“Colombia -escribió un geógrafo y economista alemán- pertenece a los países dichosos en los que hay muy pocos burgueses y, muchísimos acomodados”
Otto Bürger, 1920
Pese a que hace más de medio siglo se viene celebrando en Colombia el día nacional del campesino -por la iniciativa de Augusto Franco, un trabajador de la desaparecida Caja Agraria-, la importancia histórica, demográfica y cultural del campesinado ha sido tradicionalmente menospreciada por los diferentes gobiernos y la ciudadanía en general. Incluso en la reforma constitucional de 1991- garantista en derechos- el campesinado no logró ocupar su lugar en el reconocimiento de la diversidad cultural de la nación colombiana.
Le debemos a Fals Borda el primer reconocimiento del campesinado como un sujeto social e histórico. A través de dos maravillosos estudios, los “Campesinos de los Andes “y “El Hombre y la Tierra en Boyacá” que, a la postre se convirtieran en los estudios pioneros de la sociología rural de Colombia y en América Latina, Fals Borda definió el campesinado como un sujeto con identidad cultural propia, que tiene una especial relación con la tierra, el agua, los animales y, en general, con la naturaleza. De igual manera, resaltó los movimientos campesinos al afirmar que, el hecho de que el hombre dependa de la tierra para su sustento ha sido una fuente para los cambios sociales y un factor determinante de las movilizaciones campesinas por sus reivindicaciones.
Sin embargo, el movimiento campesino ha tenido que recorrer una larga y dolorosa lucha por el reconocimiento de sus derechos. Desde el surgimiento de la ANUC, las movilizaciones campesinas han sido tratadas casi siempre con mucho despotismo por los gobiernos de turno, quienes las acusan de ser aliadas de la subversión. Las tomas de tierras de los años 70 que buscaron acelerar la implementación de la reforma agraria para otorgarla a los campesinos sin tierra, recibieron como respuesta la represión militar y el asesinato de algunos de sus líderes. Igual sucedió con las marchas cocaleras de mediados de los 90, que fueron la respuesta a las políticas punitivas impuestas por el gobierno norteamericano para la erradicación de los cultivos ilícitos. La minga del Cauca cuyo objeto era la recuperación de las tierras ancestrales de las comunidades indígenas fue tratada como un problema de orden público; y el paro agrario nacional de 2013, motivado por la importación de alimentos y los altos costos de los insumos, fue desaparecido bajo el lema del gobierno “el tal paro agrario no existe”. En síntesis, la infinidad de experiencias de resistencia campesina que se han desarrollado alrededor de la lucha por la tierra, la conservación de las semillas y los páramos, y la defensa de sus territorios, han sido desconocidas y muchas veces reprimidas.
Todas estas movilizaciones se han caracterizado por la diversidad de enfoques, propósitos, y alcances territoriales, pero tienen un denominador común: los aprendizajes colectivos, la conservación de la naturaleza, la valorización de las economías del cuidado, la diversidad de formas y expresiones y la lucha por el reconocimiento de campesinado como sujeto de derechos económicos, sociales, políticos y culturales.
La prolongación del conflicto armado por más de 50 años profundizó las desigualdades económicas y sociales del campo, cobrando la vida de más de 100.000 personas y el desplazamiento de casi 6 millones de campesinos, que perdieron sus tierras. Con posterioridad al Acuerdo de Paz, el movimiento campesino sigue pagando un alto costo social y humano, representado en el asesinato sistemático de los líderes y lideresas sociales. Esta situación continúa socavando su capital social y provocando nuevos fenómenos de desplazamiento y confinamiento territorial en varias regiones del país. Este fin de semana se volvieron a presentar enfrentamientos y bombardeos a la población civil en las regiones de Caquetá, Guaviare y Norte de Santander, con motivo de la llegada de los asesores militares gringos y el reinició de las fumigaciones aéreas.
A pesar de estas circunstancias, el esfuerzo continuo de los campesinos colombianos ha permitido mantener una oferta de alimentos suficiente para garantizar el abastecimiento de las ciudades y, contribuir a la seguridad alimentaria de todos los colombianos.
La importancia del campesinado colombiano se demuestra en las cifras de los censos y encuestas del país. De acuerdo con el Censo Nacional de Población (DANE, 2018), en el campo viven hoy 11 millones de personas, equivalente al 22,9% de la población total del país; de ellos el 86,3% se consideran campesinos. En la reciente Encuesta de Cultura Política (DANE, 2019), el 43,6% de los colombianos mayores de 18 años se consideran pertenecientes a una comunidad campesina y el 31,8% se identifican como tales.
La importancia de la creación de capital social de los campesinos se evidencia en que cerca de una cuarta parte se encuentran vinculados formalmente a un grupo u organización, cifra que es significativamente superior al 16,7% de las cabeceras municipales. Sin embargo, estas redes de confianza son en un 94,2% conformadas por familiares, y no cubren al vecindario o a los grupos sociales más cercanos territorial o sectorialmente. Esto es una muestra de la poca confianza de los campesinos en las relaciones sociales que están más allá de lo puramente familiar limitando la posibilidad de desarrollar procesos colaborativos amplios y significativos.
En general las formas de vida campesinas se asocian a una gran diversidad de medios y prácticas productivas y sociales, centradas en una relación directa con la tierra y los recursos naturales que les permite jugar un papel central en la conservación de los ecosistemas. A su vez, las expresiones e identidades culturales, asociadas a la memoria y las tradiciones cobran vida en los territorios bajo diversas formas comunitarias, organizativas, de participación.
Estas potencialidades que no han sido reconocidas, constituyen el germen para que las organizaciones campesinas transformen el campo y desarrollen modos de vida y de producción que sean las semillas de lo que el Foro Social proclamó como “otro mundo es posible”
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá, junio de 2020
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