“Soy el espíritu que todo lo niega” (Mefistófeles en Fausto)
“Todo lo sólido se desvanece en el aire”( K. Marx)
Cinco días bastaron para que el este país se diera cuenta que el
plebiscito resulto ser todo un fiasco. La derrota política del Acuerdo Final
para la terminación del conflicto armando ha dejado a Colombia en una
encrucijada. Para la mitad de los colombianos que votaron por el NO, este
triunfo tiene el sabor de la vergüenza de un triunfo tramposo que se ha transformado
en una victoria pírrica. Para la otra mitad de los colombianos que votamos por
el Sí, está derrota nos ha dejado la frustración de ver como se perdió una oportunidad
histórica de acabar con 50 años de confrontación armada y pasar la página de la
guerra. Para el país entero, se abrió un escenario de incertidumbre, desencanto
y volatilidad de los mercados.
La derrota del plebiscito del pasado 2 de octubre, el llamado
el “brexit colombino”, es el
resultado de una abigarrada mezcla de mentiras, falacias y engaños. Con ellos, la dirigencia de la campaña del NO logró movilizar los bajos instintos de un electorado que cuenta con una
precaria cultura política y despertar así los sentimientos más atrasados de la ira, la indignación y la venganza. Las arrogantes declaraciones del excandidato a la alcaldía de
Medellín y gerente de la campaña uribista, Juan Carlos Vélez Uribe, quién reconoció haber hecho uso de un estratagema comunicativo para dividir y segmentar al electorado, puso al desnudo la estrategia de la campaña uribista de no
exponer argumentos en contra de los acuerdos, sino apelar a la indignación para
movilizar a los votantes que creyeron ingenuamente en las falacias que el
expresidente Uribe ha venido repitiendo insistentemente, acerca de que el
Acuerdo de La Habana se pactó para fracturar la Constitución Política Colombiana
y premiar a la dirigencia de las Farc con la impunidad, la favorabilidad política
y compromisos financieros insostenibles.
La derrota del plebiscito significa el fracaso de la cultura política colombiana,
o mejor la falta de una verdadera cultura política democrática. Nuestra
precaria cultura política ha vivido secuestrada por unos partidos políticos
incapaces de ofrecer algo distinto de la “mermelada”,
el pan y el circo de un clientelismo corrupto y avasallador. La verdadera
tragedia política del país es la incapacidad del régimen democrático de
procesar este resultado, donde las dos opciones que se enfrentaron en esta coyuntura
se consideraban igualmente válidas para la mitad de los votantes, pero no lograron convocar el interés de la mayoría de los abstencionistas. Y son extremadamente
contradictorios en los efectos que tienen sobre el rumbo inmediato de más
importante proceso de paz que han emprendido el país en los últimos 50 años.
El Acuerdo logrado entre el gobierno del presidente Santos y la
insurgencia de las Farc, es considerado por el mundo entero como un modelo de
negociación política para poner término a la confrontación armada más antigua y
devastadora del continente americano, que ha dejado el campo sembrado de más de
230 mil muertos, siete millones de desplazados, millones de tierras despojadas
violentamente, cientos de secuestrados, miles de minas sembradas y millones de
víctimas que deambulan por las calles de las principales ciudades en busca de un
mendrugo de paz y una oportunidad sobre esta tierra.
Sin embargo, el debate político no se hizo con argumentaciones
elaboradas, a favor o en contra, con el propósito de demostrar y/o convencer a
las opiniones contrarias sobre lo transcendental de la construcción de una
cultura de paz, sino que cayó en el pantano oscuro del engaño, el miedo, y la manipulación de los sentimientos morales tradicionales y arcaicos. Al
igual que en el juicio premonitorio de Dostoievski, en su legendaria novela de El Gran Inquisidor, el demonio logro
provocar a los cristianos electores con tres tentaciones malditas: la primera tentación, la del poder, con la
afirmación de que “Timochenko será el
próximo presidente de Colombia”. Una afirmación que es a todas luces un
despropósito del tamaño de una catedral, por cuanto cualquier ciudadano
colombiano con dos dedos de frente no podría llegar a pensar que exista la
menor posibilidad de que un dirigente de la guerrilla de las Farc, con el
actual nivel de desprestigio y rechazo pueda ser elegido presidente de
Colombia. Y menos aún, que el Acuerdo de La Habana haya contemplado la
posibilidad de torcerle el pescuezo a la Constitución para ungir a Timochenko
como presidente. Si ha existido algo inmodificable en las negociones de La Habana
son las llamadas “líneas rojas” que
los negociadores del Gobierno lograron salvaguardar cuidadosamente. No se
negoció el régimen democrático que requiere de las mayorías para acceder al
poder político. Por el contrario, la firma del Acuerdo significa que las FARC
reconocen el estado de derecho y aceptan someterse a estas “reglas del juego”. Reglas que los llevaron a levantarse en armas contra este estado de cosas. De tal manera,
que la firma del Acuerdo es también el reconocimiento por parte de las FARC de
su derrota política estratégica.
La segunda falacia que logró seducir al electorado del NO fue la famosa
“sofisticación suprema” según la
cual, los Acuerdos abren la posibilidad de destruir los cimientos de la “propiedad privada, la sagrada familia y el
Estado”. Por el contrario, el Acuerdo no contempla ningún cambio del
concepto tradicional de la familia nuclear. Menos aún le cabe en la cabeza de un
ciudadano del común, pensar que el reconocimiento de la “perspectiva de género”, según la cual se requiere tener un criterio de
favorabilidad con los grupos vulnerables de la población, tales como las
mujeres cabeza de hogar, los jóvenes, niños y niñas pueda significar la
intromisión de una pretendida “ideología
de género”. Menos aún, es poco lógico pensar que el reconocimiento de los
derechos de las minorías sexuales, pueda ser un estímulo a la proliferación de
las comunidades de LGTB.
La tercera falacia se refiere
a lo “incomprensible” o lo “increíble” de la afirmación según la
cual el Acuerdo le quiebra el espinazo a la Constitución Política Colombiana y la
abre las puertas al “castrochavismo”.
Esta falacia tampoco tiene un asidero real dado que en el Acuerdo no se negoció el modelo económico del mercado y, por el
contrario, las FARC aceptaron y se comprometieron a respetar y promover la
iniciativa privada como motor del crecimiento económico.
Estas falacias hicieron carrera en los sentimientos morales
tradicionales de los colombianos, que en lugar de estimular la
reflexión y el pensamiento crítico abogan por las reacciones instintivas que atizan
los sentimientos de la ira, el rencor, la venganza y la retaliación como formas
de reparación individual.
La construcción de una cultura política democrática requiere de
ciudadanos libres, mayores de edad, capaces de pensar por sí mismos y asumir
las consecuencias de su propio discernimiento. Tal como lo concibiera el gran pensador
y humanista colombiano, Estanislao Zuleta, la construcción de una cultura
política de paz requiere el respeto
para admitir la diferencia y la pluralidad de formas de pensamientos, de
creencias, de opiniones y de visiones del mundo por cuanto enriquecen la vida
democrática.
Las verdades absolutas no existen. El único enfoque global valido es el
de los derechos humanos, incluido el derecho humanitario internacional –DHI-,
por cuanto son los principios éticos y morales sobre los cuales de construyen
los cimientos de la cultura de la paz.
El discurso del expresidente Uribe que niega la universalidad de estos
principios y los reduce a un discurso de las ONG’s o a un engaño de las
organizaciones de las Naciones Unidas, con lo cual se cierra la puerta a la posibilidad de
lograr acuerdos o salidas negociadas a los conflictos armados. Por estas
razones, durante sus dos periodos de gobierno se negó a reconocer la existencia
de un conflicto armado interno y, en su lugar, insistió en la teoría de la “amenaza terrorista” contra el estado y,
por ende, desconoció la existencia de las víctimas del conflicto armado. Para
los principales voceros del uribismo, en Colombia no hay desplazados sino
migrantes y tampoco existe el despojo de tierras sino una legitima
concentración de la propiedad territorial. Por estas razones, se opuso a la aprobación de la Ley de Víctimas. Y ahora, quiere que se reforme
el primer punto del Acuerdo de La Habana, para que en la aplicación de la Ley
de Restitución de Tierras “no se vean
afectados los grandes propietarios o poseedores honestos, cuya buena fe se debe
presumir, y estar exceptos de toda
inculpación”.
Por estas razones, los colombianos no nos debemos llamar a engaños. El
uribismo que consiguió, mediante el triunfo del NO, bloquear el Acuerdo firmado
entre el Gobierno Nacional y la guerrilla de las Farc, no va a descansar hasta
romper el proceso. Por eso optó, inicialmente, por hacer uso de una táctica dilatoria
que busca encartar al gobierno y, ponerlo entre las cuerdas, con las 68
objeciones que dicen tener al Acuerdo. Las cuales terminarían minando el campo
de la renegociación, con una infinidad de temas que son intranscendentes y no
están en la almendra de los Acuerdos, pero que les meterían mucho ruido a las conversaciones, haciendo
que estas se prolonguen indefinidamente. El expresidente Uribe sabe que un
escenario como este pone en riesgo el cese al fuego pactado y va minando la confianza
y la paciencia de la comunidad internacional, que tiene un mandato muy preciso de
verificación del proceso de desmovilización de la guerrilla de las Farc hasta
el 31 de diciembre de este año.
Sin embargo, los más recientes acontecimientos políticos generados por
las multitudinarias movilizaciones de la sociedad civil y, especialmente, de
los jóvenes que acudieron a los llamados a marchar en todo el país para exigir
la aplicación de los Acuerdos y frenar la maquinaria de la guerra. Están
obligando a la dirigencia uribista a tener que reconsiderar su estrategia y a
buscar fórmulas más pragmáticas que los acerquen a la salida negociada del
conflicto armado.
A estas presiones internas, se le suma el contundente respaldo la
Comunidad Internacional al proceso de paz en Colombia y el otorgamiento del
premio Novel de la Paz al presidente Santos, para configuran un bloque de presiones,
tanto internas y como externas, que comienza a cambiar la correlación de
fuerzas a favor del Acuerdo Final del conflicto armado en Colombia.
Igualmente, el nerviosismo y volatilidad de los mercados
que ya se comenzó a manifestarse en el alza de las cotizaciones del dólar y el
freno a las inversiones, especialmente, de los capitales golondrina que habían
comenzado a llegar al país, atraídos por el alza de las tasas de interés, constituyen unas fuertes presiones en la búsqueda de una salida pronta y negociada del impasse en que nos ha medido la derrota del plebiscito. Las
expectativas de los mercados no le dejan mucho margen de maniobra a las
autoridades económicas del país, y obligan al gobierno a lograr un pronto Acuerdo que
le devuelva la confianza a los inversionistas nacionales e internacionales.
En medio de la encrucijada en
que nos encontramos, la mejor opción política es profundizar la movilización
ciudadana a favor del mantenimiento los Acuerdos y de una reapertura de las
negociaciones con las Farc, que permita realizar los ajustes y correcciones
posibles en el corto plazo, manteniendo el cese bilateral del fuego y avanzando
en el cronograma de la desmovilización de las fuerzas insurgentes, con la
supervición y verificación de la comunidad internacional.
Luis Alfredo Muñoz Wilches
Bogotá, octubre 9 de 2016
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