domingo, 24 de enero de 2016

EL CALENTAMIENTO LOCAL


El año 2016, la economía colombiana arranco con todas las expectativas a la baja. En opinión de diferentes expertos y de acuerdo con los pronósticos de los más prestigiosos oráculos económicos, el país crecerá a una tasa cercana al 2,5%. Solo en el inflado optimismo del ministro de Hacienda, el país seguirá viajando en la primera clase de los países emergentes que crecen por encima del 3%. La destorcida de los precios del petróleo -que está semana cayeron por debajo de la histórica barrera de los U$30 el barril-, que según todas las proyecciones de los mercados energéticos mundiales se mantendrá hasta finales de la década, comprometiendo seriamente las expectativas de un repunte en los ingresos petroleros y la contracción de las finanzas gubernamentales. La desaceleración de la locomotora china que hace su transito de una economía importadora de materias primas a una economía de servicios que privilegia el crecimiento de su mercado interno. La apreciación de la tasa de cambio que ya rompió el techo de los $3.000, el consiguiente aumento del déficit en la balanza comercial y la caída en los valores de las principales acciones de las compañías nacionales, y los desastrosos efectos que está causando el cambio y la variabilidad climática, configuran lo que algunos comentaristas económicos han llamado un annus horribilis para la economía colombiana.
No obstante, el desempeño de la economía colombiana –comparado con los vecinos del barrio- seguirá siendo uno de los más destacados. Colombia se mueve dentro de un panorama claroscuro de fortalezas y debilidades. De una parte, el país ha logrado una estabilidad macroeconómica sostenida, gracias a lo que el FMI llama una afortunada combinación de buenas políticas, un marco institucional confiable, unos mecanismos de regulación financiera sólidos y unas expectativas crecientes de superación del conflicto interno y de afianzamiento de la paz. De otra parte, los factores que frenan y ensombrecen el panorama económico continúan siendo la lenta diversificación de su estructura productiva y las profundas brechas económicas y sociales que hacen de Colombia uno de los países con los mayores niveles de desigualdad en el mundo.
La bonanza de los precios internacionales de los commodities, que se mantuvo por espacio de varios años, no la supimos aprovechar suficientemente. Si bien es cierto que una parte importante de estos ingresos fiscales se gastaron en subsidios y transferencias directas a los hogares más pobres, a través de programas gubernamentales como Familias en Acción, con lo cual los índices de pobreza se redujeron considerablemente. Sin embargo, las brechas entre los sectores urbano y rural, no solo se mantuvieron sino que se profundizaron aún más, impidiendo la formación de una clase media en el campo que, según las experiencias internacionales, constituye un factor dinamizador del desarrollo rural. Igualmente, no logramos desarrollar un robusto sistema de investigación, innovación y cambio tecnológico que hubiera permitido aumentar la productividad y diversificar la estructura económica del país. A diferencia de países vecinos como Ecuador y Perú que lograron unos adelantos significativos en la provisión de sus infraestructuras productivas y de servicios, Colombia mantuvo estancado su stock de capital fijo. Y solo ahora que se logro diseñar un ambicioso programa de inversiones en infraestructura de carreteras y servicios (G4), el gobierno se tropezó con la falta de recursos públicos para atenderlo.
Por estas razones, las expectativas de los sectores medios urbanos y rurales que -a diferencia de la enceguecida opinión del fracasado exalcalde de Bogotá- constituyen un factor de crecimiento del mercado interno, se enrarecieron tremendamente ensombreciendo las perspectivas económicas del país. La opinión pública recibió los anuncios del Gobierno de la venta de Isagen y la reforma tributaria como una traición al país. Sirios y troyanos aprovecharon la coyuntura para cobrarle al Presidente y a su ministro de Hacienda los desatinos de tales anuncios.
En estos días escuche a un atribulado pasajero de Transmilenio decir que la venta de Isagen era como “vender la nevera para comprar el mercado”. La analogía me llamo poderosamente la atención por su capacidad de resumir en una solo imagen la complicada operación financiera que tuvo que hacer el gobierno del Presidente Santos para conseguir los recursos que necesita el programa bandera del vicepresidente Lleras. Quien, dicho sea de paso, se gano estas indulgencias con las avemarías ajenas.
Posdata:
Para estar a tono con los augurios y los pronósticos de comienzo de este año bisiesto, me fui a mi tierrita y esto me digo el armadillo: enero pasara a la historia como el mes más caliente y seco de últimos 50 años. En febrero descenderá la popularidad del Presidente tanto como las cotas del río Magdalena y Cauca, reduciendo su margen para hacer los anuncios de nuevas reformas. En marzo muchos colombianos harán abstinencia de pescado porque el tradicional pescado seco de la Semana Santa no estará al alcance de sus platos y tampoco se firmará el anhelado acuerdo de fin del conflicto, porque los comandantes andarán muy atareados cuadrando los frentes para la foto –o votos?- de la 10ª y última Conferencia de las FARC. Se clausura con todo éxito el XV Festival Internacional de Teatro de Bogotá. En abril llegaran las primeras lluvias que calmaran la sed de los campesinos y arribaran las golondrinas con sus canticos invernales y se firmará el Acuerdo de Paz. En mayo arrecian los aguaceros, el campo reverdece pero los precios de los alimentos seguirán al alza y el Presidente reestructura su gabinete ministerial el cual se llamara “Gabinete de Paz” y tendrá como una de sus nuevas ministras estrellas a la excandidata Clara López. En junio, el Congreso aprobará las facultades extraordinarias para la paz, después de sortear todos los escollos que dejo el “fenómeno del niño” Uribe, y el gobierno por fin podrá anunciar la convocatoria al Plebiscito por la Paz. En el mes de julio comenzaran las campañas por el SI de la paz y por el NO del uribismo, en medio de fuertes polémicas y nuevas tensiones entre Uribe y Santos. En agosto, con la llegada de 3 nuevos huéspedes a la Casa de Nariño se asegura el triunfo del plebiscito. En septiembre se llevará a cabo el plebiscito por la paz, el cual será aprobado por estrecho margen. Pasara raspando, pero los uribistas denunciaran un fraude. En octubre termina la dejación de armas y con ello desaparecerán las FARC y nace un nuevo partido político que tendrá aseguradas varias curules en el Congreso. En noviembre se conforma la nueva bancada por la paz y se inician las primeras intervenciones integrales en los 10 territorios de paz que serán declarados por el gobierno. En diciembre se clausura el Congreso con un respaldo mayoritario al Presidente y a las políticas de paz del Gobierno. Los primeros uribistas comenzaran a realinearse entorno a la candidatura de German Lleras. Termina el año mundial del catolicismo y se preparará la visita a Colombia del Papa Francisco para el primer trimestre del 2017. Todo un año bisciesto!

Luis Alfredo Muñoz Wilches

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