“Me criaron de plaza en plaza, yo crecí por los caminos;
Arriando el lote que fuera y acompañao de mi silbo:
Soy saceño y desde pequeño pongo en el ojo toda mi fe”
El Saceño, Jorge Velosa
Con el cierre temporal de Corabastos, decisión tomada por la Alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ante la expansión incontrolada del foco infeccioso de la pandemia, se confirmó el inmenso riesgo de continuar operando un centro de abastecimiento de estas dimensiones y se abrió una inmensa oportunidad para transformar el modelo de abastecimiento de Bogotá
Corabastos ha sido tradicionalmente un pésimo modelo de la intermediación del mercado de alimentos del país. Funciona como un gigantesco hipermercado donde se negocian en promedio diariamente 8.500 toneladas de alimentos y acuden más de 250.000 personas entre compradores, vendedores, transportadores, coteros, pregoneros y fisgones.
Muchos son los eslabones de esta ineficiente cadena alimentaria que abastece a millones de consumidores, localizados principalmente en Bogotá, con la producción de alimentos generada por miles de pequeños productores agropecuarios de la región central del país, quienes ocupan el eslabón más débil de la cadena y perciben menos del 20% del precio de mercado que pagan los consumidores[1].
En el año 2006, cuando formé parte del equipo del gobierno de Lucho Garzón que promovió la creación del IPES[2], tuvimos que recibir la administración de 18 plazas de mercado que se encontraban en un estado deplorable. Con una ocupación de casi el 80% de sus puestos, un caótico sistema de contratación y una cartera morosa muy alta, se desconocía prácticamente en manos de quienes estaban esas tradicionales plazas.
Eran los años donde la avasalladora presencia de las grandes superficies, supermercados y “fruver” -que se desarrollaron con mucha fuerza en los años 90- habían logrado capturar más del 97% del mercado de alimentos de Bogotá; mientras que las tradicionales plazas de mercado, con unos esquemas administrativos obsoletos, unas precarias condiciones de higiene y salubridad y unos procesos operativos que las hacían muy poco competitivas, estaban a punto de desaparecer.
Para enfrentar esta situación y equilibrar la cancha, se diseñó y se puso en funcionamiento el Sistema de Abastecimiento de Alimentos de Bogotá, SAAB[3], bajo la dirección de la Unidad Ejecutiva de Servicios Públicos, UESP, y la orientación del Programa Bogotá Sin Hambre. El sistema se concentró en el desarrollo de la plataforma logística Los Luceros[4] y una plataforma informática[5] como soporte para la operación del SAAB. Sin embargo, esta plataforma nunca logró despegar y quedó reducida a una moderna infraestructura física.
Hoy en día, vemos a las 19 Plazas de Mercado -incluida la plaza de Paloquemao, que tiene una administración cooperativa distinta- recuperadas y transformadas, gracias al esfuerzo conjunto entre funcionarios del IPES y los comerciantes de las plazas, con el apoyo -más o menos continuo de las Administraciones distritales. Estas han renacido y, en algunos casos, han vuelto a tener el encanto y la significación cultural, histórica y económica de antaño.
Nuestras tradicionales plazas de mercado son parte del patrimonio cultural, turístico y gastronómico. No solo son un espacio de transacciones económicas sino fundamentalmente un lugar de encuentro entre el campo y la ciudad, donde la abundancia de los productos agrícolas son la oportunidad para sentir y disfrutar los olores y sabores del campo. Las plazas de mercado podrán renacer con inusitada fuerza gracias a la oportunidad que se ha abierto con la pandemia como un canal de distribución eficiente y muy significativo para el encuentro entre consumidores y productores, reduciendo la intermediación.
Sin embargo, las plazas de mercado hoy en día manejan menos del 5% de la oferta alimentaria de Bogotá, razón por la cual, requieren integrarse a un moderno sistema de abastecimiento de alimentos al lado de tenderos, comerciantes, pequeños y medianos supermercados, mercados móviles, mercados campesinos, plazas y plazoletas privadas, pequeñas y medianas industrias alimenticias, restaurantes, transportadores y redes de productores.
La transformación y modernización de la cadena de abastecimiento de alimentos de la región central es una posible y urgente alternativa frente al riesgo que representa la amenaza de Corabastos para la salubridad y la seguridad alimentaria de millones de colombianos.
El rediseño del modelo de abastecimiento de alimentos de la región central requiere repensar tres paradigmas que se han atravesado como vacas muertas en el camino de la modernización del sistema alimentario: en primer lugar, se requiere desconcentrar y descentralizar las operaciones del sistema para reducir las ineficiencias y los riesgos que representa Corabastos y reemplazarlo por miles de redes de distribución, donde las plazas de mercado de Bogotá pueden jugar un papel fundamental como centros de acopio o referenciación y distribución, con presencia en todas las localidades de la ciudad. En segundo lugar, se debe superar la actual dispersión y atomización de la cadena, mediante un modelo que integre desde los productores organizados en redes agroalimentarias, pasando por transportadores y operadores logísticos, hasta las redes de distribución de alimentos, incluidas las pequeñas y medianas industrias alimenticias y restaurantes. De esta manera se puede mejorar la eficiencia de la cadena, aumentar los ingresos de los productores agropecuarios, reducir los precios de los alimentos y garantizar su calidad y sanidad.
Finalmente, es necesario apoyar las cadenas cortas de abastecimiento que surten los mercados campesinos locales y garantizan la seguridad alimentaria de los pobladores de pequeñas comunidades. En una estrategia como esta puede funcionar muy bien el modelo de los mercados campesinos y la creciente presencia de los mercados de alimentos orgánicos, que agregan valores como las denominaciones de origen o los sellos verdes; y dinamizan las economías locales, la ocupación y los ingresos de sus habitantes.
Todos estos aspectos, cobran cada vez más fuerza como nuevos paradigmas basados en la solidaridad, el reconocimiento y el cuidado del otro y por lo tanto, instan a reconocer el papel de las plazas de mercado y tomar conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe a todos. ¡Es la hora de actuar!
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá 24 de mayo de 2020
[1] Caicedo Diaz, J.F., 2013. La intermediación como impedimento al desarrollo del pequeño productor de Medellin, en la Revista Economía y Desarrollo Rural, enero-junio de 2013, Corpoica, Ciencia y Tecnología Agropecuaria, Medellin.
[2] Acuerdo 257 de diciembre de 2006, “Por el cual se dictan normas básicas sobre la estructura, organización y funcionamiento de los organismos y de las entidades de Bogotá, Distrito Capital, y se expiden otras disposiciones”, en su articulo 76 ordena la creación del Instituto para la Economía Social, IPES, cómo un establecimiento público del orden distrital, con personería jurídica, autonomía administrativa y patrimonio propio, adscrito a la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico. Y establece la función de administrar las plazas de mercado en coordinación con la política de abastecimiento de alimentos de la ciudad de Bogotá.
[3] El Sistema de Abastecimiento de Alimentos de Bogotá, SAAB, formaba parte de la política de Seguridad Alimantaria y Notricional, lderada por el Programa Bogotá Sin Hambre
[4] La plataforma logística “Los Luceros”, se concibió como una infraestructura física, localizada en el barrio Los Luceros de la Localidad de Ciudad Bolívar, donde se realizan todas las actividades de manipulación de los productos con el objeto de efectuar la recepción, desagregación y agregación de pedidos y despachos
[5] Esta plataforma informática estuvo a cargo de la Universidad Distrital, en convenio con la UESP y el Fondo de Desarrollo Local de Ciudad Bolívar.
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