martes, 25 de agosto de 2020

La doble W

“El ‘principio de la incongruencia’ según el cual las negaciones 
son más verdaderas y congruentes que las afirmaciones, 
representa lo que se puede definir como una paradoja” 
Giorgio Agamben 


En medio del thriller noticioso en que se ha convertido la investigación y juicio del expresidente Uribe, la revelación del Gonzalo Guillen a cerca de la participación del reconocido periodista Julio Sánchez Cristo en la manipulación de falsos testigos, se convirtió en un delgado hilo en la espesa madeja que enreda cada vez más al máximo líder del Centro Democrático.
 
Por cuenta de la revelación de los audios en poder de la Corte Suprema de Justicia, que forman parte de frondoso expediente delictivo del expresidente, el país se enteró de las conversaciones que sostuvo este periodista con Diego Cadena, el abogánster del expresidente en agosto de 2019. 

La noticia que, fue rapidamente sepultada por la hojarasca de los titulares noticiosos, no tendría nada particular, sino existiera de por medio el señalamiento que le hiciera Sánchez Cristo, en el mes de julio del año 2018, al senador Ivan Cepeda de estar visitando las cárceles para comprar testimonios -cómo consta en el siguiente audio (https://www.youtube.com/watch?v=4Z6KOcgg-qo)-, al mismo tiempo que la Corte Suprema lo exoneraba y llamaba a juicio al expresidente Uribe. Acusación que no deja de ser una sospechosa coincidencia y una demostración más de la dobles de este periodista cuando se trata de defender a los poderosos.

Con ocasión de estas revelaciones, el director de la doble W, justificó su conducta diciendole al abogado Miguel Angel del Río, quien lo requirío por estos hechos, que “con bandidos es que uno conoce otros puntos de vista”. Y agrego, con la sangre fría que lo caracteriza que, él no estaba acostumbrado a responder lo que llamó “rumores de pasillo” y mucho menos hablar sobre el manejo de sus fuentes.

La justificación de Sánchez Cristo no es ninguna novedad en el ejercicio periodístico, acostumbrados como están a traspasar la delgada línea que separa la legalidad y de la ilegalidad para acercarse a las fuentes y mantener la consagrada “reserva” de las mismas. 

En la historia del periodismo investigativo son muy alesionadores los hechos que condujeron a Truman Capote a escribir su novela iconica “A Sangre Fria”. Basando en documentos policiales, entrevistas y testimonios de los criminales implicados, logró reconstruir la crónica del horrible crimen de una familia estadounidense, ocurrida en 1959 en la pequeña localidad de Holcomb, Kansas, para transformarla en una magistral novela policiaca que dio origen al género de la “non fiction”. 

Sin embargo, a lo largo de este proceso investigativo, que duró más de 5 años, Truman Capote no solo mantuvo el rigor característico del periodismo investigativo sino que jamás se brinco los protocolos judiciales que separa al buen periodismo de la manipulación y complicidad con los criminales. 

En Colombia, a diferencia del periodismo serio y responsable, muchos comunicadores se cruzan la línea roja y actuan en complicidad con los abusos de poder, secuestrando las posibilidades de democratizar la información y contribuyendo a crear un clima de relajamiento moral y de degradación cultural.

Tal como lo dijera Jesús Martín Barbero, en Colombia asistimos hoy a una gran paradoja donde la explosión de medios de comunicación ocurre al mismo tiempo que el país permanece secuestrado e incomunicado.

Por lo menos tres razones explican esta paradoja comunicativa. La primera tiene que ver con el “embrujo comunicativo”, porque al mismo tiempo que contamos con la más grande opulencia de información, disponible en las miles de redes informativas, asistimos al ocaso de lo público. La creciente pérdida de credibilidad de las instituciones públicas, por los escándalos de corrupción y felonía que envuelven a los partidos políticos, al Congreso, a la Fiscalia, a la iglesia, y las Fuerzas Armadas, es la expresión del profundo malestar de los ciudadanos con la cultura política. 

La crisis de los valores e imaginarios sobre los cuales se cimentó la democracia moderna ha terminado por minar la “confianza pública”. Y la abundancia de instrumentos tecnológicos y medios de comunicación, no logra recomponer la deshilachada moral pública. Más aún cuando la ética que pregonan estos medios es la del mero interés comercial y de la racionalidad individual que disocia y polariza la sociedad en dos bandos opuestos: la de los conectados e integrados a la ilimitada oferta de bienes y saberes y la de los excluidos o marginados no solo del disfrute de los bienes públicos y sociales sino también del acceso a la información requerida para participar y decidir como ciudadanos.

El embrujo comunicativo es también un embrujo autoritario, en la medida que las parrillas informativas son cada vez más excluyentes de las disidencias o de las opiniones que le son adversas. Tal como se lo dijeran al abogado Miguel del Rio, el séquito de periodistas que acompañan a Julio Sanchez en la doble W, “nosotros acá tenemos la ‘libertad absoluta’ para entrevistar y obtener testimonios de quién se nos antoje” (sic!).

La segunda razón cultural tiene que ver con el desencanto de la política y la crisis de la escuela. El desencanto de la política nunca ha sido tan fuerte en nuestro país como ahora. Un escepticismo que se expreso en las lánguidas respuestas los simpatizantes del Centro Democrático a los desesperados llamados de su dirigencia a movilizarse en favor del expresidente Uribe o, del otro lado de la orilla, en el poquísimo eco que tuvo el llamado a la desobediencia civil hecho por el senador Gustavo Petro.

Un desencanto que nace no solo del desprestigio de los partidos políticos sino también de la precariedad de los discursos informativos, incapaces de contribuir a formar una conciencia colectiva sobre lo público, una verdadera cultura política.

La tremenda disgregación de lo público que estamos viviendo en Colombia tiene que ver directamente con la ausencia de una cultura política democrática, reflexiva y secular, cuyas bases se afincan en los procesos de socialización de la escuela y, hoy cada vez con más fuerza, en las interacciones mediáticas y comunicativas. Sin embargo, en la medida que los comunicadores, secuestrados como están por sórdidos intereses mercantiles o por la banalidad, carecen de los atributos morales necesarios para desarrollar una conciencia moral reflexiva y autónoma. 

Por el contrario, lo que circula por los medios de comunicación y las redes sociales es, en su gran mayoría, un mosaico de clientelas particulares que se forman para fomentar intereses procaces.

Tampoco la escuela está cumpliendo su papel de formador de la conciencia moral crítica, permeada como está por intereses corporativos y con una gran precariedad de recursos y contenidos, es incapaz de lograr lo que Gramsci denominaba: “una reforma moral y cultural que permita generar una conciencia colectiva de las clases populares donde los jóvenes puedan formarse una conciencia crítica de la sociedad y de sus formas de vida” (Gramsci, 1929).

La tercera razón crítica es la desintegración del horizonte socio-cultural común de los colombianos. Aun con la limitaciones e imperfecciones que tuvo la firma de los Acuerdos de Paz de La Habana, estos encarnaron el anhelo y la esperanza de la mayoría de los colombianos de salir de la confrontación armada y lograr la construcción de una paz estable y duradera.

Sin embargo, el desconocimiento de los Acuerdos por parte del gobierno del presidente Duque y la sistemática violación del derecho a la vida que está ocurriendo en nuestro país, con el asesinato de más de 500 líderes y lideresas sociales y el retorno de las masacres, oscurese el horizonte de la paz y llena de desesperanza a los colombianos. 

En lo que va corrido de este año y en medio del confinamiento impuesto por la pandemia, la Oficina en Colombia del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos ha documentado 33 masacres y tiene en estudio otras 7, sin contar las masacres ocurridas en esta semana. Esto ocurre a pesar de las Alertas Tempranas emitidas por la Defensoría del Pueblo, las cuáles no han sido acatadas por el este gobierno, aumentando el clima de zozobra y miedo.

La idea de un horizonte común, aún en medio de las diferencias, se desintegra cada vez más. Con el ambiente de polarización, el linchamiento moral que el expresidente Uribe ha hecho de los magistrados de la Corte Suprema y los reiterados llamados de los conspicuos dirigentes del partido de gobierno a reformar la Constitución Política para evitar el juzgamiento de su líder, la conciencia moral de los colombianos se ensombrece cada día más.

Nada más alejado de estos ideales de la democracia y de la racionalidad moderna que los intentos de imponer la arbitrariedad y una suerte de “justicia hecha a la medida” para exonerar al expresidente Uribe de sus delitos y ocultar los crímenes de lesa humanidad por los cuales ha está sido llamado a un nuevo juicio.

Junto con la escuela, los medios de comunicación deberían estar trabajando en pro de una mayor democratización de la información para que los ciudadanos se formen un criterio propio y puedan expresar su opinión libre y soberana, como es la regla general en los regímenes democráticos y, particularmente, en las modernas democracias digitales o “e-democracy”.

En este sentido, lo ocurrido con la doble W se constituye, por lo contrario, en una demostración de cómo un poderoso medio de comunicación se puede poner al servicio de los más sórdidos intereses usando la información de fuentes reservadas para canjear favores que tienen como precio el sacrificio de la verdad y la fragmentación de la cultura política de un país como Colombia.

Por estas razones, la comunicación se ha transformado en el espejo trizado de la más diversa trama de intereses mercantiles que impiden la formación de imaginarios comunes y proyectos colectivos de nación.

Luis Alfredo Muñoz Wilches, agosto 24 de 2020

La Ñapa 1: En las últimas 24 horas ocurrieron 3 masacres con el saldo trágico de 17 personas asesinadas, en su gran mayoría jóvenes como Bairon Patiño, Brayan Cuaran, Daniel Vargas, Elián Benavides, Jhoan Sebastián Quintero, Laura Mishel Riascos, Oscar Andrés Obando y Rubén Darío Ibarra, en Samaniego, Cauca; y Álvaro José Caicedo, Luis Fernando Montaño, Josmar Jean Paul, Leider Cárdenas Hurtado y Jair Andrés Cortés, en el Valle del Cauca.

La Ñapa 2: Nada más patético para la soberanía del Estado que ver al Presidente Duque levantado el brazo en señal de triunfo cuando era abucheado por las madres víctimas de Samaniego. ¿Será su forma de celebrar la muerte de los “jóvenes Far”?


1 comentario:

  1. Excelente columna, completamente reflexiva y alineada a la trágica situación que está viviendo el país.

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