domingo, 27 de marzo de 2016

ADIÓS A LAS ARMAS

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí!”

Tal como lo habíamos pronosticado, en un artículo anterior[1], la fecha limite del 23 de marzo para la firma del acuerdo final entre el Gobierno Colombiano y las FARC se venció sin lograrlo. Ni la presión que ejercía por la visita oficial del Presidente Obama a Cuba, sirvió para lograr la foto del apretón de manos entre el presidente Santos y el máximo líder de las FARC, Timoleón Jiménez, bajo el abrazo de Barak Obama.
Como era de esperarse, las casandras del periodismo colombiano y otras hiervas más venenosas, se rajaron las vestiduras para condenar el incumplimiento de la fecha y lanzar sus vaticinios acerca de la voluntad de las FARC para alcanzar un acuerdo definitivo y de la capacidad del gobierno del presidente Santos para lograrlo.
Con el paso de los días, las verdaderas razones de la postergación de la fecha han venido aflorando a la opinión pública. Diferencias en la Mesa de Negociación, que no son de poca monta, y que algunos comentaristas capitalinos se han aventurado en calificar como “diferencias profundas”, alejaron la posibilidad de llegar a un rápido acuerdo final.
En realidad, diferentes detalles técnicos en la implementación de la hoja de ruta acordada por la Subcomisión Técnica para el Fin del Conflicto, conformada por igual número de oficiales activos del Ejercito colombiano y guerrilleros de las FARC, dieron al traste con la esperada firma del acuerdo final. En particular, en el espinoso tema de la dejación de las armas y las garantías para la incorporación de los alzados en armas a la vida política y democrática del país, subsisten grandes escollos. Tal como dice el refrán anglosajón, “el diablo está en los detalles”, pues mientras el gobierno colombiano espera tener una fecha única para que la Comisión Política Internacional, conformada por las Naciones Unidas, pueda verificar la dejación de las armas, la guerrilla de las FARC piensa en un cronograma, cuyo cumplimiento estaría condicionado por las garantías reales para su incorporación al ejercicio político-democrático.
Para los negociadores de las FARC, el desmantelamiento del paramilitarismo, constituye la piedra angular de este acuerdo. Máxime cuando durante los últimos meses aumentaron en un 35% los asesinatos de líderes sociales; la mayoría reclamantes de tierras y simpatizantes de izquierda, a manos de grupos criminales ligados con el paramilitarismo.  El tema, incluso, fue abordado por separado con el Secretario de Estado Norteamericano, John Kerry, quién admitió su preocupación y ofreció el apoyo de EEUU en la búsqueda de medidas afectivas para lograrlo.
Pero el problema es otro! Se trata de las condiciones para hacer efectivo el adiós definitivo a las armas y la recuperación del legitimo “monopolio de las armas” por parte de Estado Colombiano y de sus fuerzas armadas regulares. Colombia, es uno de los pocos países del mundo donde la lucha política por el acceso al poder y el control territorial, ha estado signada por el uso irregular de las armas. El reciente despojo violento demás de 4 millones de hectáreas de tierras, el desplazamiento de casi 3 millones de personas, el exterminio de la Unión Patriótica y la muerte de más de 220 mil colombianos, son cifras que muestran de cuerpo entero la magnitud de este problema.
En el fondo del discurso de quienes se oponen al proceso de paz, subyacen los intereses de quienes se han beneficiado de la guerra y el despojo territorial. Las recientes declaraciones de los más connotados voceros del uribismo, que cuestionaron el apoyo del presidente Obama a la búsqueda de un acuerdo negociado entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC y, particularmente, la entrevista de su Secretario de Estado, por considerarlo una concesión al “terrorismo”, demuestran que ellos prefieren seguir insistiendo en la confrontación y las salidas militares, propias de la época de la guerra fría. “El dinosaurio todavía está allí  
La llegada de la paz en los territorios rurales, que han soportado esta cruenta realidad durante los últimos 50 años, se vive con un sano escepticismo. De una parte, ven con mucha esperanza la firma de la paz territorial, por cuanto significa dejar atrás las épocas de intimidación, violencia y despojos, pero por otra se vive en la incertidumbre por el retorno de la delincuencia de los grupos armados y paramilitares. Las lecciones aprendidas del programa de “Consolidación Territorial”, muestran la precariedad de los resultados, en materia de coberturas y bajos impactos, cuando los planes y acciones de respuesta se diseñan sin una visión integral del territorio y con una apreciación muy restringida de la articulación entre las instituciones locales, regionales y nacionales, para asegurar la paz territorial, que no es solo el silencio de los fusiles sino una autentica transformación de las condiciones locales para la producción, el cierre de las brechas sociales y territoriales, y la consolidación de una verdadera institucionalidad democrática que garantice la participación de los actores locales, el control territorial y la gobernanza local.
Solo así podremos hablar de un verdadero y definitivo adiós a las armas!

Luis Alfredo Muñoz Wilches



[1] Ver artículo “El Calentamiento Local”, del 24 de enero de 2016

lunes, 22 de febrero de 2016

ALMENDRAS AMARGAS

Con esta frase se refirió la periodista Vicky Dávila al incidente que puso fin a su paso por la dirección del noticiero RCN, luego de que la organización Ardila Lule le solicitara su renuncia por la evidente mala fe con que procedió al publicar un video que contenía la conversación íntima y sexual entre un senador y su edecán de la Policía. Y con ello quiso sugerir que ‘algo huele a podrido por los lados de la casa de Nariño`.

A la periodista Dávila le pareció que las relaciones homosexuales entre un senador y un agente de  la policía eran un delito igualmente execrable que los desmanes investigados sobre la llamada “comunidad del anillo”. Y por eso decidió ponerlo en la picota pública. En esto su conducta moral se parece mucho a la del Procurador Ordoñez, quien vio en este video no a un delincuente de "cuello blanco" sino a un pecador! Y, con esa prueba en la mano, cito a una rueda de prensa para anunciar la apertura de investigación contra el ex-director general de la Policía, diciendo que era parte del circulo infernal de la "comunidad del anillo".  Con ello el procurador hizo moñona, logrado la caída del general Palomino y del Viceministro del Interior, además de la salida de la periodista.
Pero como suele suceder en estos casos, que involucran a los altos círculos del poder – tal como los describiera magistralmente Shakespeare en el inolvidable Hamlet- los hilos de la madeja del circulo NO se cierran en el Palacio!
En la recta final de las negociaciones de La Habana, el “ruido de sables” que se escucho esta semana desde el desconocido Conejo en La Guajira hasta en las alfombras rojas del Palacio de Nariño, dejan ver las “orejas de burro” que se esconden en los asuntos de la guerra. Los comandantes del secretariado de las Farc hacen “pedagogía armada” para explicarles a sus bases, que han sido su retaguardia estratégica, las bondades de la paz. Y en los cuarteles de la escuela General Santander, la pugna por el poder en la dirección de la Policía, cobra la cabeza del General Palomino. Acusado y acosado por los cada vez más evidentes desmanes del circulo del anillo. Y, mientras tanto, los altos heliotropos bogotanos del poder se rajan las vestiduras reclamándole al gobierno poner fin a la presencia del secretariado de las Farc en los campos de Colombia. Y, las redes sociales y periodististicas se deleitan con el morbo de las conversaciones homosexuales del senador y su edecán.   
Pero la realidad de la guerra está mucho más allá de los titulares de la prensa. En las apartadas regiones del país, los pobladores urbanos y rurales esperan con ansiedad el anuncio de la firma de la paz. Sometidos como han estado en los 100 de soledad del estado colombiano y víctimas de la intimidación armada, ven con mucha expectativa la terminación de la pesadilla de la guerra. En los rostros de alcaldes, funcionarios, profesionales, campesinos y gentes del común de estas regiones de Colombia, se observa una mezcla de escepticismo y esperanza por la firma de la paz y el inicio del posconflicto.
Su sano escepticismo es producto de los largos años de abandono, opresión y engaño al que han sido sometidas por parte de la dirigencia política y militar que impera en estas regiones del país. Y, su esperanza, está puesta en las oportunidades que se abren con la terminación del conflicto para redimir sus padecimientos y entrar en la senda de las transformaciones sociales, productivas e institucionales, de las cuales se habla mucho por estos días con motivo de la formulación de sus planes de desarrollo territorial.
Por estas razones, la necesaria dosificación entre las expectativas de la paz y la realidad fiscal e institucional del país, parecería ser el fiel de la balanza que puede inclinar el fin del conflicto armado y la consolidación de la paz. Es un hecho demostrado históricamente que la “primavera de la paz” trae consigo el desborde de las expectativas por la satisfacción de las necesidades que han estado aplazadas por siglos, pero que pueden chocar contra los muros de la indiferencia de los malos gobiernos y la falta de recursos y oportunidades reales para satisfacerlas. Con lo cual, seguramente aumentaran las tensiones, los conflictos sociales y el refrote de la violencia.
De ahí que sea muy conveniente y oportuno, el diseño de una buena pedagogía de paz que ayude efectivamente a sentar las bases del postconflicto. Esta pedagogía debe comenzar por cambiar el tono y, sobretodo, el contenido de mensajes comunicativos que circulan por las redes sociales y los medios. Es imperativo que los comunicadores dejen de lado sus vanidades y se enfoquen en construir nuevos lenguajes de paz y reconciliación, donde el epicentro sean las necesidades y clamores de la gente.
Solo así podremos evitar que las almendras de la paz no se vuelvan amargas!

Luis Alfredo Muñoz Wilches
Bogota, febrero 22 de 2016

                         

domingo, 7 de febrero de 2016

Vengo a decirle adiós … a los muchachos!

Vengo a decirle adiós a los muchachos …
porque pronto me voy para la guerra
y aunque vaya a pelar en otras tierras
voy a salvar mi derecho, mi patria y mi fe

Como en el famoso bolero del “inquieto anacoboero”, el expresidente Pastrana quiso referirse a su viaje a la Casa Blanca para atender la invitación del Presidente Obama como la “despedida del Plan Colombia”. Pero esa frase nos hizo recordar que, precisamente, cuando él adelantaba los diálogos del Caguan fueron los “muchachos” los que le dijeron adiós, lo dejaron con la silla vacía y se fueron a hacer su guerra prolongada. Pero en esta ocasión, los casi 300 invitados a la entusiasta y calurosa recepción del salón de la fama, el East Room de la Casa Blanca, donde se dieron cita los representantes más conspicuos del establishment de los dos países, fueron testigos de un momento histórico: la terminación del Plan Colombia y el comienzo de Paz Colombia.
Luego de 15 años de la ayuda militar y asistencial que cambio la ecuación de la guerra en Colombia, el Presidente Barack Obama reconoció que Colombia ha logrado transformar exitosamente el escenario de la guerra en un nuevo escenario de posconflicto, donde la paz y la prosperidad podrán hacerse realidad, con el trabajo de todos los colombianos y el apoyo de los EEUU y la comunidad internacional. El nuevo Plan Paz Colombia que contará con una partida inicial de ayuda por U$450 millones para la vigencia 2017, tendrá que hacer tránsito por el Senado Norteamericano y sortear las dificultades propias de un período preelectoral, cuyos resultados políticos son aún inciertos, pero que seguramente contará con el respaldo bipartidista con tuvo el Plan Colombia. No obstante, en opinión de muchos analistas políticos norteamericanos, la asistencia política de Washington está más acostumbrada al conflicto que a la paz y el posconflicto. Por esta razón, es muy frecuente escuchar en los pasillos del Congreso de los EEUU voces –especialmente republicanas- que desconfían de los Acuerdos logrados entre el Gobierno de Colombia y las FARC.
Sin embargo, los grandes desafíos que enfrentará Colombia en el posconflicto tienen que ver más con asuntos internos que con el apoyo de internacional, que ha demostrado ser muy solidario y abrumador. El posconflicto y la consolidación de la paz territorial va a requerir de verdaderas reformas que hagan posible cerrar las brechas sociales y territoriales para integrar esa Colombia rural dispersa y apartada, donde el abandono y la falta de la presencia del Estado hizo posible que se convirtieran en los territorios de la guerra y del narcotráfico.
El dilema que enfrenta el país en el posconflicto es, continuar por la senda de la mala-adaptación que consiste en reducir el conflicto a un problema de unos narcoterroristas que se apoderaron de estas apartadas regiones; de tal manera que bastaría con enfrentarlos con las políticas de contención militar y erradicación de cultivos ilícitos, acompañadas con intervenciones asistencialistas orientadas a sustraer el aparente apoyo popular de los narcoterroristas, que predominaron en la primera fase del Plan Colombia. Lo cual constituye la esencia del viejo y recalcitrante discurso uribista.
La otra senda, la de la buena-adaptación que debe predominar en la Paz Colombia consiste en reconocer la multicausalidad del conflicto para diseñar intervenciones integrales y diferenciales que se ajusten a las dinámicas particulares de cada región. En cada una de ellas se deben combinar unas acciones coyunturales, de respuesta rápida, con intervenciones estructurales que siembren capacidades locales para hacer posible y sostenible la transformación social, productiva e institucional de estos territorios abandonados y su integración a la prosperidad y los beneficios del desarrollo económico y social del país.
Las acciones de respuesta rápida deben estar orientadas a lograr tres aspectos esenciales de la convivencia democrática: un sistema de justicia territorial reparativa que reestablezca la confianza en la institucionalidad y garantice el ejercicio pleno de los derechos de propiedad; una oferta adecuada de bienes y servicios públicos esenciales de educación, salud, agua potable y seguridad social para todos los pobladores de estas apartadas regiones; y unas mejores oportunidades de generación de ingresos a los pequeños productores de la agricultura familiar.
Los mecanismos de intervención integral en los estos territorios deberán estar orientados a generar y/o mejorar las capacidades locales para que las distintas comunidades locales y rurales (de campesinos, negros, indígenas, etc.) puedan ser autogestores de su propio desarrollo. Estos mecanismos deben contemplar instrumentos más idóneos y pertinentes para el ordenamiento ambiental, social y productivo de los territorios rurales, tales como un moderno catastro rural, con una base cartográfica semi-detallada (escala 1:25.000) y una información actualizada de la estructura socio-productiva municipal (a partir de la información del Censo Agropecuario 2015). En segundo lugar, es necesario que los mecanismos de intervención incluyan el fortalecimiento de sistemas locales de asistencia técnica integral y competitividad territorial que permita incorporar las innovaciones y el uso de nuevas tecnologías para mejorar la producción y la productividad, y lograr economías de escala y de agregación de valor que incremente los ingresos y las capacidades productivas locales. Un aspecto particularmente importante lo constituye el desarrollo de innovaciones sociales que permitan engrosar el tejido social y los emprendimientos asociativos. En tercer lugar, se requiere que estos territorios puedan tener acceso a la provisión de bienes y servicios productivos esenciales tales como: infraestructuras de riego y adecuación de tierras, de comercialización, de transporte y conectividad. Finalmente, es necesario fortalecer la institucionalidad rural mediante el fomento de sistemas de gobernanza más abiertos y transparentes, basados en el desarrollo de redes colaborativas público-privadas y comunitarias, mejores articulaciones local-regional-nacional, el fomento a la asociatividad territorial y la mejor coordinación para lograr un buen gobierno.  

Solo así será posible que tengamos unos modelos de buena-adaptación al posconflicto capaces de generar procesos de desarrollo local endógenos y sostenibles que hagan realidad la consolidación de la paz, el desarrollo y el bienestar de las comunidades rurales en nuestro país.

Luis Alfredo Muñoz Wilches
Bogotá, 8 de febrero de 2016