EL TERCER TIEMPO DE LA PAZ
Lo dijo Francisco Gutiérrez en el
marco del Dialogo Mayor sobre “conflicto,
desigualdad y transformaciones agrarias en Colombia”, realizado la semana
pasada en Bogotá, el proceso de paz necesita de un “segundo tiempo”. Dejando flotar en el ambiente, el interrogante
sobre el rumbo de las negociaciones que llevan a cabo en La Habana para la
firma del Acuerdo de terminación del conflicto armado. De cuyos resultados
depende, en buena medida, las posibilidades del segundo mandato del Presidente
Santos, o el reencauche del proyecto uribista y, por supuesto, la suerte de una
tercería de centro-izquierda en nuestro país.
El ritmo de las conversaciones
del gobierno con la insurgencia de las FARC y sus resultados en materia de la reforma
rural, la sustitución de cultivos ilícitos, la reparación a las víctimas, la
aplicación de la justicia transicional, la participación política de los
exguerrilleros y, por consiguiente, la dejación de las armas, inevitablemente
acaparan el debate electoral 2013-2014. No puede ser de otra forma, dado que
constituye el problema político colombiano más importante de los últimos 50
años y de cuyo desenlace depende buena parte de las transformaciones
socio-económicas y políticas que el país debe abocar en los próximos 20 años,
en lo que los estudiosos han llamado el postconflicto.
Este escenario de transición o “segundo tiempo” del proceso de paz, fue
abordado por reconocidos investigadores nacionales y extranjeros[1],
a partir de la presentación de experiencias nacionales e internacionales que nos
pueden servir de referencia para encontrar las claves interpretativas del
postconflicto, en materia del diseño de políticas públicas redistributivas,
reformas institucionales y, en general, de promoción del desarrollo con
justicia social y de consolidación de una paz duradera.
Un ejercicio académico muy útil
para formular algunos interrogantes que a todas luces no están siendo parte de
las agendas políticas de la coyuntura electoral. El bloque de fuerzas políticas
de centro derecha, conocido como “Unidad
Nacional”, se ha puesto en la tarea de defender las reformas impulsadas por
la administración del primer gobierno de Santos para justificar su aspiración
reeleccionista. Del otro lado, la extrema derecha agrupada en el denominado “Puro Centro Democrático”, intenta
demostrar que el gobierno Santos sólo ha sido una pausa nefasta en la
sostenibilidad de las políticas de “seguridad
democrática”, “confianza
inversionista” y “cohesión social”
y apela a un retorno a las épocas oscuras de confrontación y exterminio del “terrorismo” armado.
Mientras tanto, las fuerzas del
centro democrático y de la izquierda se mueven en el pantano de las divisiones
y las recriminaciones mutuas que les impide presentarse como una alternativa
democrática y progresista capaz de llenar el vació político dejado por la
crisis de legitimidad y representatividad de las fuerzas políticas
tradicionales. Esto es, como lo señala León Valencia, una “coyuntura trágica”.
Algunas de las preguntas que nos
deja la reflexión del Dialogo Mayor: existe una relación de causalidad entre desigualdad, conflicto y desarrollo?. El
despojo y la concentración de tierras en Colombia es causa o consecuencia del
conflicto armado? Y, en ese sentido, es posible alcanzar las metas y los
resultados propuestos por el Gobierno con la aplicación de la Ley de víctimas y
restitución de tierras? Qué tipo de “arreglos
institucionales” son necesarios llevar a cabo para lograr la gobernabilidad
y la gobernanza de los territorios que han sido epicentros del conflicto armado
en Colombia? El resurgimiento de los movimientos sociales urbanos y rurales que
experimenta el país actualmente hacen parte de las transformaciones sociales y
políticas que requieren la transición hacia el postconflicto? Es posible lograr
un acuerdo sobre las transformaciones sociales y políticas que el país requiere,
en medio de la polarización política-electoral, la falta de legitimidad y la
ausencia de un claro liderazgo nacional?
Este dialogo académico permitió
ver el atisbo de nuevas aproximaciones a estos temas, que intentaré señalar
desde el ámbito de las políticas públicas. En primer lugar, la inmensa mayoría de los conflictos armados que se
dieron en el mundo con posterioridad a la segunda guerra mundial demuestran que
no existe una correlación entre desigualdad y conflicto, y mucho menos que lo
uno conduzca a lo otro. En segundo lugar,
la experiencia colombiana, muestra que la violencia y los conflictos armados
condujeron a incrementar la concentración de la tierra como consecuencia del
despojo y el desplazamiento de los habitantes rurales. Sin embargo, la
concentración de la propiedad rural no solo se ha dado por la vía de la
coerción de los actores armados sino también por los medios no coercitivos
utilizados por empresarios que generan una gran especulación en los mercados de
tierras legales. Esta ha sido una experiencia documentada (Uribe) en la región
del Catatumbo, donde la violencia paramilitar de las últimas dos décadas
(1990-2000) fue seguida de una “nueva
colonización” de empresarios y gentes llegadas del magdalena medio
antioqueño y cordobés. En tercer lugar,
los mecanismos de justicia transicional incorporados a la Ley de Víctimas han
hecho que el programa de restitución de tierras marche a paso de tortuga, en
medio de crecientes tensiones y acciones violentas que proliferan en los
territorios donde las estructuras políticas y paramilitares permanecen
intactas.
Este conjunto de situaciones
configuran lo que los investigadores denominan las grandes “transformaciones territoriales”
derivadas del copamiento armado y paramilitar de las estructuras
institucionales locales. De tal manera, que se requiere de un rediseño de las
políticas de restitución y redistribución de tierras, donde se exploren nuevos arreglos institucionales y mecanismos
administrativos que garanticen una vía más expedida y eficiente para la
reparación a las victimas y el acceso a la tierra por parte de los campesinos
pobres.
Es este el nuevo escenario, donde
se debe jugar el tercer tiempo del postconflicto para construir una paz
duradera con justicia social. En palabras de nuestro querido novel García
Márquez que al referirse a su entrañable amigo y compañero de viaje Alvaro Mutis digo: “Maqroll no es sólo él. Maqroll somos todos”
[1]
Francisco Gutiérrez, Darío
Fajardo, Sonia Uribe, Ana María Ibáñez, Lina Céspedes, Pranab
Bardhan, Albert Berry, Henrik Wiig y Elisabeth Wood.
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