domingo, 24 de mayo de 2020

El Covid 19 y las Plazas de Mercado: una oportunidad para transformar el modelo de abastecimiento de Bogotá

Me criaron de plaza en plaza, yo crecí por los caminos;
Arriando el lote que fuera y acompañao de mi silbo:
Soy saceño y desde pequeño pongo en el ojo toda mi fe
El Saceño, Jorge Velosa

Con el cierre temporal de Corabastos, decisión tomada por la Alcaldesa de Bogotá, Claudia López, ante la expansión incontrolada del foco infeccioso de la pandemia, se confirmó el inmenso riesgo de continuar operando un centro de abastecimiento de estas dimensiones y se abrió una inmensa oportunidad para transformar el modelo de abastecimiento de Bogotá 
Corabastos ha sido tradicionalmente un pésimo modelo de la intermediación del mercado de alimentos del país. Funciona como un gigantesco hipermercado donde se negocian en promedio diariamente 8.500 toneladas de alimentos y acuden más de 250.000 personas entre compradores, vendedores, transportadores, coteros, pregoneros y fisgones. 
Muchos son los eslabones de esta ineficiente cadena alimentaria que abastece a millones de consumidores, localizados principalmente en Bogotá, con la producción de alimentos generada por miles de pequeños productores agropecuarios de la región central del país, quienes ocupan el eslabón más débil de la cadena y perciben menos del 20% del precio de mercado que pagan los consumidores[1].
En el año 2006, cuando formé parte del equipo del gobierno de Lucho Garzón que promovió la creación del IPES[2], tuvimos que recibir la administración de 18 plazas de mercado que se encontraban en un estado deplorable. Con una ocupación de casi el 80% de sus puestos, un caótico sistema de contratación y una cartera morosa muy alta, se desconocía prácticamente en manos de quienes estaban esas tradicionales plazas.
Eran los años donde la avasalladora presencia de las grandes superficies, supermercados y “fruver” -que se desarrollaron con mucha fuerza en los años 90- habían logrado capturar más del 97% del mercado de alimentos de Bogotá; mientras que las tradicionales plazas de mercado, con unos esquemas administrativos obsoletos, unas precarias condiciones de higiene y salubridad y unos procesos operativos que las hacían muy poco competitivas, estaban a punto de desaparecer.
Para enfrentar esta situación y equilibrar la cancha, se diseñó y se puso en funcionamiento el Sistema de Abastecimiento de Alimentos de Bogotá, SAAB[3], bajo la dirección de la Unidad Ejecutiva de Servicios Públicos, UESP, y la orientación del Programa Bogotá Sin Hambre. El sistema se concentró en el desarrollo de la plataforma logística Los Luceros[4] y una plataforma informática[5] como soporte para la operación del SAAB. Sin embargo, esta plataforma nunca logró despegar y quedó reducida a una moderna infraestructura física.
Hoy en día, vemos a las 19 Plazas de Mercado -incluida la plaza de Paloquemao, que tiene una administración cooperativa distinta- recuperadas y transformadas, gracias al esfuerzo conjunto entre funcionarios del IPES y los comerciantes de las plazas, con el apoyo -más o menos continuo de las Administraciones distritales. Estas han renacido y, en algunos casos, han vuelto a tener el encanto y la significación cultural, histórica y económica de antaño. 
Nuestras tradicionales plazas de mercado son parte del patrimonio cultural, turístico y gastronómico. No solo son un espacio de transacciones económicas sino fundamentalmente un lugar de encuentro entre el campo y la ciudad, donde la abundancia de los productos agrícolas son la oportunidad para sentir y disfrutar los olores y sabores del campo. Las plazas de mercado podrán renacer con inusitada fuerza gracias a la oportunidad que se ha abierto con la pandemia como un canal de distribución eficiente y muy significativo para el encuentro entre consumidores y productores, reduciendo la intermediación.
Sin embargo, las plazas de mercado hoy en día manejan menos del 5% de la oferta alimentaria de Bogotá, razón por la cual, requieren integrarse a un moderno sistema de abastecimiento de alimentos al lado de tenderos, comerciantes, pequeños y medianos supermercados, mercados móviles, mercados campesinos, plazas y plazoletas privadas, pequeñas y medianas industrias alimenticias, restaurantes, transportadores y redes de productores. 
La transformación y modernización de la cadena de abastecimiento de alimentos de la región central es una posible y urgente alternativa frente al riesgo que representa la amenaza de Corabastos para la salubridad y la seguridad alimentaria de millones de colombianos. 
El rediseño del modelo de abastecimiento de alimentos de la región central requiere repensar tres paradigmas que se han atravesado como vacas muertas en el camino de la modernización del sistema alimentario: en primer lugar, se requiere desconcentrar y descentralizar las operaciones del sistema para reducir las ineficiencias y los riesgos que representa Corabastos y reemplazarlo por miles de redes de distribución, donde las plazas de mercado de Bogotá pueden jugar un papel fundamental como centros de acopio o referenciación y distribución, con presencia en todas las localidades de la ciudad. En segundo lugar, se debe superar la actual dispersión y atomización de la cadena, mediante un modelo que integre desde los productores organizados en redes agroalimentarias, pasando por transportadores y operadores logísticos, hasta las redes de distribución de alimentos, incluidas las pequeñas y medianas industrias alimenticias y restaurantes. De esta manera se puede mejorar la eficiencia de la cadena, aumentar los ingresos de los productores agropecuarios, reducir los precios de los alimentos y garantizar su calidad y sanidad. 
Finalmente, es necesario apoyar las cadenas cortas de abastecimiento que surten los mercados campesinos locales y garantizan la seguridad alimentaria de los pobladores de pequeñas comunidades. En una estrategia como esta puede funcionar muy bien el modelo de los mercados campesinos y la creciente presencia de los mercados de alimentos orgánicos, que agregan valores como las denominaciones de origen o los sellos verdes; y dinamizan las economías locales, la ocupación y los ingresos de sus habitantes. 
Todos estos aspectos, cobran cada vez más fuerza como nuevos paradigmas basados en la solidaridad, el reconocimiento y el cuidado del otro y por lo tanto, instan a reconocer el papel de las plazas de mercado y tomar conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe a todos. ¡Es la hora de actuar!
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá 24 de mayo de 2020

[1] Caicedo Diaz, J.F., 2013. La intermediación como impedimento al desarrollo del pequeño productor de Medellin, en la Revista Economía y Desarrollo Rural, enero-junio de 2013, Corpoica, Ciencia y Tecnología Agropecuaria, Medellin.
[2] Acuerdo 257 de diciembre de 2006, “Por el cual se dictan normas básicas sobre la estructura, organización y funcionamiento de los organismos y de las entidades de Bogotá, Distrito Capital, y se expiden otras disposiciones”, en su articulo 76 ordena la creación del Instituto para la Economía Social, IPES, cómo un establecimiento público del orden distrital, con personería jurídica, autonomía administrativa y patrimonio propio, adscrito a la Secretaría Distrital de Desarrollo Económico. Y establece la función de administrar las plazas de mercado en coordinación con la política de abastecimiento de alimentos de la ciudad de Bogotá.
[3] El Sistema de Abastecimiento de Alimentos de Bogotá, SAAB, formaba parte de la política de Seguridad Alimantaria y Notricional, lderada por el Programa Bogotá Sin Hambre
[4] La plataforma logística “Los Luceros”, se concibió como una infraestructura física, localizada en el barrio Los Luceros de la Localidad de Ciudad Bolívar, donde se realizan todas las actividades de manipulación de los productos con el objeto de efectuar la recepción, desagregación y agregación de pedidos y despachos
[5] Esta plataforma informática estuvo a cargo de la Universidad Distrital, en convenio con la UESP y el Fondo de Desarrollo Local de Ciudad Bolívar.

domingo, 17 de mayo de 2020

POST-PANDEMINA: ¿Cómo transitar hacia nuevas formas de vida?

No nos pueden prohibir que soñemos
Jorge Enrique Oramas, sociólogo y líder ambiental asesinado
Esta semana me invitaron a conversar en un Panel de la Sociedad Rural y la Post-pandemia, organizado por la Corporación Misión Rural, sobre las nuevas formas de economía en un momento de transición. Esta es una invitación muy provocadora para un economista que, como yo, nos dedicamos a la difícil práctica anticipatoria. Sin embargo, en circunstancias tan excepcionales como las actuales es necesario asumir una aptitud de sano escepticismo, similar a la expresada en la famoso frase del poeta Mario Benedetti: “Cuando creíamos saber todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas” 
Con el Covid-19, al igual que en la paradoja de Nassim Taleb[1], estamos frente a un Cisne Negro. Una pandemia que desafía todos los paradigmas convencionales de las ciencias que con su aparición desvirtúa las creencias y la ciega confianza en la capacidad predictiva de los modelos determinísticos.
Con el covid-19 estamos frente a un rompecabezas que, tal como lo han advertido los científicos del Imperial College de Londres, los modelos pueden ayudar a entender el comportamiento de una pandemia, pero no tienen la capacidad de anticipar lo que podrá ocurrir en el mundo ni ningún país en particular. ¿De qué depende el comportamiento de un fenómeno epidemiológico como el actual? ¿Depende solo del comportamiento del agente infeccioso? o ¿Depende del comportamiento de las personas infectadas? o ¿Depende de la capacidad del sistema de salud para saber que tan exitoso puede ser un país para enfrentarlo? Hasta ahora ningún país del mundo, por más desarrollado que sea, dispone de las herramientas suficientes para frenar la expansión del covid-19. Lo que hemos observado son casos más o menos con exitosos para detectar, intervenir y contener los casos de contagio y letalidad, pero en ningún caso podemos evitar estos riesgos.
De manera similar, los efectos económicos y sociales de esta pandemia son impredecibles. La mayoría de los organismos internacionales y los centros de pensamiento económico del mundo han coincidido en afirmar que las economías han entrado en una fase de recesión, con los consiguientes impactos en materia de desempleo, quiebra de empresas, incremento de la pobreza y hambruna, sin que podamos anticiparnos para conocer cuanto puede durar y cuáles serán sus efectos en el mediano y largo plazo . 
No obstante, algunos gurus de la economía hayan salido a pronosticar que la recuperación de las economías latinoamericanos vendrá en el año 2021. En nuestro país, el gobierno ha comenzado a expresar una inexplicable confianza en la pronta y segura recuperación del crecimiento económico. Nuestro Ministro de Agricultura, ha sido uno de los primeros en sacar pecho con las cifras preliminares de crecimiento del sector agrícola durante el primer trimestre del año, que según el DANE fue del 6,8%. Pero esta “pandiado” -como dijera nuestro querido Enrique Oramas- por cuanto esas cifras esconden la estacionalidad del crecimiento del precio internacional del arroz (20%), provocado por el cierre temporal de las exportaciones de Vietnam, el mayor exportador del mundo. Sin ese efecto distorsionador, el sector agrícola solo creció en un 2,3%. Además, estas cifras ocultan las fuertes caídas que está teniendo el café y las flores, renglones que generan los mayores volúmenes de empleo en el campo.
De tal manera, que toda esa “hechicería harrypotteriana” de la que hacen uso nuestros economistas ortodoxos se cae de su propio peso. Los efectos recesivos de la pandemia tienen correas de transmisión muy diferenciadas dependiendo del tipo de cadenas de abastecimiento y del lugar que ocupan en cada país los diferentes grupos socioeconómicos. La FAO ha señalado, en su más reciente informe, que la cadena de los cereales (commodities seriales) que manejan las grandes transnacionales, goza de muy buena salud. Mientras que la cadena de alimenticos, como las verduras, frutas, carne y leche, de alto valor nutricional está sufriendo los mayores problemas de oferta y demanda.
Las estadísticas oficiales ya comenzaron a registrar fuertes caídas en la producción de alimentos, como es el caso del café en nuestro país, cuya producción cayó un 18,4%, debido a las restricciones impuestas por el confinamiento que afecta la oferta laboral en un período crítico de cosecha o de siembra. Al igual que el incremento en el costo de los insumos importados por efectos de la devaluación de la moneda nacional.
Por estas razones, la FAO advirtió sobre los peligros de la inseguridad alimentaria que se cierne sobre los países latinoamericanos, que son los mayores productores de estos productos alimenticios de alto valor.
Pero ¿De qué depende que esta situación tenga un mayor impacto en la producción agrícola durante la pos-pandemia? ¿Y que los campesinos y productores agrícolas, sobre cuyos hombros recae el peso de la producción alimentaria de nuestros países, no se lleven la peor parte y que regresen a los niveles de pobreza que teníamos hace 15 o 20 años?
Ello va a depender de los tres factores que configuran las formas de vida rural sostenibles: el primero, lo constituye la provisión de activos productivos, tanto tangibles como intangibles. Sabemos que uno de los activos tangibles que garantiza la estabilidad de las provisiones es la tierra. En Colombia, particularmente, este factor constituye la almendra del Acuerdo de Paz de La Habana, tanto en el tema del acceso de los trabajadores agrícolas sin tierra como en la formalización de la propiedad rural. Sin embargo, el Acuerdo, como todos sabemos, no se está cumpliendo. ¡Ni una sola hectárea de tierra ha sido entregada a los campesinos en el tiempo que llevamos de posconflicto! En el Programa de Restitución de tierras que, hasta finales del anterior gobierno había recibido 122.710 solicitudes por cerca de 3 millones de hectáreas, solo ha logrado restituir el 10% de esas tierras y ahora se enfrenta a una parálisis total, a la espera de la terminación de los 10 años que le estableció la Ley 1448 y que vencen en el 2021. 
De otra parte, los activos intangibles están constituidos primordialmente por los lazos de solidaridad, de cooperación entre pobladores, la organización comunitaria y las redes de apoyo con que cuentan los campesinos para enfrentar amenazas y situaciones de peligro, como es el caso de esta pandemia. Lo que estamos viviendo en nuestro país es que la oportunidad y fuerza de los nuevos movimientos sociales, ecológicos y ambientales que irrumpieron con renovada fuerza en el posconflicto, están siendo diezmados y sus líderes asesinados ante la mirada cómplice del gobierno nacional. En este fin de semana, con el vil asesinado de Jorge Enrique Oramas, sociólogo de los pies descalzos y líder ambiental de los Farallones de Cali, se llego a la triste cifras de 100 lideres y lideresas sociales asesinados en plena cuarentena. Con la actitud indolente del gobierno y la indiferencia de los medios de comunicación, el precario y frágil el tejido social rural -desgarrado por el conflicto armado de más de 50 años- se está haciendo añicos.
El segundo factor que garantiza la sostenibilidad de las formas de vida campesina y rural es el acceso a los bienes públicos rurales. En Colombia y en América Latina, las posibilidades de acceder a los bienes públicos marcan las diferencias entre el mundo rural y el mundo urbano. En nuestro país, son bien conocidas las enormes brechas existentes en aspectos tales como: el acceso a los servicios sociales básicos, de educación, salud y protección social; la cobertura de servicios domiciliarios de agua potable y saneamiento básico, energía, telecomunicaciones, conectividad y la precariedad de la infraestructura vial y de transporte. Tal como quedo retratado en el Informe Nacional de Desarrollo Humano Colombia Rural: Razones para la esperanza” (PNUD, 2011) 
Estos accesos dependen fundamentalmente del tipo de políticas públicas que se adopten en cada país. Llama mucho la atención que el Ministerio de Agricultura y Desarrollo Rural, que es un ministerio que debería estar enfocado en agenciar políticas de desarrollo rural, solo este concentrado en los temas productivos. Recientemente el Ministerio ha anunciado la puesta en marcha de varios programas de apoyo al pequeño productor agropecuario en esta crisis, que en su conjunto suman menos de $100 millones de pesos (Campo Emprende, con $35.560 millones y Alianzas Productivas para la Vida -APPV-, con $42.000 millones). Lo cual, frente a la magnitud de los impactos previsibles de la pandemia, resultan a todas luces insuficientes, como lo demuestra su ridícula cobertura que solo llega al 1% de los agricultores. Los otros instrumentos de política son los tradicionales instrumentos financieros, otorgados a la Banca comercial haciendo uso de las líneas de crédito de FINAGRO; los cuales son tremendamente inequitativos. De acuerdo con la misma información de FINAGRO, las operaciones de desembolsos en estos últimos tres meses han favorecido solo al 0,6% de los grandes propietarios con el otorgamiento del 84% del crédito agropecuario mientras que, en el otro lado de este desbalance, al 75% de las solicitudes de los pequeños productores se les ha otorgado la insignificante suma del 0,3% del crédito. 
El tercer factor para la sostenibilidad de las formas de vida rural son las capacidades productivas y sociales; las cuales están asociadas directamente con los niveles de educación, innovación y desarrollo organizativo. En materia de educación, la situación es dramática dada las profundas brechas y la baja calidad de la educación rural. Agravada ahora con el cierre de las escuelas y colegios que dificulta aún más el acceso de los niños, niñas y jóvenes a la educación a distancia o virtual. 
En relación con la innovación y transferencia de tecnologías, la ausencia de un fuerte sistema de transferencia de tecnologías ahonda cada día más las brechas tecnológicas del sector agropecuario y rural. Lo cual afecta la productividad y competitividad de las cadenas alimenticias de alto valor, como lo son: frutas, carne, leche, hortalizas y leguminosas.
Estas cadenas enfrentan hoy varios obstáculos, derivados de la frágil exposición de los pequeños productores a los impactos de la pandemia. La FAO prevé que las cadenas de productos alimenticos de alto valor se verán afectadas de dos maneras: de una parte, por el choque de oferta, provocado tanto por la reducción de la mano de obra disponible como por los problemas de salud que afectan el transporte y la logística. Por otra parte, estamos asistiendo a un choque de demanda debido a la reducción del consumo en restaurantes y cafeterías. Situación que se agravará en la etapa del pos-covid, donde vamos a asistir seguramente a un descenso prolongado en el consumo. Situación que para los países del tercer mundo y, particularmente, en América Latina va a tener grandes repercusiones, dada su dependencia de las exportaciones agrícolas. 
Sin embargo, las cadenas de transmisión de la crisis son diferentes dependiendo mucho de la configuración de las cadenas de abastecimiento de cada país. En el caso de nuestro país sabemos que la exposición a los impactos del covid-19 va a ser mayor por el lado de la oferta que por el lado de la demanda. Factores como el incremento del costo de los insumos, por efecto de la devaluación de la moneda, las limitaciones de los pequeños productores al acceso al capital y a la tecnología, y la escasez de mano de obra va a afectar significativamente la producción agrícola en la pos-pandemia.
Otro aspecto, particularmente crítico de las capacidades son los niveles de organización socio empresarial alcanzados y su papel dentro de las cadenas de abastecimiento alimentario. En la mayoría de las agro cadenas alimenticias, la participación de los pequeños productores es aún muy inequitativa pese a los avances logrados en la firma de los acuerdos de competitividad y en conformación de federaciones y confederaciones de productores. Aún siguen siendo dominantes los intereses corporativos que se sobreponen a la cooperación y a los intereses comunitarios. Una experiencia reciente muy interesante es la conformación de agroredes y nutriredes en el marco de los sistemas de abastecimiento alimentario de Bogotá y Medellín, donde predominan las economías colaborativas.
Por estas razones, la tarea de fortalecimiento de las distintas formas asociativas es de suma importancia para hacer del campesinado colombiano una fuerza deliberante, con capacidad de afrontar los grandes retos que se derivan de la pos-pandemia. Particularmente, en dos frentes: la conformación de redes de productores que garanticen el abastecimiento y la seguridad alimentaria, amenazada por los impactos negativos de la pandemia y, por otra parte, el fortalecimiento de cadenas alimentarias y nutricionales cortas que permitan la diversificación de las canastas alimenticias básicas de los pobladores y la dinamización de las economías locales. 
La actual coyuntura es una gran oportunidad para darle la vuelta a los sistemas de abastecimiento para que su operación favorezca los intereses de los productores agrícolas y las comunidades locales.
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá 17 de mayo de 2020


[1] El economista libanes Nassim Nicholas Taleb es el autor de la teoría de los cisnes negros, según la cual los paradigmas convencionales del Viejo Mundo, al igual que la creencia de que todos los cisnes eran blancos, se derrumbo cuando en Australia descubrieron el primer cisne negro. 

domingo, 3 de mayo de 2020

¿La Bolsa o la Vida?: esa es la cuestión ...

 “Papá si dios no existe, ¿quién hizo el mundo?
Tonto, …  ¡al mundo lo hicimos los albañiles!”

Eduardo Galeano, Homenaje a la vida

Con motivo de la celebración del 1º de Mayo, el filósofo marxista argentino E. Dussel dio unas declaraciones a la cadena de televisión CNN, donde señaló que los Organismos Multilaterales están colocando a los trabajadores del mundo frente al dilema trágico de “la bolsa o la vida”. 
Esta semana el mundo comenzó a contemplar la posibilidad del “des confinamiento” como la opción para enfrentar la crisis económica global que, según el Fondo Monetario Internacional (FMI) constituye la peor recesión económica de los últimos 100 años que amenaza con destruir la globalización económica. A renglón seguido, el organismo multilateral advirtió que las restricciones impuestas por los Estados al movimiento de personas para trabajar y viajar están alterando las cadenas de suministros globales que manejan las multinacionales. Casi simultáneamente, otro organismo internacional como lo es el Banco Mundial, en su informe sobre La economía en tiempos del covid-19, señaló que este comportamiento de la gente de dejar de trabajar y consumir al mismo tiempo está provocando un shock de demanda, un shock financiero y un shock de oferta que hará colapsar el sistema económico mundial. 
Por estas razones, estos organismos internacionales le han señalado a los gobiernos de las economías capitalistas la imperiosa necesidad de aflojar las medidas de confinamiento y abrir las compuertas para que los trabajadores del mundo retornen a sus puestos de trabajo. Naturalmente, estas directrices han venido acompañadas de las buenas recomendaciones de guardar el “distanciamiento social” y mantener las medidas de auto bio-seguridad (lávate las manos) para garantizar lo que, coloquialmente han llamado el “efecto rebaño”.
Estas directrices han puesto a las autoridades de nuestro país en la disyuntiva dramática de “la bolsa o la vida” que, sin lugar a duda, no puede ser una elección forzosa porque en el plano ético y moral el bien supremo siempre será la vida humana. Basta recordarles a nuestros gobernantes que en la Constitución Política de Colombia: “Las autoridades están instituidas para proteger la vida … y demás derechos y libertades de las personas” (Art. 2º de la CPC).
Sin embargo, en la realidad económica actual la “bolsa” tiene dos acepciones: de un lado, la mal llamada “bolsa de valores”. Ese tremendo templo del capitalismo donde, todos los valores materiales y espirituales se compran y se venden, va en ascenso mientras las economías se derrumban por cuenta de esta pandemia. Como lo expresara Marx en el famoso Manifiesto: “la incesante e insaciable presión del aguijón de la competencia conduce los deseos humanos más allá de los límites físicos y morales, a una infinita metamorfosis y el carácter evanescente de todos sus valores hacen del capitalismo una verdadera vorágine”.
La actual crisis del covid-19, hizo evidente lo que el economista K. Naomi llamó el “capitalismo del desastre”. Recientemente un destacado congresista republicano de Nueva Orleans quien dirigiéndose a un grupo religioso de presión expreso: “Por fin hemos limpiado la ciudad de las barreras de la protección social a los emigrantes. Nosotros no podíamos hacerlo, pero Dios sí”.
Detrás de expresiones como esta, hay una estructura de pensamiento racista y aporóbico[1]. De acuerdo con la filosofa española Adela Cortina, el odio a los pobres se fundamenta en la creencia de que ellos no tienen nada que aportarle a la sociedad y que, por el contrario, demandan recursos que podrían emplearse en asuntos más rentables. Por esta razón, el odio y la estigmatización de los pobres, negros, homosexuales, emigrantes, ancianos y, en general, de los grupos de población más vulnerables, está siendo promovido por los medios de comunicación y las élites blancas, para explotar sistemáticamente el estado de miedo e incertidumbre que acompaña a la población en momentos de crisis y gran incertidumbre como el actual. 
De otra parte, la bolsa de alimentos está siendo amenazada por esta crisis. La FAO ha dicho que el covid 19 no solo es una crisis sanitaria mundial, sino que, de no tener unas respuestas adecuadas, puede generar hambrunas con profundas repercusiones en la vida y en los medios de subsistencia de la población y, particularmente, de los más pobres. Entre otras razones, por la inminente interrupción de las cadenas de suministro alimentario del mundo.
En nuestro país, estas condiciones son perfectas para que un gobierno débil como el de Duque y su partido de gobierno, intenten “pescar en río revuelto” y pongan en marcha reformas antidemocráticas que normalmente se toparían con una gran oposición. Basta revisar las declaraciones de los más conspicuos representantes del uribismo durante las dos últimas semanas, para confirmar que al Centro Democrático (CD) le queda muy estrecha la camisa de la democracia liberal y por eso intenta acabarla, comenzando por la separación de los poderes. El representante a la Cámara por el CD, Oscar Villamizar, propuso como formula para enfrentar la pandemia la reducción del Congreso y un desconocido y opaco colega suyo, se pronunció a favor de “intervenir” el poder legislativo porque, según lo dijo sin sonrojarse, “la democracia limita los esfuerzos que hace el Gobierno para enfrentar la pandemia y le hacen perder el tiempo”. La semana anterior, un destacado vocero del gobierno y del uribismo, Edward Rodríguez, pidió que los dineros destinados a la implementación de los Acuerdos de Paz y a la financiación de los PDET, se destinaran mejor en atender la pandemia. Y la tóxica senadora Cabal, igualmente, trinó a favor de levantar la cuarentena y ordenar a todos los trabajadores volver a sus sitios de trabajo, porque una “pinche gripa no puede destruir la economía”. La vicepresidenta Ramírez, después de estar negociando con los representantes de los gremios de la construcción -de los cuales hace parte su flamante esposo-, salió diciendo que no había peligro alguno en sacar a la calle a todos los trabajadores de la construcción y la industria manufacturera siempre y cuando “laboren a dos metros de distancia” y los empleados del back office permanezcan en casa en el teletrabajo”. Todo un conjuro para enviar a los “rusos” al paredón.
¡Semejantes recomendaciones son una parodia trágica y cínica de la fábula de Augusto Monterroso según la cual las ovejas negras deben ser sacrificadas para que el rebaño de las mansas ovejas blancas pueda en el futuro ejercitarse en el oficio de erigir estatuas a los héroes de la pandemia!

Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá 3 de mayo de 2020


[1] La aporofobia es un término utilizado por la filosofa española Adela Cortinas, que significa el odio a los pobres y se basa en la creencia de que quienes están en situación de pobreza y vulnerabilidad no tienen nada que aportar a la sociedad y, por el contrario, ella tiene que ocuparse de ellos, distrayendo recursos que se podian emplear en cosas más productivas para la sociedad.  

domingo, 26 de abril de 2020

La crisis de abastos: la encrucijada del modelo de intermediación alimentaria en Colombia


“Nadie sabe qué lleva en ese costal, el viejo pordiosero. 
¿Acaso esconda un libro que narra el combate de Jacob con el ángel exterminador?”
Un Violín para Chagall, Juan Manuel Roca

La semana que termina los colombianos nos enteramos una pésima noticia: la presencia del covid-19 en Corabastos, la central de abastos más importante del país, con 7 casos positivos de contagio y varios más en observación. Y casi simultáneamente, el Ministro de Agricultura anunciaba apresuradamente -en medio de un debate de control político que le hiciera el ahora el Congreso virtual de la República- la aprobación del proyecto de Apoyo a Alianzas Productivas para la Vida 2020 -PAAP-, destinado a apoyar la vinculación de los pequeños productores rurales a los mercados de abastecimiento agroalimentario, a través de un esquema de agronegocios; al cual se le destinarán un poco más 40 mil millones de pesos.
Corabastos ha sido tradicionalmente un pésimo modelo de la intermediación del mercado de alimentos del país. Funciona como un gigantesco hipermercado donde se negocian un promedio de 8.500 toneladas de alimentos y un pequeño grupo de mayoristas les fijan el precio a los alimentos en Colombia. Utilizando un grupo de inspectores que, linterna en mano, revisan la carga de los cerca de 10.000 vehículos de transporte que ingresan diariamente a esta Central de Abastos; provenientes de todos los rincones de la geografía nacional. Estos transportadores -que son otro eslabón más de la ineficiente cadena alimentaria- traen a Corabastos el esfuerzo y la oferta de alimentos de miles de pequeños productores agropecuarios, que ocupan el eslabón más débil de la cadena y perciben menos del 20% del precio de mercado que pagan los consumidores[1].
La noticia que paso casi inadvertida, en medio del ruido que desató el anuncio del gobierno nacional de pasar a un “confinamiento inteligente” y permitir la reapertura paulatina de las actividades económicas, constituye una bomba de tiempo para la seguridad alimentaria del país, dado que en esta central se negocia diariamente un promedio de 8.500 toneladas de alimentos, ingresan cerca de 10.000 vehículos de carga y acuden más de 250.000 personas procedentes de diversos municipios. De tal manera, que el riesgo para la salubridad y la provisión alimentaria de miles de colombianos es monumental. Sin embargo, las autoridades decidieron como el avestruz “esconder la cabeza bajo la tierra” frente al peligro que representa este foco de contagio para la seguridad alimentaria de millones de colombianos.
Ante tamaño desafió, resulta muy poco probable que el proyecto PAAP del Minagricultura -que es un copy paste del proyecto de Alianzas Productivas- sea una alternativa eficaz para enfrentar esta problemática. En primer lugar, en materia de cobertura resulta insignificante que este proyecto solo ofrezca 150 cupos para todo el país -aproximadamente 5 por cada departamento- para paliar esta gigantesca crisis que, de acuerdo con las cifras del Censo Nacional Agropecuario, afecta a un poco más de 725 mil pequeños productores que residen en el área rural dispersa (DANE, 2014) y comercializan en las centrales de abastos entre el 7,8% y el 20% de sus productos. En segundo lugar, en materia de oportunidad no es posible que este proyecto pueda mostrar resultados antes del mes de agosto, dado que se trata de una convocatoria que se cierra el 13 de junio y cuya evaluación, aprobación y primeros desembolsos podrían tardar entre 6 y 8 semanas más. En tercer lugar, en relación con la equidad no resulta creíble que, un proyecto que destina en promedio 5 millones por productor pueda corregir las desventajas que tienen los pequeños productores rurales frente a las grandes superficies comerciales; las cuales suelen quedarse con la tajada más grande del ponqué, que representa hasta el 80% del precio final del producto. 
Por estas razones, resulta ineficaz y poco sostenible una política pública agropecuaria que no consulta el contexto de crisis que exige repensar profundamente el sistema de intermediación para rediseñar el modelo de abastecimiento alimentario, tanto en términos de la escala como de los espacios geográficos de realización. 
Las crisis, no hay que olvidarlo, también generan nuevas oportunidades para “romper la caja” y buscar nuevas soluciones que hagan posible la transformación de los viejos paradigmas. Como dijera A. Einstein “No pretendamos que las cosas cambien, si siempre hacemos lo mismo”.  Esto es, debemos hacer posible lo imposible y superar la inacción que significa hacer “más de lo mismo”. 
El diseño de un nuevo modelo de abastecimiento alimentario para el país requiere repensar tres paradigmas que sustentan el modelo actual: en primer lugar, se requiere desconcentrar y reducir la escala de operaciones del sistema de abastecimiento para disminuir los riesgos que implica el actual modelo de Corabastos y reemplazarlo por redes de abastecimiento que distribuyan directamente los alimentos en las tiendas de barrio, en las pequeñas plazas de mercado, mediante nutri-redes que abastecen directamente a los habitantes en sus lugares de residencia. En segundo lugar, es necesario priorizar las cadenas cortas de abastecimiento que son las que abastecen a los mercados locales y garantizan la seguridad alimentaria de los pobladores de las esas pequeñas comunidades. En una estrategia como esta puede funcionar muy bien el modelo de los mercados campesinos y la creciente presencia de los mercados “verdes” o agroecológicos, que agregan valores locales como la denominación de origen o los sellos verdes; los cuales dinamizan las economías locales y generan nuevas fuentes de ocupación e ingresos para sus habitantes.
Finalmente, las redes locales generan nuevas narrativas emancipadoras, basadas en movimientos de resistencia local o ecoterritoriales, tales como la agroecología, los negocios verdes, las redes de ayuda mutua o redes de solidaridad territorial; donde se expresan otras formas de vida o formas de capital social, basadas en criterios de solidaridad y ayuda mutua.
Este conjunto de aspectos, que están cobrando cada vez más fuerza como nuevos paradigmas relacionales, implican el reconocimiento y el cuidado del otro, y la toma de conciencia de que la supervivencia es un problema que nos incumbe a todos. 
En el contexto actual de esta pandemia, en las discusiones del mundo se han abierto paso las voces de quienes señalan la urgencia de celebrar un nuevo pacto social verde (Green New Deal, con se conoce en ingles) para enfrentar la crisis climática que está detrás del origen de esta pandemia. Desde la diputada demócrata Ocasio-Cortez, hasta el sociólogo y economista norteamericano Jeremy Rickin han venido insistiendo en la necesidad de buscar un nuevo modelo de vida basado lo que el filosofo Félix Guattarri denominó las tres ecologías: la justicia social, la justicia ambiental y la felicidad humana, bajo la égida de una nueva ética de la vida o bioética. La cual debería tener como fundamentos el cuidado del otro, la solidaridad y la interacción entre nosotros y la naturaleza, y entre lo humano y lo no humano.
Solo una construcción colectiva y solidaria nos permitirá reconciliarnos con la naturaleza, reconstruir con ella y con nosotros mismos unos vínculos de vida basados en la solidaridad y el cuidado mutuo y no en la destrucción.
Luis Alfredo Muñoz Wilches, 26 de abril de 2020



[1] Caicedo Diaz, J.F., 2013. La intermediación como impedimento al desarrollo del pequeño productor de Medellin, en la Revista Economía y Desarrollo Rural, enero-junio de 2013, Corpoica, Ciencia y Tecnología Agropecuaria, Medellin.

domingo, 19 de abril de 2020

La Rebelión de los trapos rojos

 “La Paz nos está matando”
Anónimo
La última vez que salí a la calle -en este confinamiento autoimpuesto por el Covid-19- me tropecé con una escena que corto el aliento. A la salida de un concurrido supermercado de clase media me encontré con una parejita de chamos -como cariñosamente llamamos a nuestros primos venecos- sentados en las escalinatas. Eran los mismos jóvenes que había visto desde hace aproximadamente 1 año, así que su presencia se me atojaba familiar. Pero ahora algo había cambiado. Note que el rostro de la joven mujer había palidecido y sus ojos ya no tenían el brillo de esos años alegres de la juventud. Me acerqué a ellos para compartirles algo del pan que llevaba y entonces sentí una mirada fría e inquisidora que me perturbo profundamente. Era una expresión de miedo, ira y tristeza a la vez. Una verdadera constelación oscura. 
Cuando llegué a casa y pude digerir la escena, recordé la primera vez que sentí miedo. Tenía entre 2 o 3 años y estábamos todos, mis hermanas, mi madre, mis tías y yo, junto a las ventanas cerradas de la casona de mis abuelos y los adultos guardaban un silencio agudo y doloroso. De pronto sonaron varios disparos y créanme que, aunque hubo ruido en la calle nadie salió. Solo un carro con los vidrios oscuros y sin placas, muy despacito se fue esfumando por las calles vacías. Años después supe que ese muerto había sido uno de los estudiantes ejecutados por las llamadas “fuerzas oscuras”, que todos sabíamos eran del servicio de inteligencia SIC -el DAS de la época-.
Entonces comprendí que si hay algo comparable o peor que la pobreza es la falta de libertad o lo que el premio novel de economía Amartya Sen definió como la “privación de las capacidades básicas para elegir y no únicamente su falta de ingresos.” 
Precisamente, en estos días aciagos cuando la pandemia comienza a manifestarse como una crisis de humanitaria entre las gentes más desvalidas de las ciudades, ha hecho presencia lo que el alcalde de Soacha llamo: el movimiento de los “trapos rojos”. Una expresión desesperada de la hambruna que comienza a hacer mella entre los habitantes más pobres de las ciudades, que no solo tienen dificultades para acceder a las ayudas gubernamentales, sino que además carecen de libertad para procurarse una dieta básica de alimentos. Y, entonces tienen que acudir a la solidaridad de los vecinos y las autoridades locales colocando un trapo rojo en las puertas o ventanas de sus desvencijadas viviendas 
Esta doble condición de la pobreza como carencia de ingresos y ayudas, y al mismo tiempo, privación de sus derechos económicos y sociales, tiene que ver el mal funcionamiento de las instituciones económicas y sociales que afecta la capacidad de los pobres de tres formas: en primer lugar, como carencia de activos productivos que les impide generar ingresos o procurar sus propios alimentos. En segundo lugar, su condición de informalidad no les permite tener un registro en las bases de datos gubernamentales. Y, en tercer lugar, la falta de sus derechos políticos los hace invisibles a los ojos de la opinión pública. Son lo que ahora llaman eufemísticamente “pobreza silenciosa”.
Por estas razones, la protesta de los “trapos rojos”, crece como espuma por los barrios y veredas de la “Otra Colombia”, y no puede ser calificada por las autoridades locales como una “asonada política”. Se equivocan los mandatarios si creen que, recurriendo al ESMAD para que a punta de gases lacrimógenos y de bombas aturdidoras, pueden acallar esta protesta social. Por el contrario, se debe tratar como una crisis humanitaria y acudir a todo el arsenal de instrumentos y mecanismos de solidaridad para que, bajo un esquema de corresponsabilidad entre el sector público, la empresa privada y las comunidades organizadas, se pueda lograr un trato digno y justo a está nueva situación de hambruna. 
Ya va siendo hora de que adquiramos una conciencia moral pública que valora la queja de los más desvalidos y que mira con dignidad y responde con solidaridad a quienes están en esta doble condición de pobreza.
Como lo dijera Zalamea:
“También yo he de llamar a los creyentes para que formen corro en torno mío y me escuchen
Pero no he de leerles milagros de dioses, ni hazañas de héroes, ni amores de príncipes, ni proverbios de sabios. Pues respondiendo a lo que viera el ojo, el duro brazo de la cólera arrebató el libro abierto sobre mis rodillas y lo destruyó contra el viento. Y ahora el viento dispersa sus hojas sobre el río, como ahuyenta el huracán a una bandada de pájaros de mal agüero.”

Luis Alfredo Muñoz, Bogotá 19 de abril de 2020

domingo, 12 de abril de 2020

¿Cómo aplanar la curva?: la estrategia del martillo ...

Allí estaba otra vez ese ruido. Aquel ruido frío, cortante, vertical,que ya tanto conocía pero que ahora se había vuelto insoportable y doloroso

García Márquez, Ojos de perro azul”

Este viernes 24 de abril, el país amaneció con la cifra récord de 4.561 casos contagiados, 215 muertos, 306 profesionales de la salud contagiados y 13 médicos muertos por el Covid-19. El caradura del ministro de salud después de afirmar que la epidemióloga Zulma Cucunubá -investigadora del Centro para el Análisis de Infecciones Globales del Imperial College London- había hablado de una supresión de la curva, tuvo que salir a rectificar sus declaraciones. Y se apresuró a decir que el gobierno nacional había tomado todas las medidas de protección del personal de la salud y se atrevió a decir que el gobierno nacional había logrado “aplanar la curva” (sic!).
¡Pero la realidad es tozuda! Y cualquier colombiano, con los dos dedos de frente que nos ha dado la educación secundaria, sabe -por sus escasas nociones de trigonometría- que el comportamiento de una curva sólo puede explicarse por la pendiente que tiene incorporada y en nuestro caso, la pendiente está determinada por el ritmo de crecimiento de los contagiados -a todas luces exponencial- y la otra curva -invisible a los ojos de perro azul del ministro de salud- de la silenciosa expansión de los contagiados asintomáticos, de cuya existencia solo es posible verificar con los test diarios de coronavirus – que en nuestro país del “sangrado corazón” solo tenemos la capacidad de realizar 2.378 pruebas diarias, dramáticamente inferior a las cifras de contagio-. Así que, desde el punto de vista matemático el aplanamiento de la curva del minsalud es una falacia del tamaño de una catedral.
Pero el fallido intento por ocultar esta dramática realidad solo se explica por el afán -a todas luces irresponsable y criminal- de aplanar las otras dos curvas que tienen a este gobierno contra las cuerdas. De una parte, la curva del desgobierno de un gobernante que no tiene agenda propia y que por lo tanto debe ir a la saga de los acontecimientos  o que debe esperar que se la dicten desde  Washington. Y, de otra parte, la curva del mal gobierno que busca enfrentar la emergencia con los instrumentos convencionales y maltrechos de una política pública que no han funcionado para los tiempos normales. Un sistema de la salud pública quebrado por las aventuras financieras de los grandes cacaos que siguen pelechado con las bondades de la Ley 100 -como está pasando con el más reciente decreto 444  que creó el Fondo de Mitigación de emergencias que transfiere a los bancos el ahorro pensional de las entidades territoriales- Unas arcas públicas diezmadas por efectos de las rebajas y exenciones de impuestos a los grandes conglomerados creadas por la famosa Ley de Financiamiento y la caída en los precios del petróleo y el carbón, que nos dejan sin el ahorro público suficiente para atender la emergencia. Unos instrumentos de focalización fragmentados, ineficientes y contaminados por la politiquería y la corrupción, como le acaba de suceder con la caída de la plataforma de entrega del subsidio de ingreso solidario (SIS). A propósito, ¿quién va a responder políticamente por esta catástrofe?  
En síntesis, unas políticas públicas contaminadas con el virus de la corrupción, la ineficiencia y la indolencia del gobierno no traen el alivio ni la mitigación esperada para paliar los efectos de esta pandemia 
¡Mientras todo esto sucede, el gobierno sigue a sus anchas aplanando la curva a martillazos!
Luis Alfredo Muñoz Wilches, Bogotá domingo de ramos

domingo, 5 de abril de 2020

Con el Covid-19: Todo lo sólido se desvanece en el aire

Todo debe cambiar, menos lo que permanece
Anónimo
Con la llegada de la pandemia del Covid-19, el espíritu del Manifiesto y, particularmente, la premonitoria proclama de Marx acerca de la evanescencia del capitalismo adquiere su máxima expresión, pero también su más catastrófica dimensión: la moderna vida burguesa ha llegado a su más trágico final. El hundimiento de la vida moderna, -eso que los filósofos contemporáneos han llamado la posmodernidad- alcanzó con la crisis del coronavirus un. punto de inflexión irreversible. Ya nada volverá a ser igual. El colapso del otrora poderoso sistema capitalista mundial es inminente y ninguna flota de marines norteamericanos podrá detenerlo. La aparente solidez de las instituciones económicas y políticas del mundo capitalista -eso que Wallerstein denominó “sistema-mundo”- se diluyen en medio de las desesperadas acciones de los gobernantes por contener la expansión del coronavirus. Los mercados se derrumban. Los bancos se cierran y los grandes magnates financieros del mundo se apresuran a pronosticar la caída del PIB de las principales economías del mundo. Los economistas ortodoxos, que siempre confiaron ciegamente en la infalibilidad de la “mano invisible” y le apostaron a la hechicería de los modelos econométricos, se declaran hoy impotentes para hacer pronósticos, así sean estos de muy corto vuelo. Y los foros económicos y las páginas de los medios especializados se llenan de pesimismo y solo atinan a advertir sobre el inminente paro y el aumento descomunal del desempleo a nivel mundial. Las cadenas de suministros se interrumpen dejando sin alimentos a las poblaciones del mundo más vulnerables. !Muy pronto se alzaran los pobres del mundo en búsqueda de un mendrugo de pan¡. 
El descontrol y la incertidumbre total se apoderan del mundo. Y las conversaciones así como las relaciones intersubjetivas se empequeñecen, en las cuatro paredes del aislamiento social y el confinamiento total. Todo individuo que deambula por las calles vacías de ciudades o pueblos fantasmas -recubierto de tapabocas, gorro y guantes- es un portador sospechoso de contagio; del cual hay que huir y en algunas sociedades totalitarias, castigar y matar. Se cierran las fronteras de todos los países, y el sueño de MacLuhan de estar en una “aldea global” se diluye para volver a la edad media de una vida aislada y confinada en nuestras pequeñas aldeas cibernéticas. Todo lo sólido se desvanece.
La ilusión que creo la modernidad burguesa de una subjetividad poderosa, pos hipnótica y hedonista, capaz de gastar lo que sea por una satisfacción inmediata de sus deseos, se está transformando en una horda de anónimos sujetos llenos de miedo y “cagados del susto”. Un amigo y parcero colombiano que vive en el condado de California me contaba, en estos días de cuarentena, que tan pronto el gobernador Newsom de California emitió la primera orden de confinamiento, lo primero que hicieron sus ciudadanos fue salir a comprar armas por que estaban convencidos que se aproximada una guerra y era necesario prepararse para defender su sagrada propiedad (“prohibited form passing private property”)
La aparente separación entre la economía y la sociedad burguesa, que se rige por las leyes del mercado, y la cultura moderna se diluye en lo que Zygmunt Bauman llamó “modernidad líquida”; donde todas las relaciones estancadas y enmohecidas, con su cortejo de creencias y de verdades consideradas sagradas durante siglos, se hacen trizas. Y las nuevas verdades se diluyen antes de haberse cosificado. Todo lo sagrado se vuelve profano y indulgencias que antes vendian las religiones para cubrir las llagas de la ignorancia y generar obediencia, se desvanecen en el maremagno de los rituales efímeros del día a día. 
¿Dónde queda entonces la certeza y la estabilidad de la vida moderna? Por efecto del coronavirus -que paradoja que una pequeñísima partícula, invisible a los ojos inquisidores del hombre contemporáneo, haya logrado desafiar la estabilidad y seguridad que le ofrecían a las sociedades capitalistas contemporáneas, la parafernalia de los dispositivos electrónicos, armamentísticos y telemáticos- el hombre moderno se ha visto forzado a considerar, de la manera más abrupta  y radical, sus condiciones de existencia, sus creencias y valores y la forma como nos relacionamos con los demás.
¿A dónde nos llevará toda está hecatombe de la modernidad burguesa? Que ya no es solo una crisis económica más sino la crisis de la civilización misma.
El problema de la supervivencia del capitalismo es que este sistema que promueve la competencia y el activismo incesante de la vida moderna destruye las posibilidades humanas de crear sentidos de vida diferentes a la mera consecución de la ganancia y el enriquecimiento individual, a costa del empobrecimiento y la penuria de la inmensa mayoría.
Por estas razones, el sistema capitalista portador del afán de lucro individual como único bien moral, debe ser sustituido por un sistema donde las personas puedan realizarse integralmente, desarrollando todo tipo de trabajo, tanto manual como intelectual, que le den un sentido de vida plena y de múltiples realizaciones, tanto en lo económico como en lo social, cultural y espiritual. Solo entonces podremos lograr una sociedad donde el libre desarrollo de cada individuo sea al mismo tiempo, el libre y solidario desarrollo de todos. Una sociedad del buen vivir 
Luis Alfredo Muñoz Wilches, 5 de abril de 2020