viernes, 9 de febrero de 2024

Centralismo vs. federalismo fiscal: ¿una vieja disputa ideológica en nuevas odres?

Una nueva disputa ideológica ha surgido con motivo del reciente Congreso de la Federación Nacional de Departamentos —FND— en Santa Marta, donde el gobernador de Antioquia no solo criticó el centralismo fiscal sino que propuso la realización de un referendo con el objetivo es preguntarle al constituyente primario, si quieren que se cambie el artículo 298 de la Constitución de 1991, y se disponga «que solo los departamentos podrán gravar la renta y el patrimonio de las personas naturales y jurídicas domiciliadas en su territorio.” 

Es una vieja disputa ideológica que, a pesar de lo anticuada que parezca, mantiene viva la llama de las tradicionales aspiraciones “federalistas” de los caudillos y gamonales provinciales que, en campaña o en compañía de otros congeneres suyos, levanta su voz de protesta contra el gobierno central y critican sus políticas porque dicen les causan “asfixia, fastidio y marginación”.

En está ocasión, las voces inconformes se dirigen contra la Constitución de 1991. A la cual acusan de haber organizado una República centralizada que le entrego al Estado Nacional todo el poder fiscal, retrocediendo los avances en la autonomía territorial que se venian gestando desde la década de 1980, con motivo de la elección popular de alcaldes y gobernadores.

De tal manera que, según lo expresado por estos mandatarios, Colombia es una República Unitaria que concentra el poder en el Gobierno Nacional para fijar y recaudar impuestos, asignar los recursos y realizar los gastos e inversiones que se consideren convenientes y se prioricen en el Plan Nacional de Desarrollo (PND) y en el Plan Plurianual de Inversiones Públicas. 

En este sentido, los planes de desarrollo en las últimas décadas se han caracterizado por la búsqueda de una mayor equidad y sostenibilidad del desarrollo territorial y una mayor convergencia regional. En particular, el PND 2022-2026 se propone lograr una mejor forma de relacionar y ordenar los territorios para avanzar en la creación y reparto de la riqueza, para que los territorios abandonados y pobres -como el Chocó, La Guajira, la Amazonia o el Vaupés- tengan acceso a los beneficios del desarrollo y reciban mayores recursos que les permitan salir de la condición de pobreza y mejora el bienestar de su población.

Estos mandatarios piden que les devuelvan el monopolio para el otorgamiento de las consesiones mineras. Demandan que sean las instituciones departamentales las que expidan los títulos, autoricen su explotación -sin importar el impacto y el costo ambiental- y que ellos mismos realicen el control y la fiscalización de estás explotaciones. 

También manifiestan su reclamo por las inversiones en infraestructura vial (4G) contempladas en el Plan de Desarrollo y su reclazo a la priorización de las vías terciarias y al otorgamiento de la ejecución de estás obras a las comunidades rurales organizadas.

Ante la negativa del Gobierno Nacional de ceder en estás pretensiones, el gobernador actual de Antioquia ha propuesto salir a las calles a recoger 4 millones de firmas y obtener en las urnas cerca de 10 millones de votos para aprobar el referendo federalista.

Lo anterior significa que asistiremos, durante los próximos años, 2024 y 2025, a una nueva agitación política, donde se buscará alborotar el cotarro federalista para generar un descontento de la ciudadanía que considera que están siendo maltratados o desconocidos por el Gobierno Nacional.[1]

Antecedentes

En la historia del país, los voces federalistas han expresado sus preferencias por los gobiernos autonomos; donde los departamentos -antiguas provincias- pudieran tener un manejo autónomo de sus finanzas y, también, de la gestión administrativa de su territorio. Incluso, determinar que las regiones puedan expedir sus propias constituciones y tener monopolios legislativos, para que se comporten como repúblicas independientes y soberanas.

El año de 1810, que marcó el comienzo de la independencia, fue al mismo tiempo el inicio de las primeras expresiones del movimiento federalista. Bajo el lema “viva el rey, abajo el mal gobierno” varias Provincias de la Nueva Granada, proclamaron su desobediencia a la Corona Española. Tunja y Mompox precedieron a Cartagena en la declaración como “Estados libres, soberanos e independientes”.

“Declaramos solemnemente a la faz de todo el mundo que la Provincia … es desde hoy de hecho y por derecho Estado libre, soberano e independiengte, que se halla absuelta de toda sumisión, vasallaje, obediencia y de todo otro vínculo de cualquier clase y naturalez que fuese que anteriormente la ligase con la Corona y el Gobierno de España y que como Estado libre y absolutamente independiente pueda hacer todo lo que hacen y pueden hacer las naciones libres e independientes” (Corrales, 1883, p.17)

Esta situación abrió una etapa de conflictos armados en la que se desarrolló una lucha de todos contra todos, que fue la tónica general de la política colombiana durante la etapa conocida cómo La Patria Boba y que término con la reconquista española. Las élites neogranadinas eran profundamente provincianas como consecuencia del sistema colonial, extremadamente atomizado.

“La anarquia laceraba las provincias y se extendia cómo un reguero de polvora. Apenas hubo ciudad, ni villa rival de su cabecera, o que tuviese algunas razones para destacarse, que no pretendiera hacerse independiente y soberana para constituir la unión federal o para agregarse a otra provincia … Donde quiera que hubo un demagogo o un oportunista ambicioso que deseaba figurar se vieron aparecer Juntas Independientes y soberanas, áun en ciudades y parroquias miserables, las que pretendían elevarse al rango de provincias. (José Manuel Restrepo, 1950, v.I, p.90).

Tal marco era campo abonado para el surgimiento de caudillos o gamonales, personajes que van a marcar la historía colombiana de los últimos dos siglos. Los caudillos[2] derivan su poder del control que tienen sobre los recursos locales, ya bién sean humanos, económicos, políticos o institucionales; lo cual les otorga el acceso preferente no solo a la propiedad territorial, sino al control territorial. (Lynch, 1999, p.142).

Durante las primeras décadas del siglo XIX (1810 a 1850), fueron los grandes propietarios de las haciendas coloniales quienes, en alianza con los comerciantes y la burocracia criolla civil y eclesiastica, establecieron un régimen de dominación centralizada, muy favorable a sus intereses mercantiles y políticos precapitalistas (Ocampo López, 1.999, p. 267). Sus figuras intelectuales más destacadas fueron Santander, Caldas y Nariño.

Por otra parte, estaban los grandes hacendados de las provincias, quienes conspiraban para derrocar el gobierno central y establecer un régimen más descentralizado que otorgará más autonomía fiscal y administrativa y, poder así, ejercer un mayor control político y económico en sus territorios, lejos de las interferencias de la Capital. Este sector se declaró “federalista”, aún sin conocer muy bien en qué consistian los regimenes federales -que tanto admiraban- existentes en Estados Unidos, México, Brasil y Argentina. Sus representantes más conspicuos fueron Camilo Torres y Jorge Tadeo Lozano, quienes presidieron el primer Congreso General Federativo de las Provincias Unidas de la Nueva Granada, reunido en Villa de Leyva en el mes de octubre de 1812. 

La diversidad de provincias más que expresar unas fuertes identidades socio-culturales, se correspondia la diversidad natural y a su aislamiento geográfico que desató una explosión de rivalidades locales y provinciales que se ha mantenido a lo largo de la historía del pais, impidiendo resolver los grandes desafíos nacionales: la formación del mercado interno, la consolidación del Estado y la integración nacional.

El segundo período en el cuál Colombia pretendió tener un sistema político federal se dío entre 1863 y 1886, cuando se adoptó el nombre de Estado Unidos de Colombia en la famosa Constitución de Rionegro, Antioquia. Situación política que tuvo su origen en la creciente inconformidad de muchas regiones por el reparto de las rentas nacionales, la rigidez y las ineficiencias administrativas del centralismo. Cuando el sistema político centralista no contaba con instancias políticas de negociación para desactivar las luchas fratricidas entre los clanes regionales que llevaron a la ruina las finanzas públicas a finales del siglo XIX y que han vuelto a expresarse, con renovada fuerza, al inicio del presente siglo XXI, para frenar los procesos de cambio.

Tal como lo han reseñado varios estudiosos de la historía económica (Kalmanovich, 2003 y Rodríguez, 1992) los cimientos ideológicos del federalismo colombiano afincaron su ideario en el pensamiento económico librecambista y el radicalismo liberal de mediados del siglo XIX[3].

Sin embargo, luego de cincuenta años de independencia formal, el país no logró la transformación de las relaciones de producción precapitalistas, que con las fuertes restricciones impuestas por el sistema de hacienda colonial, mantuvieron una baja producción y productividad de los sistemas productivos, lo mismo que una limitada capacidad de generación de ingresos y, por ende, la imposibilidad de crear un mercado interno robusto y dinámico.

Tal cómo lo señalan Salomon Kalmanovitz[4] y José Antonio Ocampo[5], el desarrollo de la agricultura durante el siglo XIX estuvo limitado por la permanencia del sistema de la hacienda colonial y el restringido acceso al mercado mundial; los cuales fueron las causas del estancamiento del campo colombiano durante el siglo XIX.

Para Ocampo, la burguesia agroexportadora colombiana, estaba anclada en un régimen señorial incapaz de transformar la estructura socioeconómica para crear el mercado interior, de modo que no tuvo otra alternativa que abrazar el modelo de desarrollo del librecambio. Para este autor, dos elementos claves explican el estancamiento de la economía nacional y el fracaso del modelo librecambista fueron: una débil articulación con el mercado mundial, que le confiere el carácter periférico a la economía colombiana, y el comportamiento rentistico de la burguesia agroexportadora, basado en la “producción-especulación

Las políticas de la apertura económica y libre cambio que se pusieron en marcha con motivo de la Constitución de Rionegro, redujeron considerablemente los ingresos del Estado, al eliminar el cobro de los aranceles del comercio exterior y renunciar al monopolio de las rentas mineras que le fueron cedidas a los Estados Soberanos[6] con motivo de la nueva constitución. Los resultados fueron desastrosos tanto para las finanzas públicas, cómo para la estabilidad macroeconómica: una crisis fiscal sin precedentes en la historia económica del país; el aumento del déficit externo; el despido de numeros funcionarios públicos que afectaron la prestación de los servicios sociales básicos de educación, salud y justicia. Igualmente, sobrevino el deterioro de la seguridad ciudadana al reducirse la policía y el ejercito soberno.

Este estado de cosas propició los levantamientos y las insurrecciones regionales por parte de los hacendados y gamonales quienes organizaron sus propios ejercitos, sustrayendo a los trabajadores de sus haciendas para emprender númerosas luchas fratricidas entre liberales y conservadores. Lo cual obligó a los mismos gobiernos regionales a vulnerar los derechos de propiedad de sus ciudadanos, a realizar reclutamientos forzados para disponer de soldados, a decretar préstamos forzosos de los ciudadanos más ricos y otra serie de arbitrariedades surgidas de la matriz institucional de los Estados Soberanos y de la desesperación que causarón las guerras civiles de mediados del siglo XIX.

El proceso de descentralización en el Siglo XX

El proceso de descentralización se inició en Colombia hacia finales del siglo XX tomó dos vías diferentes[7]. La primera, de carácter económico, asociada con el propósito de mejorar la eficiencia económica y racionalizar el gasto en la prestación de los servicios públicos. La segunda, de carácter político, como una forma de transferir poder a las entidades territoriales (municipios y departamentos), ante la creciente reclamación de sus pobladores por una mayor autonomía. 

La elección directa de los alcaldes y gobernadores por parte de sus habitantes, se convirtió en el vínculo fundamental para acercar el Estado a las demandas locales y regionales y para garantizar una mayor ingerencia de los ciudadanos en las decisiones que los afectan.

En el año de 1991, este proceso se reforzó y profundizó con la expedición de la Constitución Política de Colombia –CPC-, mediante la cual el Estado se definió como un Estado social de derecho, bajo la forma de una “República Unitaria y descentralizada, con autonomía de sus entidades territoriales”, con un fuerte componente de participación y control ciudadano en la gestión pública de los distintos niveles de gobierno. Características que fueron desarrolladas por un conjunto de Leyes  reglamentarias de la CPC, dentro de las cuales se desatacan: la Ley 60 de 1993 (Competencias y Recursos), Ley 99 de 1993 (Del Medio Ambiente y los Recursos Naturales), Ley 136 de 1994 (de Participación Ciudadana), Ley 152 de 1994 (Orgánica de Planeación Nacional y Territorial), Ley 101 de 1993 (Desarrollo Agropecuario y Rural)Ley 160 de 1994 (Reforma Agraria y Desarrollo Rural), entre otras. 

Estas disposiciones legales configuraron el marco normativo de la descentralización territorial que habría de establecer los nuevos escenarios del desarrollo. 

Balance y perspectivas de la descentralización en Colombia de finales del siglo XX

Colombia es uno de los países Latinoamericanos que más ha avanzado en el proceso de descentralización hasta el punto de lograr que más de la mitad de los recursos públicos de la Nación sean hoy en día manejados por las entidades territoriales del nivel subnacional. La situación actual, comparada con la existente hace apenas dos décadas, presenta un cambio significativo expresado en una estructura de gobierno en la cual las entidades del nivel central se especializan en la definición, orientación, coordinación y evaluación general de políticas públicas, el manejo macroeconómico y del comercio exterior, y la creación de condiciones fiscales, financieras y administrativas globales para garantizar una adecuada provisión de los bienes y servicios públicos que mejoran el bienestar y la calidad de vida de los ciudadanos colombianos. Mientras que las entidades territoriales (departamentos y municipios) asumen la responsabilidad de la prestación de los bienes públicos locales (Finot, 2001), con especial énfasis en los sectores de educación y salud. De esta manera, se retoma el papel protagónico del municipio en la función pública.

Igualmente, las autoridades administrativas territoriales (alcaldes y gobernadores) se eligen hoy democráticamente, con lo cual se ha fortalecido la autonomía territorial y se impulsan procesos de mejoramiento de la gestión pública al vincular la elección popular de los mandatarios con el desempeño de la gestión pública mediante el mecanismo del voto programático (Ley 136/94). 

La descentralización en Colombia surge dentro de un contexto de crisis institucional donde convergían problemas de ineficiencia económica en la prestación de servicios públicos (Wiesner, 1992) con problemas de gobernabilidad y deslegitimación de sus instituciones democráticas (Santana, 1986). Los profundos desequilibrios interregionales y las desigualdades sociales venían acumulando una creciente inconformidad social que se puso de manifiesto en la oleada de protestas y paros cívicos que sacudieron los escenarios públicos del país hacia finales de los años 70 y comienzos de los 80.

Frente a este panorama de crisis e incertidumbre institucional, el modelo de la descentralización administrativa, política e institucional resultada más funcional para adecuarse a esas transformaciones económicas, políticas y culturales del mundo contemporáneo (Boisier, 1993).

Así, pues, la descentralización territorial en Colombia mezcló varios ingredientes de carácter económico, político e institucional. Desde el punto de vista económico, se buscaba aumentar la eficiencia económica abriendo nuevos espacios para el funcionamiento de los mercados, en lo que se conoce como el modelo de “federalismo fiscal[8]. Desde el punto de vista político, la descentralización ofrece las ventajas del “pluralismo político” por cuanto contrarresta la concentración del poder y genera espacios de participación y aprendizaje democráticos por parte de los ciudadanos de las localidades (Finot, 2001) 

Sin embargo, la descentralización es un mecanismo que no tiene la capacidad para alterar problemas estructurales tales como la pobreza, la desigualdad, el desempleo y la concentración de la propiedad territorial. No podemos asignarles funciones sobre las cuales no tiene mayores alcances. La descentralización política y administrativa no puede modificar las condiciones estructurales, económicas y sociales, del desarrollo capitalista (De Mattos, 1990).

Alcances y limitaciones de la descentralización en las funciones económicas y financieras

Desde el punto de vista fiscal y financiero, el proceso de descentralización en Colombia ha tenido avances significativos, representado en el incremento considerable de los recursos financieros transferidos por la Nación a las entidades territoriales. Así, la participación de los municipios y departamentos en los ingresos corrientes de la Nación (PICN) pasó de representar el 0.6% del PIB o el 31.8% de los ingresos totales de la Nación, en 1990, a representar casi el 5% del PIB y el 50% de los ingresos totales de la nación, en el año 2000.

Este volumen tan considerable de recursos, en manos de las entidades territoriales, permitió que el país pudiera avanzar considerablemente en la disminución de la pobreza (medida en términos de NBI), al pasar en una década de niveles del 45% de NBI (1990) al 23% de NBI (2000).

Sin embargo, la distribución de esos recursos y sus impactos en la disminución de la pobreza no fue tan equitativa entre entidades territoriales ni entre el campo y la ciudad. Así, mientras la pobreza en las ciudades se redujo en un 50%, al pasar de un 48% de NBI (1990) a tan solo el 23% (2000), la pobreza rural solo se redujo en un 20%, al pasar de un 75% de NBI (1990) al 55% de NBI (2000).

Igual situación se puede observar en materia de las disparidades regionales. El balance del proceso descentralizador de las últimas dos décadas muestran que los desequilibrios entre los departamentos y distritos de mayor desarrollo y las regiones más atrasadas y rurales tienden a aumentar, tal como lo indica el índice de disparidades territoriales (IDT[9]) que pasó de 0.39 en 1980  a 0.5 en 1995 (CEPAL, 2001)

Esta situación se tradujo en el aumento de la “ineficiencia productiva” expresada de dos formas: por una parte, en el aumento de los costos per capita en la prestación del servicio educativo sin que esto se viera reflejado en un aumento de la calidad del servicio. Por otra parte, en el aumento en las diferencias del gasto per capita por departamentos y municipios sin una relación muy clara con la diferencia de costos o de calidad del servicio. 

Este fenómeno ha tenido una doble implicación: por una parte, una asimetría en el ajuste macroeconómico del país al atar las transferencias a un porcentaje fijo de los ingresos corrientes de la Nación (ICN), que castigada los mayores esfuerzos tributarios del país y premiaba la llamada “pereza fiscal[10] de los territorios, al asegurarles un incremento en las participaciones independientemente de su desempeño fiscal. Esta situación se corrigió parcialmente en la nueva Ley de competencias y recursos, que desvincula el aumento de las transferencias del incremento en los ICN y lo relaciona con el aumento del índice de precios (IPC).

Por otra parte, la formula del reparto de las transferencias y la falta de controles permitió un aumento considerable en los niveles de endeudamiento de los territorios hasta alcanzar la cifra de 7.5 billones de pesos en el año 2020. 

Alcances y limitaciones en la función política

En general, la mayoría de los analistas del tema de la descentralización en Colombia coinciden en reconocer que sus mayores logros están en el ámbito político (Ocampo, 1995). La descentralización política sentó las bases para una mayor democratización de la vida política y la autonomía de las entidades territoriales.

La elección popular de Alcaldes y Gobernadores[11], unida al voto programático[12] y la participación ciudadana[13] en el control de la gestión pública, posibilitaron un mayor involucramiento de los ciudadanos en los asuntos públicos de sus localidades y una mayor adecuación de las ofertas políticas con las necesidades y requerimientos de las comunidades.

Sin embargo, el clima de violencia, desplazamiento y la presión que ejercen los grupos armados ilegales en amplias zonas del país, sobre todo en los sectores rurales, han contribuido la destrucción de diferentes formas de organización y de relacionamientos sociales que son la base del capital social, clave para el desarrollo económico y la profundización de una democracia política vigorosa. 

Además, la ausencia de mecanismos, recursos y de información ha debilitado las posibilidades de participación ciudadana. Tal como lo muestran investigaciones recientes (Muñoz, 2003), la participación es apenas un proyecto en construcción que tiene muchas debilidades y limitaciones.

Alcances y Limitaciones en las funciones institucionales

Las reformas institucionales impulsadas en Colombia modificaron el régimen de las competencias y responsabilidades de los distintos niveles territoriales. Las distintas disposiciones legales promulgadas recientemente se le asignan a las entidades territoriales (municipios y departamentos) la prestación de los servicios públicos básicos, el manejo de los recursos de transferencias y participaciones, la planeación, gestión, evaluación y seguimiento de la inversión pública local. Mientras que a la Nación se le reservaron las funciones de orientación estratégica, formulación de políticas públicas, asesoría a las entidades territoriales y seguimiento y evaluación de la inversión pública nacional y territorial; así como también el seguimiento y evaluación de la gestión pública local y departamental.

Sin embargo, las evaluaciones y los análisis realizados en los últimos años en el país coinciden en señalar que es en este frente institucional donde mayores dificultades y obstáculos se han presentado.

En primer lugar, el modelo institucional de la descentralización que se ha ido consolidando en Colombia es un modelo híbrido, que combina dos paradigmas institucionales que, en la literatura internacional sobre el tema se consideran antagónicos: el modelo de agente/principal[14] (Heymann, 1988), en el cual los gobiernos locales son básicamente agentes delegados que ejecutan políticas y esquemas diseñados en el nivel central y, por lo tanto, deben rendirle cuentas al gobierno nacional por los resultados de su gestión; y el modelo de escogencia o elección pública[15] (public choice), en el cual los gobiernos locales gozan de autonomía en la definición de sus políticas, obtienen los recursos directamente de sus contribuyentes y, por lo tanto, deben rendir cuentas directamente a la ciudadanía por el desempeño de su gestión.

Para el caso colombiano, el carácter híbrido del modelo dificulta enormemente su funcionamiento por las distorsiones y las dificultades que ofrece para lograr una coordinación eficiente. En efecto, el hecho que la asignación de los recursos de participación (PICN) esté ampliamente regulada y sectorializada por el gobierno nacional, convierte a los gobierno locales en meros ejecutores de políticas y esquemas operativos que han sido previamente fijados por el nivel central. La rigidez y el exceso de las reglamentaciones centralizadas que llega hasta determinar los porcentajes y el tipo de gasto que deben cubrirse con estos recursos, deja a los territorios sin autonomía para decidir sobre la orientación de la inversiones, provocando duplicidades del gasto e ineficiencias económicas que elevan los costos de prestación de los servicios (Castañeda, 2001).

De otra parte el “sesgo municipalista” (Vargas, 1.996) de la descentralización que transfirió directamente muchas competencias y recursos del nivel nacional al nivel local sin tomar en cuenta el nivel intermedio de los departamentos provoco muchos desfases y generó muchos vacíos en el proceso descentralizador. En un panorama de mucha debilidad en la capacidad de gestión de la mayoría de los municipios pequeños y rurales no se preparó un plan de transición que les permitiera ir asumiendo paulatinamente las nuevas responsabilidades, en la medida de su fortalecimiento y desarrollo institucional.

Dentro de este desorden funcional resalta el lánguido papel de los Departamentos, que ante el olvido a que fueron sometidos en las primeras etapas de la descentralización se encuentran en una situación de rezago y debilitamiento, que apenas ahora están iniciando su proceso de ajuste y fortalecimiento (Conpes 3238, 2003).

Alcances y limitaciones en la función reguladora y de acción colectiva

Durante las últimas décadas la capacidad del Estado Colombiano para garantizar un marco regulador estable y democrático de los territorios se ha visto cada vez más recortada por la acción y los intereses de los diversos grupos presión legales e ilegales. En consecuencia, predominan en la sociedad rural Colombiana condiciones de enorme complejidad e incertidumbre para la práctica de la vida privada y publica. La justicia y la seguridad no operan; la impunidad es la norma[16], así como lo es la falta de protección a los derechos de propiedad, y la baja cobertura y calidad de los servicios públicos esenciales.

La  concentración  del poder económico y político es uno de los factores de inestabilidad más grandes y, por tanto, donde se ha hecho más agudo el conflicto distributivo entre los diferentes grupos sociales, cualquiera sea el escenario que se analice. En el escenario regional, el conflicto armado, originalmente expresión de tal desequilibrio, ha pasado a reforzarlo, especialmente a través de la actividad del narcotráfico y de los mecanismos de ordenamiento privado (paramilitarismo) que ahora prevalecen. La concentración de la tierra es la gran beneficiaria junto con la generación de excedentes que financian otras actividades económicas en el país y en el exterior, mientras que el grupo de  perdedores está representado fundamentalmente por el gran contingente de desplazados rurales: pequeños propietarios, fuerza de trabajo, mujeres, niños, jóvenes y ancianos. La cultura de corrupción que se ha insertado en todas las relaciones económicas y presupuestarias del país, con características propias en los escenarios locales, se consolidó como un mecanismo destacado de concentración de ingresos, aumentando el desequilibrio distributivo. Finalmente, políticas publicas han participado en este conflicto  favoreciendo fuentes de rentas y promoviendo el asistencialismo.

Unos planes de desarrollo que en las últimas décadas se han caracterizado por la búsqueda de un equilibrio departamental y una convergencia regional. Que ha insistido en la obligación del país de avanzar en el reparto de la riqueza, para que aquellos territorios abandonados y pobres —como la Amazonía, el Chocó o el Guaviare—, reciban recursos y les permita mejorar las condiciones de vida de su población, que también son colombianos.

Política que, a pesar de ser un acuerdo nacional, no le gusta a algunos gobernadores, de allí que levanten sus voces críticas periódicamente, en especial, en épocas electorales. Ellos ven con malos ojos que algunos departamentos aporten mucho con sus impuestos a la nación y reciban poco a través del Sistema General de Participación y de Regalías.

 

Luis Alfredo Muñoz Wilches

Bogotá, 7 de febrero de 2024



[1] Para una mejor comprensión de estos temas ver el artículo de Germán Valencia. Centralismo vs federalismo fiscal.En https://www.udea.edu.co/wps/portal/udea/web/inicio/udea-noticias/udea-noticia/!ut/p/z0/fU8xDsIwDPwKS0eUUEqAsWJAQgwMCLVekNWGYmjttgmI55OCBGJhse5859NZgcoUMN6pQk_CWAeegzkulqt4kiZ6q01idGp2yWwer6f7g1YbBf8NIYEuXQepgkLY24dXWSu9x_pWWow0ul92lsa-8TBHLJ4KQhfp1zVTKYPru5aWOHQNumXfY02ukfHJlvaDyRXhk_YK-RMRGmR-/

[2] De acuerdo con la definición de John Lynch (1999), los jefes o caudillos regionales son todos aquellos actores políticos o grandes propietarios de hacienda con capacidad de ejercer el control sobre los recursos locales, ya bien sean humanos, económicos o políticos; lo cual les otorgaba una posición dominante obtener rentas extraordinarias o para incidir en las decisiones sobre el acceso y/o usos de los recursos territoriales. 

[3] OSCAR RODRÍGUEZ SALAZAR Y DECSI ARÉVALO HERNÁNDEZ, 1992. La Historiografia Económica Colombiana del Siglo XIX, En La Historia al final del milenio: Ensayos de Historiografia Económca, Repositorio Universidad Nacional de Colombia.

[4] KALMANOVITZ, Salomón, 1979. Breve historia de Colombia durante el siglo XIX, en Manual de Historia de Colombia, Bogotá, Colcultura, 1979,

[5] OCAMPO, José Antonio. Colombia y la economía mundial 1830-1910, Bogotá, Oveja Negra, 1971.

[6] Primero fue la creación del Estado de Antioquia (1856) y un año después (1857) se dio la proclamación del Estado Soberano de Santander.

[7] Los analistas de la descentralización en América Latina, han hablado de dos tipos de procesos de descentralización: un proceso de carácter político, mediante el cual se transfiere poder desde los niveles centrales a los locales; y un proceso de carácter administrativo y fiscal, mediante el cual se le transfieren competencias y recursos a los niveles locales, que por su mayor cercanía a los ciudadanos pueden garantizar la prestación más efectiva de los servicios públicos (Ocampo, 1995).

[8] El enfoque del “federalismo fiscal” se enmarca dentro de la perspectiva de la “eficiencia económica” que considera que el Estado cumple tres funciones básicas: estabilización macroeconómica, redistribución y asignación (eficiente) de los recursos. La primera le compete exclusivamente al nivel central, quien mediante las políticas monetaria, cambiaria y fiscal, lograría sentar las fases de la estabilidad y el crecimiento. La segunda, redistributiva, se discute hoy que podría ser objeto de una acción combinada entre los distintos niveles territoriales (nación, departamentos y municipios). Y, finalmente, la función asignativa, que comprende la provisión de los servicios públicos locales, podría ser reasignada desde el nivel nacional hacia las entidades territoriales, que dada su mayor cercanía a las demandas de las comunidades ofrece unas mejores condiciones para asegurar la “eficiencia” asignativa.   

[9] El IDT mide la dispersión entre el PIB por habitante de los territorios o departamentos, para el caso Colombiano.

[10] Se trata del fenómeno generado en los municipios por el incremento automático de las participaciones en los ICN independientemente de su desempeño fiscal que llevó a aumentar el índice de dependencia de las PICN.  

[11] La elección popular de Alcaldes se estableció por medio del Acto Legislativo N° 1 de 1986 y se puso en práctica en el año 1988. La elección de Gobernadores se introdujo en la Constitución de 1991 y se realizó en 1994.

[12] La Ley 152 de 1994 y sus decretos reglamentarios establecieron los instrumentos, mecanismos y procedimientos para adelantar procesos de planeación participativa en todos los niveles territoriales. 

[13] La Ley 136 de 1994 introdujo la figura del voto programático y diferentes formas y mecanismos de participación ciudadana en los asuntos públicos. 

[14] El modelo de agente/principal fue formulado inicialmente por Daniel Levinthal (1988) y luego desarrollado por David Heymann (1988) para analizar la delegación de funciones entre un organismo principal y un agente delegatario. Luego fue retomado por Campbell, Peterson y Brakarz (1991) para aplicarlo a las experiencias de descentralización administrativa y fiscal.

[15] El modelo de “elección pública” fue desarrollado por la llamada “escuela de Virginia” y de acuerdo con Dennis Mueller (1984) las insuficiencias del mercado para alcanzar el optimo paretiano, en particular para los bienes públicos, justifica la búsqueda de una solución cooperativa del tipo del federalismo fiscal, en el sentido que la prestación de los servicios públicos sería más eficiente si se hace de manera descentralizada.  

[16] Paramilitares superan las 10.000 personas armadas y las guerrillas los 24.000 y se disputan amplios territorios donde los robos, la destrucción y la impunidad campea y la cobertura de los servicios públicos es insuficiente.

miércoles, 17 de enero de 2024

Repensando el territorio para ser una potencia mundial de la vida

Terminamos el año 2023 con un aumento sin precedentes de la temperatura de la tierra y en muchas regiones del país comienza a sentirse los efectos del fenómeno de El Niño. 

A finales del año pasado, la ministra de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Susana Muhamad, declaró la emergencia climática ante el aumento de la temperatura planetaria por encima de los 0.5º C; lo cual provocó el calentamiento de las aguas del océano Pacífico, la alteración en las dinámicas atmosféricas, la disminución de las lluvias, el aumento de los ciclones tropicales en el Caribe colombiano y la presencia de exporádicos aguaceros torrenciales en la Costa Caribe y la región Andina.

Al mismo tiempo, la directora del Ideam, Ghisliane Echeverry, declaró oficialmente la llegada del fenómeno de El Niño y dijo que “Aunque las precipitaciones han sido intensas en algunas regiones, el promedio nacional ha sido inferior a los registros históricos y estamos evidenciando un aumento generalizado de temperaturas (…) La época seca podría extenderse durante varios meses en 2024”.

Los nuevos mandatarios, alcaldes y gobernadores, no han tenido tiempo de calentar sus sillas y se han visto obligados a colgar el saco y arremangarse la camisa para salir de sus despachos en busca de agua para calmar la sed de los habitantes y visitantes en varios municipios del país. 

Paradógicamente, siendo Colombia una potencia mundial en la cantidad de agua dulce disponible (seis veces superior al promedio mundial y tres veces más que Sudamérica), una quinta parte (207) de los municipios son muy vulnerables a sufrir desabastecimiento de agua.

De acuerdo con el último Estudio Nacional del Agua (ENA)[1], elaborado por el Ideam,  durante el período 2000 y 2022, un total de 565 municipios (más de la mitad del país) de 26 departamentos sufrieron desabastecimiento de agua en las temporadas secas. Y cerca de doce millones de personas (un poco más del 25% de la población) tuvieron un acceso limitado al agua potable, debido a las interrupciones en el suministro que provocaron eventos climáticos extremos cómo tormentas eléctricas, deslizamientos, avalanchas y crecientes súbitas que afectaron los sistemas de acueductos territoriales. 

Al parecer, las administraciones territoriales no aprendieron la lección y están mal preparadas para enfrentar los trágicos efectos de la variabilidad y el cambio climático.

Desafortunadamente, durante las pasadas elecciones regionales se escucharon muy pocas voces expresando su preocupación y reconocimiento de las alertas de la comunidad científica mundial sobre los “Límites planetarios del crecimiento[2].

De acuerdo con los expertos del Centro de Resiliencia de Estocolmo, por primera vez en la historía del planeta, hemos transgredido seis de las nueve fronteras que regulan la estabilidad y la resiliencia del planeta, acelerando la marcha hacia la debache planetaria.[3]

En el caso de Colombia la preocupación se centra en el aumento de la presión sobre cuatro de esas “fronteras”: la pérdida de biodiversidad, la extracción y uso de las fuentes de agua dulce, la degradación de los suelos y la baja gobernabilidad ambiental .

En primer lugar, el deterioro de los recursos naturales y la pérdida de biodiversidad se constituyen en factores críticos del bajo desempeño de varias regiones del país. La escasa cobertura vegetal de las zonas montañosas, los incendios, la ampliación de la frontera agrícola y la expansión de las actividades agrícolas y ganaderas en las áreas protegidas de páramos y de conservación de las fuentes de agua, constituyen los principales factores que han ocasionado la destrucción de biodiversidad y el deterioro creciente de los recursos naturales del país.

De acuerdo con las cifras de los Resultados del Monitoreo de la Deforestación (Ideam, 2017[4], el 65.5% de la deforestación ocurrió en la región Amazónica, siendo los departamentos de Caquetá y Guaviare donde se concentra la presión sobre el Arco Amazónico, debido a la ampliación de la frontera agrícola, la ganadería extensiva y el aumento de las tensiones propias de los procesos de negociación con los grupos armados ilegales. 

A pesar de la disminución de la deforestación, como resultado del éxito del Plan de Contención de la Deforestación que puso en marcha el Gobierno Nacional, la región Andina continua siendo la segunda región con mayor superficie deforestada (36.745 hectáreas). Igualmente, la región Caribe presentó una reducción en la deforestación (15.655 ha) y la Orinoquía con 9.853 ha.

En segundo lugar, los fenómenos de deforestación y pérdida de la cobertura vegetal han afectado las áreas de conservación de las fuentes hídricas, reduciendo el suministro de agua dulce. 

En el reciente Estudio Nacional del Agua (ENA, 2022), los departamentos con los mayores índices de vulnerabilidad hídrica durante los períodos secos fueron: La Guajira (declarada en emergencia climática en 2023), Cesar, Atlántico y Córdoba en la región Caribe; Boyacá, Cundinamarca, Santander y Tolima en el Centro Oriente; y el norte del Valle. Territorios donde la insuficiente disponibilidad de agua, por períodos prolongados, y la disminución de la oferta de servicios ecosistémicos para satisfacer las necesidades de la población afectaron a más de 207 municipios y una población de casi diez millones de habitantes; de los cuales el 63% han sido recurrentes en los últimos años. 

En tercer lugar, la contaminación y la degradación de los suelos son factores que afectan directamente la productividad, la diversidad agroecológica y seguridad alimentaria de los colombianos. 

De acuerdo con las cifras del Igac (2022), el 40% de los suelos aptos para la agricultura  presentan algún nivel de erosión, lo cual limita la capacidad productiva. Igualmente, la erosión afecta el 33% de los suelos de bosques naturales y el 51% de los suelos que están dentro de la frontera agrícola, reduciendo la oferta de servicios ecosistémicos e incrementando la vulnerabilidad de la pequeña economía familiar campesina y la calidad de vida de los habitantes rurales del país.

De otra parte, la información del IGAC (2012) señala que el 28% de los suelos aptos para las actividades agropecuarias presentan conflictos de uso: 15% por sobreutilización y 13% por subutilización. De los 22 millones de hectáreas (19,3%) que tienen vocación agrícola, solo 5,3 millones (4,6%) están dedicados a la producción agrícola. Mientras que de los 15 millones de hectáreas (13,3%) con vocación ganadera se están utilizando 34 millones (30,6%) para ganadería. Y de los 48 millones de ha (42%) con vocación forestal, unicamente 0,4 millones de hectáreas disponen de plantaciones forestales con fines comerciales. 

De tal manera, estos factores contribuyen a la reducción de la productividad y la pérdida de la agrodiversidad de las tierras productivas, pastizales, zonas de páramos y de bosques tropicales y de alta montaña.

Tal cómo lo señala el Estudio de Competitividad Territorial (CPC-CEPEC, 2019)[5], estos factores constituyen las principales limitantes de la productividad y competitividad de la producción agrícola y rural y, a su vez, son factores que explican la creciente migración de la población rural joven que abandona el campo en busca de nuevas oportunidades laborales y de generación de  ingresos.

Finalmente, la baja gobernabilidad ambiental se constituye en el cuarto factor que explica el declive de la producción y la competitividad regional durante los últimos lustros. 

La inoperancia de las Corporaciones Autonomas Regionales y la baja capacidad de gestión ambiental de las entidades territoriales se explican por la conjunción de 3 factores:

(i)     Las asimetrías de información, 

(ii)    La carecencia de un sistema de indicadores ambientales que permita realizar el seguimiento, control y monitoreo en tiempo real sobre aspectos como: el cambio climático, biodiversidad, erosión y contaminación de los suelos, seguridad alimentaria, y la sanidad e inocuidad de los alimentos que consumimos.

(iii)   La falta de voluntad política de la dirigencia política regional, más interesados en atender las urgencias de corto plazo que en la búsqueda de solución a los problemas estructurales.

El 2024 es un año crucial para la sostenibilidad del sector ambiental y la adaptación al Cambio Climático en el país. 

De acuerdo con la ministra de Ambiente, Colombia tiene tres grandes desafíos: i) ser el país sede de la Conferencia Mundial de las Partes del Convenio sobre Biodiversidad Biológica (COP16); ii) continuar con el logro de los Resultados de reducción de la deforestación del Plan de Contención de la Deforestación y iii) consolidar las ecorregiones propuestas en el Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026.

Para Susana Muhamad, los esfuerzos del Gobierno del Cambio en 2014 estarán centrados en posicionar al país como la primera potencia de la vida y la importancia de la biodiversidad biológica a nivel mundial a través de la realización de la COP16 en octubre de este año.

En segundo lugar continuar con el avance en las cifras de reducción de la deforestación y alcanzar, así, las metas de restauración ecológica, donde el Gobierno Nacional no solo se compromete a disminuir la pérdida de bosques, sino restaurar más de 700.000 hectáreas de bosques y zonas de protección.

Y, finalmente avanzar en la consolidación de las ecorregiones propuestas en el Plan Nacional de Desarrollo, , el fortalecimiento de la gobernanza de los recursos naturales y el ordenamiento territorial alrededor del agua.

Ser los anfitriones de la más importante discusión mundial sobre la biodiversidad, en su calidad del segundo país más biodiverso, es una gran oportunidad para transformar nuestra comprensión de lo representa ser ciudadanos y habitantes de una potencia mundial de la vida.

 

Luis Alfredo Muñoz Wilches

Economista y MSc en Análisis de problemas del Desarrollo

Enero 18 de 2024



[1] IDEAM, 2022. Estudio Nacional del Agua http://www.ideam.gov.co/web/agua/estudio-nacional-del-agua

[2] Steffen, et al, 2015. Centro de Resiliencia de Estocolmo. Los Límites Planetarios. https//bit.ly//3vzGdMP

[3] https://www.stockholmresilience.org/research/research-news/2023-09-13-all-planetary-boundaries-mapped-out-for-the-first-time-six-of-nine-crossed.html

[4] IDEAM, 2017. Resultados del Sistema de Monitoreo de la Deforestación 2017. Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible. 

[5] Consejo Privado de Competitividad -CPC- & Centro de Pensamiento en Estrategias Competitivas -CEPEC- Universidad del Rosario, 2019. Informe Índice Departamental de Competitividad 

sábado, 30 de diciembre de 2023

Los 14 Petronomics del año 2023

Cómo es costumbre, estas épocas de fin de año son propicias para realizar balances de los hechos que podrían configurarse como los principales cambios en el país. Para ello, acudo a un parangón entre la clásica selección de la discografía nacional de los famosos 14 cañonazos bailables y la expresión Petronomics -acuñada por primera vez por el periodista inglés P. Harvey- para referirme a las apuestas económicas claves del gobierno de Petro que se convirtieron en realidad en el presente año.

El año 2023 comenzó con un aumento del 16,7% del salario mínimo que benefició directamente a los 2,5 millones de asalariados más vulnerables e, indirectamente a más de 10,5 millones de trabajadores cuyas remuneraciones dependen de este factor. 

Por primera vez en muchos años se logró un acuerdo, en la Mesa de Concertación Salarial, para fijarlo por encima de la tasa de inflación del año 2023 (9,5%). Esto significó un aumento de casi el 7%  en el salario real de los trabajadores colombianos. Tal incremento permitió recuperar el poder de compra de los asalariados del país, afectado por los efectos inflacionarios de las malas políticas económicas de gobiernos anteriores[1].

El segundo cañonazo de los Petronomics está representado en la reducción de la pobreza monetaria al 36,6%, luego del incremento significativo durante la pandemia del Covid  (41,8%). Dicha reducción es el resultado de la combinación del aumento del salario real y las políticas sociales de Renta Ciudadana, Ingreso Solidario, Jóvenes en Acción y Hambre Cero que conduce el Departamento Administrativo para la Prosperidad Social del Gobierno del Cambio[2].

El tercer cañonazo lo constituyó el aumento del 29 ,6% del recaudo tributario durante la vigencia fiscal del 2023, impulsado por el incremento del 49% en el impuesto a la renta producto de la reforma tributaria progresista aprobada en el periodo anterior[3]. El recaudo tributario total hubiera alcanzado la meta de los $274 billones, de no ser por la la gabela que la Corte Constitucional decidió entregarle a las empresas extractivas para descontar las regalías como parte del impuesto a la renta. Se calcula que los ingresos tributarios disminuyeron en unos 3 billones de pesos.

El cuarto cañonazo fue la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026 “Colombia Potencia Mundial de la Vida”, luego de un amplio proceso de discusiones y participación que contó con la presencia de más de 250 mil ciudadanos en los 51 Diálogos Regionales Vinculantes. 

El Plan de Desarrollo dispone un monto de inversiones por el orden de los $1.154,8 billones de pesos durante el cuatrienio, distribuidos así: $577 billones del Presupuesto General de la Nación (PGN); $268,8 billones del Sistema General de Participaciones (SGP); $145,8 billones correspondientes al aporte de las entidades territoriales; $106,4 billones de la empresas públicas nacionales; $47,4 billones del Sistema General de Regalias (SGR), y $9,1 billones de cooperación internacional[4]. Cifras que marcan un hito comparado con los presupuestos destinados en los anteriores planes de desarrollo.

El quinto cañonazo fue el buen manejo y la disminución del déficit fiscal acumulado hasta septiembre de 2023 del orden de -1.4% del PIB, lo cual representó una reducción de casí 2% frente al mismo periodo de 2022. Este mejor desempeño fiscal se explica por el incremento sustancial del recaudo tributario (30%), producto de la dinámica económica, el aumento favorable de la Tasa de Cambio y la eliminación de odiosos beneficios tributarios otorgados en gobiernos anteriores. 

Por otra parte, la reducción del déficit fiscal como parte por el impacto de la apreciación de la Tasa de cambio se explica por la valorización de la deuda externa frente al periodo 2022 y por la acumulación de activos internos. Por lo tanto, la deuda pública se redujo en 5,4 puntos del PIB (52,5%), con respecto al período 2022. Lo anterior es consistente con el hecho de que los activos financieros cerraron en 4,6% del PIB en el tercer trimestre de 2023, superiores en 1,4 puntos porcentuales frente al mismo periodo 2022 (3,2% del PIB)[5].

El sexto cañonazo lo constituyó la reducción del déficit del Fondo de Estabilización de Precios de Combustibles (Fepc). Luego de recibir un hueco fiscal de $36,7 billones de pesos del gobierno de Duque, se logró bajarlo a $17,8 billones en el presente año. Para ello, el gobierno tuvo que darse la pela de aumentar gradualmente el precio del galón de gasolina hasta el pasado mes de noviembre. 

En el reciente mensaje de fin de año, el Presidente Petro anunció que el precio de la gasolina a partir de enero de 2024 comenzará a fluctuar de acuerdo con el precio internacional, mientras que el precio del ACPM se mantendrá congelado para evitar los efectos inflacionarios que acarrea[6].

El septimo cañonazo de los Petronomics  fue la reducción de la inflación a un dígito que, de acuerdo con las cifras preliminares del Dane, será del 9,5%; es decir aproximadamente 3 puntos porcentuales menos que el año 2022[7]. Contra todos los malos aügurios de los Chicago Boys criollos, la inflación continuará descendiendo durante el año 2024. De esta manera se obligó a los altos heliotropos de la Junta Directiva del Banco de la República a iniciar un tímido proceso de reducción de las tasas de interés de política monetaria, pasando de 13,25% al 13%.

El octavo cañonazo está relacionado con el mejoramiento del mercado laboral, representado en la caída en el desempleo. De acuerdo con las cifras preliminares del Dane, se situa alrededor del 9%; mientras que el aumento de la Tasa de Ocupación (TO) alcanzó 61,4%, con una mejoría de 1,9 puntos porcentuales con respecto al año anterior. La Tasa General de Participación (TGP) logró una mejoría de 1,8 puntos hasta colocarse en 67,3%[8].

El noveno cañonazo es el aumento de la inversión extrajera directa que alcanzó este año la cifra record de 11.245 millones de dólares, con un crecimiento del 22,6% en comparación con el año anterior. La más significativa fue la inversión en petróleo y minería con un total de 9.561 millones de dólares (85,02%)[9]

El décimo cañonazo de los Petronomics del año estuvo representado en la cifra histórica de 5,5 millones de turistas extranjeros en 2023, superando la meta del cuatrienio estimada por el Ministerio de Comercio, Industria y Turismo en 5,2 millones de visitantes no residentes (VNR). “Se trata de una cifra histórica, que superó las expectativas que teníamos, y refleja el trabajo realizado por este gobierno y la confianza del mundo entero en los maravillosos destinos que ofrece Colombia Potencia Mundial de la Vida”, manifestó el ministro Germán Umaña Mendoza.[10]

El décimo primer cañonazo se relaciona con el desempeño de los diferentes sectores que contribuyeron al crecimiento del 3,8% del PIB durante el 2023, a precios corrientes, dentro de los cuales se destacan: las actividades artísticas, de entretenimiento y los servicios con un crecimiento del 11,8%; las actividades financieras 8,8%;  y la administración pública 4,0%. Sin embargo, perdieron dinámismo importantes sectores como la industria manufacturera -3,2%; la construcción -5,0%; comercio -2,1%; y las obras públicas -15,0%[11].

El décimo segundo cañonazo lo constituyó la significativa disminución de la deforestación en nuestro país. De acuerdo con las cifras preliminares del IDEAM, rebeladas recientemente por el Ministerio de Ambiente, la deforestación se redujo alrededor del 70% en los primeros nueve meses de 2023 en comparación con el mismo período de 2022. Según estas cifras, en este año se han registrado 17.909 hectáreas deforestadas frente a las 59.345 hectáreas en el mismo periodo del año pasado. 

Esta importante reducción se atribuye al éxito del Plan de Contención de la Deforestación puesto en marcha por el Ministerio del Ambiente. Sin embargo, esta tendencia fue decreciendo con el paso del año: se inició con el 76% en el primer trimestre del año 2023, luego el 60% en el segundo trimestre y terminó en el 26% en el tercer trimestre del año. 

Dentro de las razones que explican este comportamiento están: el aumento de la deforestación en los departamentos de Guaviare (124%) y Caquetá (2%), que coinciden con las mayores tensiones en las negociaciones con las Disidencias de las Farc; y la intensidad de los períodos de sequía provocadas por el fenómeno de El Niño, durante el último trimestre de este año y que se pronostican para el primer trimestre del siguiente[12].

El décimo tercer cañonazo está representado en el inicio de Misión La Guajira que permitirá afrontar colaborativamente la problemática estructural de pobreza y vulnerabilidad de La Guajira frente al cambio climático, a través de la conjugación de esfuerzos entre el sector privado, el gobierno nacional y las comunidades raizales de está región. 

El Gobierno Nacional, encabezado por Prosperidad Social, en colaboración con el Grupo Aval y el apoyo del Grupo Prisa, sucribieron el primer acuerdo para trabajar conjuntamente en la transformación social y el fortalecimiento de las capacidades territoriales de los principales municipios en mejorar la sostenibilidad y los procesos de inclusión social y productiva de los habitantes de está región.[13]

La estrategia de transformación social y territorial de largo alcance busca promover soluciones para responder a las necesidades de las comunidades de La Guajira, crear condiciones propicias a la diversificación productiva y la transición energética hacia una economía descarbonizada y con mayor resiliencia ante el cambio climático.

Finalmente, el décimo cuarto cañonazo el año 2023 está representado por el amplio reconocimiento mundial logrado por el Gobierno del Presidente Petro en la COP28, donde Colombia logró la inclusión en la declaración final de la Cumbre climática de la reducción progresiva del uso de los combustibles fósiles y la puesta en marcha del Fondo de Compensaciones para financiar los daños y pérdidas de los países más vulnerables para responder a las catástrofes ambientales. Además logró el respaldo financiero para la implementación del Plan de Contención de la Deforestación de la Cuenca Amazónica con la entrega de $34 millones de dólares y el respaldo a Colombia para celebrar la COP16 sobre la Biodiversidad en octubre 2024.[14]

Este conjunto de iniciativas y logros de las políticas públicas del Gobierno Colombiano constituyen el distintivo de las “Petronomics” que, a diferencia de las inicialmente denominadas por Harvey como Reaganomics, están concebidas como una estrategia para fortalecer el trabajo colaborativo entre el sector público, privado y las comunidades locales para invertir en soluciones basadas en la naturaleza, con visión de largo plazo y dirigiendo procesos que garanticen y fortalezcan los intereses colectivos. 

En síntesis, se trata de promover acciones colectivas orientadas por el interés público para enfrentar los desafíos contemporáneos, a través de políticas públicas que recuperen el rol del Estado como generador de riqueza social para mejorar el bienestar de las comunidades, fortaleciendo la sostenibilidad de los recursos naturales y las capacidades locales de adaptación al cambio climático.


Luis Alfredo Muñoz Wilches

Diciembre 30 de 2023

     

 



[1] https://colombia.as.com/actualidad/salario-minimo-2023-este-fue-el-aumento-real-y-asi-quedo-el-auxilio-de-transporte-n/

[2] https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/pobreza-y-condiciones-de-vida/pobreza-monetaria

[3] https://petro.presidencia.gov.co/prensa/Paginas/DIAN-incremento-en-13-porciento-el-recaudo-de-impuestos-en-2023-231217.aspx#:~:text=El%20recaudo%20tributario%20de%202023,un%20aumento%20real%20en%2013%25.

[4] DNP. Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026. Plan Plurianual de Inversiones https://colaboracion.dnp.gov.co/CDT/portalDNP/PND-2023/2023-05-04-plan-plurianual-de-inversiones-2023-2026.pdf

[5]https://www.minhacienda.gov.co/webcenter/ShowProperty?nodeId=%2FConexionContent%2FWCC_CLUSTER-214767%2F%2FidcPrimaryFile&revision=latestreleased

[6] https://www.radionacional.co/actualidad/politica/presidente-gustavo-petro-presenta-balance-economico-y-social-del-2023-mensaje

[7] https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/precios-y-costos/indice-de-precios-al-consumidor-ipc/ipc-informacion-tecnica

[8] https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/mercado-laboral/empleo-y-desempleo#:~:text=Para%20el%20mes%20de%20noviembre,%2C4%25%2C%20respectivamente..

[9] Banco de la República, Flujos de inversiones directas en la economía colombiana: Enero-Septiembre 2023, Bogotá, diciembre de 2023

[10] https://www.elespectador.com/turismo/cifra-historica-llego-a-colombia-el-turista-numero-5500000-de-2023/

[11] https://www.dane.gov.co/index.php/estadisticas-por-tema/cuentas-nacionales/cuentas-nacionales-trimestrales/pib-informacion-tecnica

[12] https://www.elespectador.com/ambiente/amazonas/deforestacion-en-la-amazonia-disminuye-pero-hay-riesgo-de-que-aumente-a-fin-de-ano/

[13] https://www.portafolio.co/economia/gobierno/nace-mision-la-guajira-con-apoyo-del-grupo-aval-594029

[14] https://www.minambiente.gov.co/colombia-logra-que-transicion-de-combustibles-fosiles-sea-incluida-en-texto-final-de-cop28/

miércoles, 11 de octubre de 2023

La Comisión Nacional para Asuntos Campesinos: un mecanismo para facilitar la transición hacia los asuntos nacionales del movimiento campesino

“No somos aceite para el motor de la guerra”

Exodo y retorno de las Comunidades de Paz de Riosucio, Chocó, 1999

La problemática campesina y las nuevas formas de organización

Se conoció esta semana el borrador del decreto que reglamenta el artículo 358 de la Ley 2294 de 2023 del Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026, por medio del cual se crea la Comisión Mixta Nacional para Asuntos Campesinos -CMNAC-. Su objetivo es servir de instancia de interlocución y concertación entre el gobierno nacional y el campesinado para articular las políticas públicas relacionadas con los asuntos campesinos, con fin de promover la materialización del derecho a la igualdad de este sector de población.

A través de este decreto, el gobierno nacional busca establecer mecanismos de participación en la toma de decisiones que afectan la vida económica, política y cultural del campesinado y dispone que el Estado deberá contribuir a la organización, promoción y capacitación de sus organizaciones, sin detrimento de su autonomía, con el objeto de que constituyan y/o desarrollen mecanismos democráticos de representación en las diferentes instancias de participación, concertación, control y vigilancia de la gestión pública.

El decreto constituye un avance significativo en la dirección correcta para transitar de la cuestión agraria al reconocimiento de la problemática campesina como un asunto nacional. Tal cómo lo estableció el acto legislativo que modificó el Artículo 64 de la Constitución Política Colombiana, reconociendo al campesinado como sujeto de derechos y a las comunidades campesinas por su particular relacionamiento con los territorios dónde se realiza la producción de alimentos

De esta manera, el nuevo marco normático e institucional va a permitir no solo avanzar en la resolución de los conflictos sobre la tenencia de la tierra, sino en el logro de una sociedad más justa, equitativa e inclusiva, que valore y respete las formas de vida campesina y su importancia en disponibilidad de alimentos sanos, la seguridad y la soberania alimentaria, la protección del medio ambiente y a la preservación de las tradiciones, las costumbres y las identidades campesinas.

La larga lucha por la tierra en Colombia

A lo largo de los dos siglos de la historia republicana, los campesinos se han visto obligados a luchar por la tierra, como su principal fuente de recursos, de identidad y de cultura. Las estructuras económicas y políticas heredadas del sistema colonial, hicieron posible que la dominación de las élites regionales y nacionales del país se dieran alrededor del despojo y la concentración de la gran propiedad territorial, condenando a las poblaciones campesinas a la pobreza, el desplazameinto forzado, la colonización y la migración rural-urbana. 

Esta situación de exclusión y desigualdad en el campo fue facilitada por la debilidad del Estado, incapaz de construir un orden sociopolítico defensor de los derechos económicos, sociales y culturales (DESC) para la mayoría de la población colombiana y de garantizar la soberania en extensas zonas de la geografia nacional. Como lo han expresado muchos analistas y estudiosos de los conflictos sociales, ¡En Colombia hay más territorio que Estado

No de otra manera se explica que tengamos un índice Gini de concentración de la tierra del orden del 0.88%[1] y, por ende, seamos uno de los países con la más alta desigualdad en el mundo, donde “el 4% de los propietarios rurales concentran el 40% de las tierras, mientras que el 57,3% de los campesinos propietarios apenas poseen el 1,7% del área rural” (IDEPAC, 2011).

No obstante, este estado de cosas se ha intensificado en las últimas décadas con el desplazamiento forzado y el despojo de tierras por parte de grupos armados ilegales (paramilitares, guerrilleros y delincuencia organizada) que hacen presencia y ejercen un control sobre extensos territorios de la Colombia profunda.

Sin embargo, pese a esta narrativa de violencia, el movimiento campesino no solo desarrolló una enorme capacidad de resistencia, mediante la conformación de asociaciones, sindicatos agrarios y otras formas de acción colectiva, sino que ha logrado transformar sus demandas de tierras, asesoramiento técnico y acompañamiento institucional, hacia nuevas formas de acción política.  

Desde la movilización social de los aparceros y campesinos sin tierra de los años 30 del siglo XX, que luchaban por acceder a la tierra[2], con motivo de la expedicción de la Ley 200 de 1936 del presidente Alfonso López Pumarejo, se vivió un período de florecimiento de las movilizaciones campesinas, principalmente en las regiones de Sumapaz y el Tequendama, en Cundinamarca, y en Córdoba[3]. Sin embargo, la reacción de los grandes propietarios y de las élites políticas ultraconservadoras no se hizó esperar y dío lugar a un largo período de violencia política que duro más de 50 años. Incluso, el presidente del Partido Conservador y jefe de la oposición, Laureano Gómez, lanzó una violenta campaña contra las reformas liberales del 36 y llamó a la “acción Intrepida” y al atentado personal para desestabilizar la República Liberal y detener la Revolución en Marcha.

Luego, durante el gobierno de Lleras Restrepo (1966-1970) se abrieron nuevas oportunidades para el movimiento campesino que se materializaron en políticas públicas de apoyo a la organización, el acceso a tierras, al crédito y la asistencia técnica agrícola y empresarial. En particular, la creación de la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (ANUC, 1967)[4] alentó la movilización social, la toma de tierras y otras formas de acción colectiva[5]

A pesar de la contraofensiva de las élites y de los grandes terratenientes, representada en la contrarreforma del Chicoral de las Leyes 4ª y 5ª de 1973, y la militarización del movimiento social campesino, se comenzó a vivir un tránsito de la lucha por la tierra y las reivindicaciones económicas y sociales del campesinado, hacia nuevas demandas políticas de autonomía y de afirmación de la territorialidad campesina.

La transformación de la cuestión agraria en la construcción de territorialidades campesinas

En un país como Colombia, donde la presencia de las instituciones del Estado ha sido débil en las zonas rurales dispersas, las organizaciones campesinas han tenido que combinar la lucha por la tierra con la gestión de formas de convivencia para construir territorialidades alternativas de paz[6]. De está experiencia se destacan la Asociación de Trabajadores Campesinos del Carare (ATCC), en Santander, surgida en 1987 y pionera en el concepto de neutralidad frente al conflicto armado. En 1994 surgió la Neutralidad Activa de los Indígenas en Antioquia. Un año después se estableció la de San José de Apartadó (Antioquia) y, al final de la década de los años 90, estas iniciativas llegaron al Chocó, donde 49 comunidades de desplazados en está región decidieron crear la Comunidad de Paz de San Francisco de Asís, después del largo éxodo de comunidades negras e indígenas desplazadas del Urabá, en medio del asedio de los paramilitares, las FARC y el ejército.

Sin embargo, la experiencia más significativa de los esfuerzos de construcción de territorialidades campesinas la constituyen las Zonas de Reserva Campesina (ZRC). Luego de las grandes movilizaciones cocaleras de los campesinos cultivadores de coca del Guaviare, Caquetá, Meta y el Sur de Bolívar, de finales de los años 80, el Estado Colombiano decide establecer zonas de reserva campesina en regiones de frontera agrícola abierta, para permitir asentamientos de colonos y campesinos, a cambio de la conservación de bosques y la protección de los recursos naturales. 

Fue así como, mediante la figura jurídica creada por la Ley 160 de 1994 de Reforma Agraria y Desarrollo Rural Campesino y reglamentada por el decreto 1777 de 1996, así como por los Acuerdos 024 y 10 de 1999, del Instituto Colombiano de Reforma Agraria (Incora), se establecieron las primeras tres (3) Zonas de Reserva Campesina con el propósito de “regular y ordenar la ocupación de los baldíos y consolidar las economía campesinas”[7] en: Cabrera, Cundinamarca, el Pato-Balsillas en San Vicente del Caguan en Caquetá, y en Calamar, Guaviare. 

El origen de las ZRC está asociado a la idea de estabilizar los frentes de colonización, consolidar los asentamientos de los campesinos desplazados por la violencia y evitar la concentración de la tierra en las áreas de colonización y de frontera agrícola.

Para ello, el proyecto piloto de las Zonas de Reserva Campesina (PPZRC)[8] estableció un modelo de (auto)gestión flexible y descentralizado, con el propósito de construir una institucionalidad emergente que permita la articulación y concertación entre el Estado y las comunidades campesinas asentadas en estas apartadas regiones.

Hoy en día existen seis ZRC constituidas[9], las cuales representan una superficie de 831.111 hectáreas; y otras 11 más están en proceso de constitución legal, las cuales podrían llegar a sumar un área de dos millones 511 has, lo cual nos señala que las Zonas de Reserva Campesina son una forma de territorilidad campesina de gran importancia para los procesos de planificación y ordenamiento territorial. 

Así mismo, la dinámica de estas acciones colectivas territoriales hicieron posible la creación en el año 2011 de una organización de segundo nivel asociativo, denominada la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (ANZORC) que agrupa aproximadamente a 50 organizaciones de base de todo el país; de tal manera que, estas territorialidades y los esfuerzos organizativos locales, regionales y nacionales, posibilitan la generación de nuevas dinámicas territoriales y acciones colectivas que colocan la movilización campesina en un terreno de mayor empoderamiento sociopolítico y cultural.

Igualmente, el Acuerdo de Paz y, especialmente, el Acuerdo número uno de la Reforma Rural Integral (RRI) de año 2016, abrió la posibilidad de lograr transformaciones estructurales del sector rural para permitir que con mayor equidad, sostenibilidad y profundización de la democracia sea posible la terminación del conflicto armado y la consolidación de una paz duradera y estable para el país. En particular, los capítulos relacionados con el acceso a la tierra, los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial -PDET-, el cierre de la Frontera Agrícola, el fortalecimiento de la economía campesina y la protección de las zonas de reserva forestal y de las áreas de especial interés ambiental, van a permitir la transformación del sector rural y la sostenibilidad de las formas de vida campesina. 

La Comisión de Asuntos Campesinos: un mecanismo para facilitar la transición de la cuestión agraria hacia los asuntos nacionales del movimiento campesino

Por estas razones, la Ley 2294 del Plan Nacional de Desarrollo 2022-2026 incorporó estas nuevas formas del ordenamiento territorial agroalimentario y la creación de mecanismos democráticos de participación y concertación entre el Gobierno Nacional y el movimiento campesino para la articulación de las políticas públicas relacionadas con los asuntos campesinos con el propósito de lograr el empoderamiento político del movimiento campesino.

En sus definiciones iniciales, el decreto de creación de la Comisión Mixta de Asustos Campesinos (CMNAC) establece la naturaleza y la clasificación de las organizaciones campesinas que podrán hacer parte de la CMNAC. Así mismo, define la conformación, el procedimiento para la elección de los representantes, el alcance de la concertación, los principios y criterios para su funcionamiento y la estructura de funcionamiento de la CMNAC.

Todo lo anterior garantiza la participación democrática del movimiento campesino en la concertación y coordinación de las políticas públicas relacionadas con la población campesina. Sin embargo, el decreto no contempla ninguna forma de articulación entre las políticas sectoriales y las dinámicas territoriales. En particular, el decreto omite referirse a las nuevas territorialidades campesinas y agroalimentarias que incluye el nuevo PND 2022-2026, limitando el alcance de la concertación a la órbita de los asuntos nacionales y las políticas públicas sectoriales. Con lo cual, el ejercicio de la concertación se constriñe a un modelo institucional de Agente-Principal, que desconoce los costos de transacción y las asimetrías de información, caracteristicas de este modelo operativo.

Por estas razones, sería aconsejable flexibilizar el funcionamiento de la CMNAC e incorporar mecanismos de trabajo colaborativo, con los cuales se podrían lograr mayores sinergías en la interlocución y concertación entre el Gobierno Nacional y las organizaciones campesinas y, por ende, fortalecer la gobernanza por parte de los actores que hacen parte de la CMNAC. 

Luis Alfredo Muñoz Wilches, 

octubre 11 de 2023



[1] En índice Gini mide la concentración de la propiedad de la tierra, donde 0 es el punto de distribución más equitativa y 1 el de mayor concentración.

[2] Como resultado de las movilizaciones agrarias de la década de 1920 se conformaron las primeras organizaciones campesinas para enfrentarse a la gran propiedad terrateniente y exigir mejoras salariales y de condiciones de vida. Expresiones como el Baluarte Rojo de Lomagrande, San Fernando, Canalete y Callejas en Córdoba; las cuales fueron la base campesina para la conformación del Partido Agrario Nacional, la Unión Nacional Izquierdista Revolucionaria (UNIR) y el Partido Socialista Revolucionario, del que formaron parte María Cano, José Ignacio Torres y Álvaro Mahecha.  

[3] Allí surgieron las Ligas Campesinas, los Sindicatos Agrarios y las Unidades de Acción Rural, que darían lugar a la creación de la Confederación Campesina e Indígena en el año 1942 y, luego en el año 1946 se crea la Federación Agraria Nacional (FANAL), con el apoyo de la Iglesia Católica y la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC) hoy transformada en la CGT. 

[4] Por medio de la resolución 061 de mayo de 1967, el presidente Carlos Lleras Restrepo creó la oficina de Organización Campesina dentro del Ministerio de Agricultura, y con el decreto 755 de 1967, creó la Asociación Nacional de Usuarios Campesinos con el objeto de inscribir arrendatarios y aparceros para hacerlos propietarios de la tierra, generar propuestas de crédito asociativo, y convertirse en una instancia de comunicación entre los campesinos y el Estado.

[5] Entre 1970 y 1972 se realizaron más de 1.000 tomas de tierra en todo el país. Particularmente, en el año 1971 tuvo lugar una de las más grandes movilizaciones agrarias que ha tenido el país, con la participación de más de 16 mil familias campesinas en la ocupación de 645 haciendas, en 21 departamentos. 

[6] En las regiones más afectadas por el desplazamiento y conflicto armado como Chocó, Nordeste de Antioquia, Magdalena Medio, Norte de Santander, Córdoba y Sucre, se comenzaron a organizar las Comunidades de Paz. En la actualidad existen alrededor de 52 comunidades de Paz como formas de resistencia territorial 

[7] Exposición de motivos del proyecto de Ley 160 de 1994 para la creación del Sistema Nacional de Reforma Agraria y el Desarrollo Rural Campesino.

[8] Ver Muñoz et al, 2003. Evaluación Externa del Proyecto Piloto de Zonas de Reserva Campesina: una experiencia de aprendizaje e innovación para el desarrollo rural 

[9] En las regiones de el Pato-Balsillas, en Caquetá, Calamar en Guaviare, Cabrera en Cundinamarca, Morales y Arenal en el Sur de Bolívar y en Cimitarra en Santander.