán en la pobreza extrema este año, sumándose a los 740 millones de pobres que hoy se debaten entre el hambre, vida y la muerte. A estas dramáticas cifras de desigualdad en el mundo, se suman los miles de ciudadanos que deambulan por las calles de los países en desarrollo, implorando solidaridad y un mendrugo de pan para calmar el hambre y la rabia de los desterrados de la tierra
En estas circunstancias, el retorno a la normalidad es una invitación a volver atrás, cosa que no es posible pues han ocurrido transformaciones que han alterado la vida cotidiana por lo menos en tres aspectos: en primer lugar, la amenaza a nuestras vidas por el enemigo común e invisible, que ha convertido la muerte en el menú de cada día. En segundo lugar, gobiernos que tratan de ejercer su poder para “defendernos de ese enemigo común”, obligándonos a permanecer en casa y, ahora, distanciados y auto protegidos como condición para retornar a las actividades de la vida cotidiana. En tercer lugar, un mundo plano y ancho, donde las relaciones sociales han sido mediatizadas por una pantalla, y la vinculación a una infinidad de redes que amplían nuestros horizontes de conocimiento e información. 
En este sentido, volver atrás parece un imposible moral y un impedimento ético. Distintas voces de pensadores, filósofos y científicos coinciden en el reconocimiento de la fragilidad humana. El superhombre creado por el antropocentrismo es ahora una leve brizna amenazada por las alteraciones producidas por él mismo en su hogar planetario.
El Informe del Club de Roma (Meadows, 1972) hizo un predicamento sobre los “límites del crecimiento” donde mostraba que era insostenible un sistema de vida basado en el crecimiento del consumo y la extracción ilimitada de la naturaleza, la cual alcanzaría sus limites en los siguientes 100 años. Ahora, 50 años después el ritmo de expansión del consumo no solo ha continuado, sino que se le ha añadido una nueva y catastrófica presión: el calentamiento global. Este factor ha acelerado el deterioro de los principales ecosistemas, poniendo en riesgo la supervivencia de miles de especies incluida la humana.
El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre cambio climático (IPPC), de las Naciones Unidas, en su último Informe (2019) señaló que nos encontramos en el momento crucial para afrontar con éxito el mayor desafío de nuestro tiempo: limitar el calentamiento global. Abordar este reto requiere de cambios rápidos y de gran impacto tales como pasar al uso de energías limpias, y reducir los consumos superfluos y el desperdicio. 
El Covid 19 ha mostrado, además, de las profundas brechas económicas y sociales ya descritas, la debilidad en los sistemas de gobierno para enfrentar la emergencia sanitaria y mantener su estabilidad. 
El poderoso gobierno norteamericano ha fracasado en la atención de esta pandemia. Con más de dos millones de contagios y más de 114 mil muertos, su sistema de salud ha colapsado. Las escenas que ha visto el mundo de cientos de cadáveres en las calles y las fosas comunes hechas en el corazón de Manhattan son una manifestación de este fiasco. A esto se ha sumado la incontenible ira de la población negra, de las comunidades latinas y de la ciudadanía americana en general, contra la discriminación racial en los EEUU, lo que es un indicio de la implosión del gobierno americano. Los días del señor Trump parecen estar contados.
Igualmente, países como España, Italia y el Reino Unido que siguieron al pie de la letra las políticas neoliberales de privatización, están viviendo el colapso de sus sistemas de salud y protección social, obligando a sus gobiernos a poner en marcha ambiciosos programas de ayuda social que seguramente pasaran factura a sus finanzas. 
El gobierno colombiano, a diferencia de muchos países del mundo, ha resuelto poner en marcha apresuradamente las políticas de reapertura de su economía y de un solo salto emprender el camino del regreso a la “nueva normalidad”, sin haber superado los dos más graves peligros de la pandemia del covid-19: no conocer suficientemente su comportamiento y no disponer de instrumentos adecuados para enfrentarla.
La fatiga que se siente en la opinión pública con el incumplimiento de los reiterados anuncios del presidente Duque, que no se traducen en alivios concretos a las penurias de la mayoría de los colombianos se manifiestan en la caída de su credibilidad en las encuestas. Unido a lo anterior, el deterioro de la legitimidad de su gobierno por los crecientes escándalos de corrupción y narcotráfico, van a terminar por hundir en sus propios pies de barro el proyecto político del expresidente Uribe. 
De esta manera, la nueva normalidad se parece más a una nostalgia conservadora de defensa del estatus quo o a la añoranza de las elites capitalistas por volver a la pujanza del “capitalismo del desastre”, del que nos habla Naomi Klein.
Luis Alfredo Muñoz, junio de 2020

domingo, 7 de junio de 2020

Campesinos, transformación y reconocimiento: ¿otros mundos son posibles?

“Colombia -escribió un geógrafo y economista alemán- pertenece a los países dichosos en los que hay muy pocos burgueses y, muchísimos acomodados” 
Otto Bürger, 1920

Pese a que hace más de medio siglo se viene celebrando en Colombia el día nacional del campesino -por la iniciativa de Augusto Franco, un trabajador de la desaparecida Caja Agraria-, la importancia histórica, demográfica y cultural del campesinado ha sido tradicionalmente menospreciada por los diferentes gobiernos y la ciudadanía en general. Incluso en la reforma constitucional de 1991- garantista en derechos- el campesinado no logró ocupar su lugar en el reconocimiento de la diversidad cultural de la nación colombiana.
Le debemos a Fals Borda el primer reconocimiento del campesinado como un sujeto social e histórico. A través de dos maravillosos estudios, los “Campesinos de los Andes “y “El Hombre y la Tierra en Boyacá” que, a la postre se convirtieran en los estudios pioneros de la sociología rural de Colombia y en América Latina, Fals Borda definió el campesinado como un sujeto con identidad cultural propia, que tiene una especial relación con la tierra, el agua, los animales y, en general, con la naturaleza. De igual manera, resaltó los movimientos campesinos al afirmar que, el hecho de que el hombre dependa de la tierra para su sustento ha sido una fuente para los cambios sociales y un factor determinante de las movilizaciones campesinas por sus reivindicaciones. 
Sin embargo, el movimiento campesino ha tenido que recorrer una larga y dolorosa lucha por el reconocimiento de sus derechos. Desde el surgimiento de la ANUC, las movilizaciones campesinas han sido tratadas casi siempre con mucho despotismo por los gobiernos de turno, quienes las acusan de ser aliadas de la subversión. Las tomas de tierras de los años 70 que buscaron acelerar la implementación de la reforma agraria para otorgarla a los campesinos sin tierra, recibieron como respuesta la represión militar y el asesinato de algunos de sus líderes. Igual sucedió con las marchas cocaleras de mediados de los 90, que fueron la respuesta a las políticas punitivas impuestas por el gobierno norteamericano para la erradicación de los cultivos ilícitos. La minga del Cauca cuyo objeto era la recuperación de las tierras ancestrales de las comunidades indígenas fue tratada como un problema de orden público; y el paro agrario nacional de 2013, motivado por la importación de alimentos y los altos costos de los insumos, fue desaparecido bajo el lema del gobierno “el tal paro agrario no existe”. En síntesis, la infinidad de experiencias de resistencia campesina que se han desarrollado alrededor de la lucha por la tierra, la conservación de las semillas y los páramos, y la defensa de sus territorios, han sido desconocidas y muchas veces reprimidas.
Todas estas movilizaciones se han caracterizado por la diversidad de enfoques, propósitos, y alcances territoriales, pero tienen un denominador común: los aprendizajes colectivos, la conservación de la naturaleza, la valorización de las economías del cuidado, la diversidad de formas y expresiones y la lucha por el reconocimiento de campesinado como sujeto de derechos económicos, sociales, políticos y culturales.
La prolongación del conflicto armado por más de 50 años profundizó las desigualdades económicas y sociales del campo, cobrando la vida de más de 100.000 personas y el desplazamiento de casi 6 millones de campesinos, que perdieron sus tierras. Con posterioridad al Acuerdo de Paz, el movimiento campesino sigue pagando un alto costo social y humano, representado en el asesinato sistemático de los líderes y lideresas sociales. Esta situación continúa socavando su capital social y provocando nuevos fenómenos de desplazamiento y confinamiento territorial en varias regiones del país. Este fin de semana se volvieron a presentar enfrentamientos y bombardeos a la población civil en las regiones de Caquetá, Guaviare y Norte de Santander, con motivo de la llegada de los asesores militares gringos y el reinició de las fumigaciones aéreas. 
A pesar de estas circunstancias, el esfuerzo continuo de los campesinos colombianos ha permitido mantener una oferta de alimentos suficiente para garantizar el abastecimiento de las ciudades y, contribuir a la seguridad alimentaria de todos los colombianos. 
La importancia del campesinado colombiano se demuestra en las cifras de los censos y encuestas del país. De acuerdo con el Censo Nacional de Población (DANE, 2018), en el campo viven hoy 11 millones de personas, equivalente al 22,9% de la población total del país; de ellos el 86,3% se consideran campesinos. En la reciente Encuesta de Cultura Política (DANE, 2019), el 43,6% de los colombianos mayores de 18 años se consideran pertenecientes a una comunidad campesina y el 31,8% se identifican como tales. 
La importancia de la creación de capital social de los campesinos se evidencia en que cerca de una cuarta parte se encuentran vinculados formalmente a un grupo u organización, cifra que es significativamente superior al 16,7% de las cabeceras municipales. Sin embargo, estas redes de confianza son en un 94,2% conformadas por familiares, y no cubren al vecindario o a los grupos sociales más cercanos territorial o sectorialmente. Esto es una muestra de la poca confianza de los campesinos en las relaciones sociales que están más allá de lo puramente familiar limitando la posibilidad de desarrollar procesos colaborativos amplios y significativos.
En general las formas de vida campesinas se asocian a una gran diversidad de medios y prácticas productivas y sociales, centradas en una relación directa con la tierra y los recursos naturales que les permite jugar un papel central en la conservación de los ecosistemas. A su vez, las expresiones e identidades culturales, asociadas a la memoria y las tradiciones cobran vida en los territorios bajo diversas formas comunitarias, organizativas, de participación.
Estas potencialidades que no han sido reconocidas, constituyen el germen para que las organizaciones campesinas transformen el campo y desarrollen modos de vida y de producción que sean las semillas de lo que el Foro Social proclamó como “otro mundo es posible
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá, junio de 2020