domingo, 7 de febrero de 2016

Vengo a decirle adiós … a los muchachos!

Vengo a decirle adiós a los muchachos …
porque pronto me voy para la guerra
y aunque vaya a pelar en otras tierras
voy a salvar mi derecho, mi patria y mi fe

Como en el famoso bolero del “inquieto anacoboero”, el expresidente Pastrana quiso referirse a su viaje a la Casa Blanca para atender la invitación del Presidente Obama como la “despedida del Plan Colombia”. Pero esa frase nos hizo recordar que, precisamente, cuando él adelantaba los diálogos del Caguan fueron los “muchachos” los que le dijeron adiós, lo dejaron con la silla vacía y se fueron a hacer su guerra prolongada. Pero en esta ocasión, los casi 300 invitados a la entusiasta y calurosa recepción del salón de la fama, el East Room de la Casa Blanca, donde se dieron cita los representantes más conspicuos del establishment de los dos países, fueron testigos de un momento histórico: la terminación del Plan Colombia y el comienzo de Paz Colombia.
Luego de 15 años de la ayuda militar y asistencial que cambio la ecuación de la guerra en Colombia, el Presidente Barack Obama reconoció que Colombia ha logrado transformar exitosamente el escenario de la guerra en un nuevo escenario de posconflicto, donde la paz y la prosperidad podrán hacerse realidad, con el trabajo de todos los colombianos y el apoyo de los EEUU y la comunidad internacional. El nuevo Plan Paz Colombia que contará con una partida inicial de ayuda por U$450 millones para la vigencia 2017, tendrá que hacer tránsito por el Senado Norteamericano y sortear las dificultades propias de un período preelectoral, cuyos resultados políticos son aún inciertos, pero que seguramente contará con el respaldo bipartidista con tuvo el Plan Colombia. No obstante, en opinión de muchos analistas políticos norteamericanos, la asistencia política de Washington está más acostumbrada al conflicto que a la paz y el posconflicto. Por esta razón, es muy frecuente escuchar en los pasillos del Congreso de los EEUU voces –especialmente republicanas- que desconfían de los Acuerdos logrados entre el Gobierno de Colombia y las FARC.
Sin embargo, los grandes desafíos que enfrentará Colombia en el posconflicto tienen que ver más con asuntos internos que con el apoyo de internacional, que ha demostrado ser muy solidario y abrumador. El posconflicto y la consolidación de la paz territorial va a requerir de verdaderas reformas que hagan posible cerrar las brechas sociales y territoriales para integrar esa Colombia rural dispersa y apartada, donde el abandono y la falta de la presencia del Estado hizo posible que se convirtieran en los territorios de la guerra y del narcotráfico.
El dilema que enfrenta el país en el posconflicto es, continuar por la senda de la mala-adaptación que consiste en reducir el conflicto a un problema de unos narcoterroristas que se apoderaron de estas apartadas regiones; de tal manera que bastaría con enfrentarlos con las políticas de contención militar y erradicación de cultivos ilícitos, acompañadas con intervenciones asistencialistas orientadas a sustraer el aparente apoyo popular de los narcoterroristas, que predominaron en la primera fase del Plan Colombia. Lo cual constituye la esencia del viejo y recalcitrante discurso uribista.
La otra senda, la de la buena-adaptación que debe predominar en la Paz Colombia consiste en reconocer la multicausalidad del conflicto para diseñar intervenciones integrales y diferenciales que se ajusten a las dinámicas particulares de cada región. En cada una de ellas se deben combinar unas acciones coyunturales, de respuesta rápida, con intervenciones estructurales que siembren capacidades locales para hacer posible y sostenible la transformación social, productiva e institucional de estos territorios abandonados y su integración a la prosperidad y los beneficios del desarrollo económico y social del país.
Las acciones de respuesta rápida deben estar orientadas a lograr tres aspectos esenciales de la convivencia democrática: un sistema de justicia territorial reparativa que reestablezca la confianza en la institucionalidad y garantice el ejercicio pleno de los derechos de propiedad; una oferta adecuada de bienes y servicios públicos esenciales de educación, salud, agua potable y seguridad social para todos los pobladores de estas apartadas regiones; y unas mejores oportunidades de generación de ingresos a los pequeños productores de la agricultura familiar.
Los mecanismos de intervención integral en los estos territorios deberán estar orientados a generar y/o mejorar las capacidades locales para que las distintas comunidades locales y rurales (de campesinos, negros, indígenas, etc.) puedan ser autogestores de su propio desarrollo. Estos mecanismos deben contemplar instrumentos más idóneos y pertinentes para el ordenamiento ambiental, social y productivo de los territorios rurales, tales como un moderno catastro rural, con una base cartográfica semi-detallada (escala 1:25.000) y una información actualizada de la estructura socio-productiva municipal (a partir de la información del Censo Agropecuario 2015). En segundo lugar, es necesario que los mecanismos de intervención incluyan el fortalecimiento de sistemas locales de asistencia técnica integral y competitividad territorial que permita incorporar las innovaciones y el uso de nuevas tecnologías para mejorar la producción y la productividad, y lograr economías de escala y de agregación de valor que incremente los ingresos y las capacidades productivas locales. Un aspecto particularmente importante lo constituye el desarrollo de innovaciones sociales que permitan engrosar el tejido social y los emprendimientos asociativos. En tercer lugar, se requiere que estos territorios puedan tener acceso a la provisión de bienes y servicios productivos esenciales tales como: infraestructuras de riego y adecuación de tierras, de comercialización, de transporte y conectividad. Finalmente, es necesario fortalecer la institucionalidad rural mediante el fomento de sistemas de gobernanza más abiertos y transparentes, basados en el desarrollo de redes colaborativas público-privadas y comunitarias, mejores articulaciones local-regional-nacional, el fomento a la asociatividad territorial y la mejor coordinación para lograr un buen gobierno.  

Solo así será posible que tengamos unos modelos de buena-adaptación al posconflicto capaces de generar procesos de desarrollo local endógenos y sostenibles que hagan realidad la consolidación de la paz, el desarrollo y el bienestar de las comunidades rurales en nuestro país.

Luis Alfredo Muñoz Wilches
Bogotá, 8 de febrero de 2016

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